Lo que perdimos buscando el consenso

Al haber coincidido las elecciones regionales francesas con las generales españolas ha quedado claro que nos encontramos a uno y otro lado del espejismo del "fin de la Historia". Francia que, desde su célebre Revolución de 1789 (si es que no me ciega el estar escribiendo estas líneas a unos pasos de la Bastilla) nos lleva décadas de adelanto en la consolidación de una democracia liberal, ya ha comprobado con dureza dónde puede acabar el vector del eterno progreso.

Escrutando los discursos políticos a un lado y otro de los Pirineos, quizá la diferencia más reveladora es que, mientras en España uno de los principales objetivos políticos es aún forjar "consensos", en Francia apenas se recurre a ese término y se asume que los valores se defienden situándose en "frentes". Puede parecer una renuncia, pero opino que es una buena estrategia para contrarrestar lo que significa el Front National.

Cuatro factores sustentan el auge del partido de los Le Pen. Dos son coyunturales: la crisis económica (y el relato soberanista con que la explican), y la falsa imagen de moderación de Marine por contraste con su padre (de lenguaje mucho más exuberante, aunque no los separan más elementos de fondo que el abierto antisemitismo del padre). Dos son más estructurales: el sistema electoral y la manipulación del "miedo del otro".

Lo que perdimos buscando el consensoLas dos vueltas que caracterizan todas las contiendas electorales en Francia (salvo las europeas) estaban diseñadas para que el primer voto sirviera como una gran encuesta que reflejara toda la pluralidad, desde la cual los partidos medían sus fuerzas para agruparse en dos alianzas que se disputaban la ronda definitiva. Pero el sistema se ha desvirtuado en parte al favorecer un voto protesta supuestamente sin consecuencia. Parece que no hubiera riesgo en votar al Front National porque, aunque lleguen a encabezar la primera vuelta, en la segunda se movilizarán nuevos electores (la participación ha subido siete puntos desde el primer escrutinio) y, si llega a hacer falta, los socialistas se prestan a apoyar a la derecha "moderada".

El generoso sacrificio del Parti Socialiste (PS) retirando sus listas donde habían sido terceros y el FN primeros ha sido clave para que la extrema derecha no gobierne ninguna región. La jugada implicaba no solo pedir el voto para Les Républicains (LR) sino que los socialistas han debido renunciar a tener ni un solo diputado en esas regiones durante los próximos seis años. A cambio Sarkozy, líder de LR, no solo no ha correspondido en las regiones donde las tornas estaban cambiadas, sino que se ha justificado rechazando "cualquier compromiso con los extremos", declarándose pues a la misma distancia de sus dos principales rivales, aunque en realidad sigue adaptando su proyecto político para competir cada vez más con el del FN.

En este ambiente tan inestable, Francia va a tener que asumir una reforma de su sistema electoral porque, con el diseño actual, en 2017 empieza a resultar probable un escenario que sería poco representativo por partida doble: Marine Le Pen como jefa del Estado ante una Asamblea Nacional sin apenas diputados de su partido. Será pues preciso reformar instituciones claves de la cansada Quinta República para evitar que se llegue a desprestigiar la República misma: PS y LR deberían intentarlo sin tardar porque cada vez les resultará más difícil no ya ponerse de acuerdo sino siquiera intentar negociar.

No obstante, más grave aún que la crisis de representación, donde más hondo socava el FN lo que Francia ha significado durante más de dos siglos es haciendo creer que la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano se escribió solo para los franceses, y que aspirar a que sea una carta universal resulta una amenaza para el elevado Estado de bienestar logrado en su país. Su egoísta postura desde la fantasía etnicista de que Francia es un país de "cristianos blancos" olvida su historia de exitosa integración de distintas culturas que explica la continua atracción de talento humano y el prestigio de la marca "Francia" en lo económico, lo cultural y lo político (ocupando incluso un puesto permanente del Consejo de Seguridad de la ONU a pesar de que en la II Guerra Mundial más que vencedores fueron un país rescatado).

Por eso, Francia ha llegado a un punto donde no sirve de nada reclamar "consenso". Ya tienen claro que la Historia no sigue avanzando cada vez más cómodamente una vez se franquea un supuesto umbral de una "democracia consolidada". Los principios republicanos por más inmutables y solemnes que se proclamen (quintaesenciados en la divisa Liberté, Egalité, Fraternité) siempre estarán acechados por el atavismo antropológico del "miedo del otro", que cada generación debe volver a domar con tanto empeño como las anteriores. La República no vale más que los hombres y las mujeres que la forman y la defienden, y cuando está en peligro es necesario elegir en qué frente situarse evitando caer en el relativismo.

En Francia se forjó un cierto mito consensual del progreso y la democracia irreversibles alrededor de los "Treinta Años Gloriosos" y el De Gaulle padre de la República. Hasta creo que el Mayo del 68 contribuyó paradójicamente al distanciamiento de la política al prestarle la intelectualidad una mueca de escepticismo convirtiéndola en una "manifestación cultural" más (podríamos incluso añadir "de clase"), que la televisión y las redes sociales han ido aproximando a la categoría de "entretenimiento". Aunque el Front National surgió como oposición a la independencia de Argelia, su verdadero auge comenzó en los 90 cuando empezó a parecer que la política solo consistía en gestionar un mejor Estado del bienestar.

En la otra gran democracia republicana que son los Estados Unidos, también se puede observar que el progreso económico va acompañado de que muchos se olvidan hasta de ir a votar. Y justo en ese contexto resulta plausible un Trump presidente, que basa su discurso en renegar de la identidad americana como crisol de inmigrantes.

España es una democracia mucho más reciente, con circunstancias bastantes distintas. Pero creo que podríamos intentar aprender de la amenaza para los valores democráticos (empezando por la libertad) que supone creer que se puede evacuar del debate lo que no es "políticamente correcto". Me generan desconfianza quienes aspiran al consenso en casi cualquier tema como bandera electoral pero no anuncian cuál sería su posición de partida, sino que se declaran garantes del "bien común". Esconden sus cartas evitando, si son mayoría, rendir cuentas de sus propuestas, o reservándose el oportunismo de ser una minoría de bloqueo.

Necesitaremos más modestamente buscar "pactos" hasta donde sea posible, hasta donde las partes quieran llegar. Pero sin tabúes ni conformismo porque cuando se deja de hablar de las dificultades y límites concretos que los derechos encuentran para que sean efectivos, se abona el terreno para que el populismo excluyente los amenace sin ni siquiera tener que cuestionarlos.

Víctor Gómez Frías es profesor titular en ParisTech y es consejero de EL ESPAÑOL.

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