Lo que significa el 7-J

Rafael L. Bardají (GEES, 08/07/05)

Al ministro de defensa español no le gusta la palabra guerra y quiere borrarla de la Constitución de tal forma que sean las Naciones Unidas y no el rey quien pueda declararla en nuestro nombre. Podrá eliminar el concepto de nuestro ordenamiento, pero eso no acabará con la realidad, sino en un autoengaño. Porque la verdad es que, muy a nuestro pesar, estamos en guerra. Nos la ha declarado en repetidas ocasiones el líder de Al Qaida, Osama Bin Laden, sólo que como no es un actor estatal no se le quiere hacer caso. Pero para él no hay sombra de duda: Al Qaeda y el fundamentalismo islámico que representa está en una guerra santa contra los “cruzados y judíos”.

Lo que hemos visto ayer por la mañana en el centro de Londres no es sino un eslabón más de toda una cadena de actos que comenzaron hace más de una década y que no sabemos cuándo seremos capaces de acabar. El primer atentado de Bin Laden tuvo lugar en Aden, contra un hotel frecuentado por occidentales y que permitía que las mujeres se bañaran en la piscina juntos a los hombres y que frecuentaran la discoteca. A finales de 1991. El último, de confirmarse la autoría, ayer 7 de julio, en Londres. Da igual si se enlaza con la decisión de Singapur o con la reunión del G-8 en Escocia. Eso son consideraciones tácticas y cualquier motivo es bueno cuando, como piensa Bin laden, estamos en guerra.

El atentado, por su modus operandi, nos retrotrae necesariamente al sufrido en Madrid el 14-M del año pasado. Objetivos desprotegidos, civiles inocentes y despreocupados, líneas de transporte, situación de caos. Hay dos diferencias notables, no obstante: Tony Blair no está en pleno proceso electoral y la oposición conservadora no le ha culpado, como pasó en nuestro país con el PSOE de Rodríguez Zapatero, de ser el responsable de los atentados. Y eso también tiene un significado. Los ingleses saben que han sido víctimas del terror islámico no por lo que hacen mal, sino por lo que hacen bien, por lo que son, una democracia liberal, abierta y tolerante, comprometida con el avance, la paz y el bienestar del mundo. Justo las razones por lo que Londres fue premiada para organizar los juegos olímpicos del 2012.

El fundamentalismo islámico odia lo occidental. Porque lo considera la causa de todos sus males y porque ve su gran capacidad de atracción para los millones de buenos musulmanes que viven en el mundo. Nadie en su sano juicio elige la teocracia sobre la tolerancia religiosa, la pobreza frente a la opulencia, la discriminación sexual sobre la igualdad, la tiranía sobre la justicia, la opresión sobre la libertad. Y los terroristas también lo saben. De ahí que luchen contra lo que somos y aspiren a derrotarnos a través del miedo y el terror.

Los terroristas creen que somos débiles, unos más que otros. Y buscan nuestra desesperanza y nuestra rendición moral. Tony Blair lo ha dicho bien claro: no lo van a conseguir a pesar de que en esta ocasión sus servicios policiales y de inteligencia no hayan podido prevenir la tragedia. Nadie es perfecto. Precisamente porque no existe una defensa pasiva que garantice que no va a ver más 11-S, 11-M y 7-J es necesario actuar preventivamente. Rodríguez Zapatero cree en lo contrario. Es de suponer que así como le explicó a Blair en su reunión bilateral de otoño del año pasado que debía salir de Irak porque estaba contribuyendo a una ocupación ilegal, el próximo 27 de julio le dirá que lo que debe hacer no es combatir el terror, sino sumarse a la “alianza de civilizaciones” que el propio Zapatero está abanderando. El problema para ZP es que no hay civilización a la que aliarse, sino nada más que la nuestra. Es Islam moderado o no existe o cuando existe está encarcelado o marginado; los dirigentes teócratas o corruptos se han mostrado incapaces de frenar la frustración de sus gentes y su radicalización. Y los terroristas ya sabemos lo que hacen, poner bombas sin descanso y reparo. ¿Con quién quiere aliarse nuestro presidente del gobierno? Nuestra forma de vida está amenazada. Y de verdad. Ya es hora de que nos lo tomemos en serio. La próxima vez no será un tren lo que vuelen, sino Londres. O Madrid. O cualquier otra de nuestras ciudades.