Lo que un tanque de aislamiento sensorial me enseñó sobre mi cerebro

“Quítese la ropa, entre en el contenedor y cierre la tapa. Tenga mucho cuidado de que no le entre nada de sal en los ojos”. Esas fueron las instrucciones que hace poco me dieron antes de entrar en un tanque de aislamiento sensorial en Seattle. Finalmente tendría la oportunidad de ver cómo se sentiría ser un cerebro en un frasco.

Acostado en el contenedor con solución supersaturada de sulfato de magnesio a temperatura corporal, jalé la tapa y oprimí el botón para apagar la luz violeta que iluminaba el contenedor.

Separado del mundo de los estímulos sensoriales, mi cerebro tenía toda la libertad para inventar cualquier experiencia que se le ocurriera. Así que floté en la oscuridad total y esperé que me embargara una profunda experiencia. Los fanáticos pagan 89 dólares para sentir esto. Había escuchado que era mejor que la meditación, el yoga y las drogas: tal vez porque promete alcanzar el nirvana sin ningún esfuerzo, ni efectos secundarios.

Sin embargo, no sentía nada. Después de unos momentos me hice muy consciente de que no podía sentir mi cuerpo, lo que supongo que es el punto en que se priva al cerebro de cualquier conexión con el mundo físico. Comencé a mover las manos y piernas lentamente para asegurarme de que seguían ahí. Tenía una imagen muy vivida de mi cuerpo fantasmal; sabía racionalmente que estaba presente, pero no podía detectarlo de forma normal.

Justo entonces, cometí el error de dejar que mi cabeza se hundiera hacia abajo en el agua y un poco de líquido se metió en mis ojos. La punzada fue inmediata y claramente desagradable. El breve periodo de nada había terminado, y en los siguientes minutos mi estado mental pasó de la curiosidad al aburrimiento y finalmente a la molestia. Parpadeé y me froté los ojos. Mi estómago gruñó. Mi cerebro estaba bombardeado por todo tipo de sensaciones físicas. Comencé a sentir lástima del pescado en salmuera.

En lugar de una excursión trascendental a un nivel alterado de conciencia, la privación sensorial había subrayado cómicamente la primacía de mi cuerpo; se trató de una experiencia casi puramente física de inicio a fin. Fue como ir a un retiro de meditación con congestión nasal. Mi cerebro fue incapaz de escapar a las señales que mi cuerpo le mandaba.

Cuando terminó la hora, me bañé y bajé a la recepción a pagar. Había tres mujeres que iban por primera vez, igual que yo, y todas se veían dichosas. “¿Qué tal estuvo?”, me preguntó una de ellas. No quise ser aguafiestas y le contesté que había sido adorable e interesante. Al menos la mitad era verdad.

La experiencia me hizo preguntarme algo que siempre he tenido presente: ¿somos más que un cerebro? Parece que difícilmente pasa una semana sin que se divulgue en los medios una interesante investigación neurocientífica que vincula alguna conducta humana con la función de un circuito cerebral. Así hemos escuchado que la ínsula se enciende cuando estamos tristes, otra región cuando estamos contentos y otra cuando disfrutamos de un trago o un orgasmo.

Lo que un tanque de aislamiento sensorial me enseñó sobre mi cerebroPor alguna razón nos encanta que el lenguaje de la neurociencia describa nuestras experiencias mentales pero, en realidad ¿qué añade a nuestro entendimiento saber que el cerebro tiene una actividad más lenta cuando pensamos o sentimos una cosa u otra? En sí mismo, no mucho, excepto por alentar la errónea y simplista idea de que el cerebro es un rey soberano que toma todas las decisiones.

Por supuesto, el cerebro da origen a nuestra mente que trata de entender y manipular el aparato neuronal que la creó. Me duele la cabeza solo de pensarlo. A algunos neurocientíficos y filósofos verdaderamente inteligentes les encanta decir que la noción misma de la mente es una ilusión, una trampa del cerebro: algo que han estado sosteniendo durante mucho tiempo.

No me malinterpreten. Soy adicto a la neurociencia, pero no solo somos un cerebro en un frasco; también somos cuerpo, y lo que hacemos con el cuerpo puede influir en el cerebro. Puedes alterar fácilmente tu pensamiento y ánimo manipulando tu cuerpo: por ejemplo, si inyectas tu frente con bótox, diriges luz hacia tus ojos, te ejercitas… o flotas en un tanque de aislamiento.

Finalmente, si somos más que nuestro cerebro o no es algo menos importante y menos interesante que el hecho de que el cerebro no solo da órdenes; también las recibe. Un tanque de aislamiento puede quitarle peso y visibilidad al cuerpo, pero a tu cerebro no puedes engañarlo.

Richard A. Friedman es profesor de psiquiatría clínica y director de la clínica de psicofarmacología en el Weill Cornell Medical College, y colaborador de artículos de opinión.

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