Lo que queda por hacer en Libia

Ahora que los libios empiezan a respirar la libertad, parece que está a la vista el fin del régimen de Muamar Gadafi. Su desaparición marcará una pausa importante, aunque breve, en el largo camino de Libia hacia la recuperación, la reconciliación y la reconstrucción.

Después de décadas de represión, de seis meses de un enfrentamiento brutal y de miles de muertos, las cicatrices físicas y psicológicas van a perdurar durante mucho tiempo. Ha de surgir una nueva Libia sobre la base del imperio de la ley, no sobre su aplicación arbitraria.

Los responsables de hechos delictivos atroces deben ser juzgados en un marco jurídico adecuado, ya sea en Libia o en el Tribunal Penal Internacional. Deben evitarse los castigos y las represalias a gran escala. Sentar el precedente adecuado resulta ahora crucial, no sólo en el caso de Libia sino en el de toda la región, especialmente porque derrocar a Gadafi refuerza la primavera árabe. Los temores a su estancamiento se han visto reforzados por la violenta represión en Siria. Sin embargo, la incertidumbre sigue dominando su evolución, ya sea en Egipto, en Túnez o en otros lugares.

Desde el inicio del levantamiento en Libia, la sucesión política ha sido una constante preocupación dentro y fuera del país. Para el futuro, es crítico el periodo de transición que se abre. Durante esta fase y aún posteriormente, deben garantizarse la transparencia y la apertura.

Los temores a que surja un régimen religioso han dominado a Occidente. Y la realidad es que la religión va a desempeñar un papel decisivo en cualquier sistema venidero, pero hay que valorar el alcance de algo que es parte del tejido social y cultural de Libia. La amenaza del extremismo religioso está ahí, pero no emana de los ciudadanos comunes. Unos pocos elementos comprometidos y disciplinados, con su propio programa radical, pueden tratar de apropiarse de lo que es el resultado de un legítimo levantamiento popular, cuyo objetivo eran las libertades fundamentales.

Pero la riqueza energética ofrece a Libia ventaja sobre sus vecinos. Los grandes campos de petróleo y gas deben considerarse una bendición para el bien común, no limitarse a unos pocos elegidos para su enriquecimiento. La distribución equitativa de sus beneficios y de las oportunidades consiguientes puede garantizar una sociedad mejor y más unida. Al mismo tiempo, deben respetarse los contratos existentes con compañías extranjeras en este sector. Se garantizarán así la continuidad de la inversión extranjera y la estabilidad del suministro futuro, en especial cuando la incertidumbre domina los mercados.

Libia es dueña del 2% de la producción mundial de petróleo, en gran parte con destino a Europa. Produce un crudo ligero, que se refina con facilidad. La dificultad de reemplazarlo en los mercados internacionales ha contribuido a los elevados precios del petróleo mundial en la actualidad.

Con la devastación de una guerra que ha durado seis meses, Libia tardará dos o tres años en recuperar sus niveles de producción anteriores al conflicto. Cuando EEUU y la UE desbloqueen las reservas de Libia, el nuevo Gobierno libio debería ser capaz de hacer frente a sus gastos inmediatos, incluyendo la restauración de su infraestructura petrolera.

Libia es un país fuertemente armado en estos momentos, por lo que su desarme es esencial. Un programa de compra de armas a los ciudadanos podría ser la solución. Además, los jóvenes combatientes rebeldes deben incorporarse a una nueva fuerza de seguridad. La ayuda internacional es crucial en este proceso, especialmente la de los estados miembros de la OTAN. Han ayudado a las fuerzas rebeldes a derrotar a Gadafi y ahora es vital que proporcionen asesores y programas de capacitación para el ejército, la policía y la aplicación de la ley.

Una visión optimista es que la riqueza petrolera de Libia será la panacea de sus problemas. Efectivamente, es más probable que eso sea más cierto aquí de lo que lo ha sido en Irak. Ahora bien, una opinión más pesimista sostiene que Libia está condenada a luchas y divisiones internas. Sólo los ciudadanos pueden crear una sociedad justa y un sistema político que sea ejemplo para otros en el mundo árabe y fuera de él.

La OTAN, por el momento, puede suspirar de alivio. Libia ha supuesto un duro reto. La posición inicial de Obama, incongruente, y su falta de claridad sobre Libia enviaron señales contradictorias. Los titubeos del presidente estadounidense no animan a los aliados a actuar de manera concertada con un socio que aparentemente no resulta muy de fiar.

Animar a los aliados de la OTAN a asumir mayor responsabilidad estimula una mayor distribución de las cargas. Sin embargo, fue un error la iniciativa de Obama de reducir a meramente secundario el papel de su país. Fue la revelación pública de un vacío de poder global cada vez más clamoroso. A pesar de la enérgica diplomacia francesa y del apoyo británico, era indispensable el liderazgo de EEUU, pero resulta evidente que ya no puede tomar la iniciativa. En el futuro, es probable que crisis similares requieran una mayor participación internacional. El precio de la inacción es más alto que el de la acción concertada.

A medida que los acontecimientos desemboquen en crisis similares en el futuro (ése es el caso de Siria), será la parálisis lo que habitualmente prevalezca en el Consejo de Seguridad de la ONU. Una acción eficaz requerirá posiblemente coaliciones internacionales ad hoc o que organizaciones regionales asuman la iniciativa. La flexibilidad es esencial en el tratamiento de acontecimientos que se desarrollan a gran velocidad y el uso de la fuerza debe estar regido por la proporcionalidad. En principio, un toque de atención es preferible a una reacción violenta, pero no hay que excluir ninguna forma de ayuda. Deben hacerse preparativos para todos los escenarios posibles. Aunque, en general, proporciona una credibilidad y una legitimidad mayores el hecho de que fuerzas autóctonas derriben a sus propios opresores.

En Libia, el relato nacional que se está alumbrando es el de una unidad y un orden cívicos que se desarrollaron en muchas partes del país en las que la presencia del régimen había desaparecido. Contrariamente a lo esperado, no prevaleció el caos. Después de cuatro décadas de tiranía, el común de los libios ha estado a la altura de las circunstancias a pesar de las dificultades. Los ciudadanos están demostrando que son capaces de gobernarse a sí mismos con una eficacia relativa. Los comités cívicos que han surgido asumen la responsabilidad de las diferentes áreas de la Administración.

Este capítulo histórico constituye todo un motivo de orgullo para los libios y para las generaciones futuras. Establece, además, otro precedente histórico en la progresiva transformación de Oriente Próximo. Ciudadanos de a pie se han levantado y han dicho «¡basta!», pacíficamente en un principio y después por la fuerza, cuando han sido violentamente provocados.

Marco Vicenzino, director del think tank Global Strategy Project, con sede en Washington, EEUU.

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