Lo recuerdo perfectamente

Vista general de la Puerta del Sol de Madrid el 21 de mayo de 2011, una semana después de comenzar la protesta del 15-M.LUCA PIERGIOVANNI / EFE
Vista general de la Puerta del Sol de Madrid el 21 de mayo de 2011, una semana después de comenzar la protesta del 15-M.LUCA PIERGIOVANNI / EFE

Repetimos atolondrados la cantinela de que la historia, aunque no se repita, a veces rima. Y rima declinándose: con desinencia de farsa, con desinencia de tragedia. Sabemos que la frase apócrifa es vetusta; que proviene, como tantas otras cosas, de la sabia cocina del siglo XIX; ignoramos si realmente Twain o Marx dejaron tal cosa por escrito, porque no hemos querido investigar tanto. La cosa es que funciona: da cuenta de nuestra incapacidad para aceptar que la historia no progresa linealmente, que necesitamos interpretarlo todo de forma holística; no nos sirve que algunas cosas estén relacionadas con otras cosas sin que todo esté relacionado entre sí. Insistimos, si el festival consiste en reunir frases hechas, proverbios y cantares, en que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, y los que van a morir saludan a César, y el cielo no se toma por consenso.

Median poco menos que 10 años entre dos imágenes. La marabunta extasiada lo tiñe todo de azul. España cree en las gaviotas unos cuantos meses después de la fecha mitológica; Madrid lo hace apenas unos días antes. Según Wikipedia, el conflicto que origina el 15-M era un “conjunto heterogéneo de personas”. Sus consecuencias fueron la creación de “centenares de colectivos temáticos”, lo cual suena a Micropolix, ciudad en miniatura edificada para que los chavalines madrileños aprendan de una vez por todas cómo funciona el capitalismo, la temporalidad en los trabajos, la vigilancia y el castigo. No termina ahí la cosa: “Desde 2013 aparecen nuevos partidos políticos”. Podríamos ampliar el texto: 10 años después del “no nos representan”, vota un “conjunto heterogéneo de personas” de tamaño nunca antes visto en unas elecciones autonómicas, y deposita su papeleta para ofrecer su apoyo a “centenares de colectivos temáticos”, de entre los cuales surge victoriosa la derecha. Lo que pasó en las plazas de España tiene algo que ver con lo que sucede 10 años después, sí, pero algo no es lo mismo que todo.

Lo recuerdo perfectamente, tal y como podemos recordar las cosas que nunca hemos vivido. Yo, en 2011, cuando estalló todo aquello del 15-M, tenía 10 añitos, así que no estaba muy enterada de lo que eran ni el 15-M ni los indignados ni la ley Sinde ni la democracia directa ni Forocoches. Vivía en Barajas, periférico barrio al ladito del aeropuerto; escuchaba aviones y campanas, pero los manifestantes de Sol me quedaban lejos, lejísimos. Por suerte o por desgracia no venía (o vengo) tampoco de una familia militante: mi madre ha votado toda su vida a la izquierda, pero mayoritariamente al PSOE, “porque siempre” ha sido “trabajadora”, ese siempre ha sido su bando; mi padre fue cambiando de voto en distintas citas electorales; ninguno de los dos estaba particularmente implicado en lo que hoy llamaríamos la transformación social, y tampoco me llevaban a manifestaciones contra nada, ni siquiera contra guerras o energías nucleares. Mi madre, toda su vida camarera de pisos, sufrió las consecuencias de la crisis, la externalización y las subcontratas. Supongo que, si siguiera trabajando en 2021, estaría en un sindicato de kellys. Pero otrora esto no nos sirvió a ninguno para desarrollar una particular conciencia política, ni el declive de nuestras condiciones materiales despertó en nuestras cabecitas conciencias revolucionarias. Esto sí que lo recuerdo perfectamente: en 2011, en nuestra resignación aún no había cambiado nada.

Entiendo a quienes lo exaltan y a los zelotes de las fechas y los calendarios, ¡a quienes levantarían obeliscos a favor de la juventud sin futuro de formación hipertrofiada! No me cuento en sus filas. La política institucional tiene sus límites, pero yo no aprendí del 15-M; me pilló demasiado joven, demasiado lejos, demasiado triste: aprendí a la fuerza por culpa de sus consecuencias. Aprendí a causa de los centenares de colectivos temáticos y de los novísimos partidos políticos. Empezó a salir en la tele un tipo con coleta que se enzarzaba en la arena dialéctica con todos los periodistas que aprendí a identificar como de derechas. Quiso, cuando lo encumbramos en las redes sociales y montamos memes y vídeos de sus mejores zascas, tomar los cielos, y por el camino ensució algo de la tierra, y cometió errores; pero nos enseñó a muchas que podía haber otra cosa en los platós de televisión, y en el ágora, e incluso en los despachos. Habrá quienes miren atrás con un culto raro al espontaneísmo y a lo que no conduce a ninguna parte. Yo lo recuerdo perfectamente, porque soy consciente de que nadie se acuerda, y de que todos seremos capaces de inventarnos nuestra propia historia. Las épocas más bellas son aquellas en las que el mundo da vueltas para estarse quieto. Gracias a entonces tenemos un presente que hoy no nos basta. Quedan todavía unos años, una generación: esperaré mi turno, con paciencia, y reuniré frases hechas; montaré algún colectivo temático, a ver si hay suerte, y entonces, y entonces, y entonces…

Elizabeth Duval es escritora y activista trans. Su último libro es Después de lo trans (La Caja Books).

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