Lobos y conservación

No hay en nuestras latitudes europeas una especie de la fauna que protagonice más debates y que esté sometida a un escenario social más complejo que el lobo. A su vez no hay otro animal del que se hable con más inercia y del que se hagan más afirmaciones falsas, con malicia o con ignorancia, que del lobo. La baraja lobuna está ya más que manoseada y lo exigible es no hacer trampas en la partida. Repartamos naipes.

1. El lobo es un gran predador, un carnívoro emblemático de la fauna europea (si bien en la mayor parte de los países de Europa occidental se encargaron durante siglos, hasta conseguirlo, de extinguirlo). Actualmente, el lobo está regresando de forma natural a muchos de estos países (Francia, Alemania, Suiza...).

2. En la Península Ibérica, donde nunca afortunadamente desapareció, atraviesa hoy, en gran parte de su distribución (la norteña), una situación que, desde hace no menos de 40 años, nunca había sido tan próspera. Despejemos por tanto desde el principio la falsedad de que el lobo está en peligro de extinción como algunos se encargan de afirmar o de dejar tácitamente sugerido. No lo está. ¿Por qué lanzar el mensaje contrario? Legítimo es opinar y pedir que no se mate un solo lobo pero mentira biológica es justificarlo argumentando que su estado demográfico está comprometido.

3. Todos los equipos científicos y de gestión que llevamos años en España trabajando con este magnífico carnívoro coincidimos en la bonanza actual del diagnóstico poblacional, otra cosa es en su gestión.

4. Y si no está en peligro, es lógico que sea una especie que pueda ser controlada dados los conflictos que se derivan de su carácter predador hacia el ganado. Así pues, no sólo no es una especie protegida, como se encargan continuamente de añadir de oficio muchos periodistas en sus crónicas loberas, errando fatalmente de base, sino que además es una especie cinegética en Galicia, Castilla y León y Cantabria, siendo las dos primeras regiones las que alojan nada menos que en torno al 70% de los lobos ibéricos.

5. Tampoco está protegido en el País Vasco, si bien ha habido alguna iniciativa que llegó incomprensiblemente a solicitar su inclusión en el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas dentro de la categoría 'vulnerable'.

Así pues, estas cinco cartas repartidas no responden a una opinión de quien esto firma, sino que son una exposición de datos objetivos. A partir de aquí otra cosa es que haya personas o colectivos que deseen que el lobo sea intocable, siendo ello la madre del cordero, frase hecha que en este asunto toma triste cuerpo.

Algunos pensamos que la ganadería extensiva es uno de los pocos resortes que le quedan al campo, a la montaña, para seguir siendo un escenario ecológica y socialmente importante. Las sierras ibéricas, y las vascas más si cabe, están modeladas desde hace siglos a golpe de diente y azada, y muchos de los ecosistemas que hoy la Unión Europea obliga a conservar a través de la Red Natura 2000 (Directiva Habitat), dependen de que siga existiendo la ganadería extensiva.

Pensar que el abandono de los pueblos, de la agricultura y de la ganadería es sinónimo de conservación, supone una torpeza que sólo debiera cometer un urbanita al uso. Creer que cuanto más bosque y matorral haya, y menos personas trasieguen por el monte, es lo mejor para la fauna, para los hábitat... para la conservación en definitiva, no es sino una ingenuidad. Todo lo contrario en los tiempos que corren: los mosaicos paisajísticos de montaña se han mantenido gracias a las actividades primarias, y ovejas, vacas, yeguas, azadas, tractores... no son sino herramientas de un paisaje milenario que sin duda sí está en peligro. Nadie me ha refutado en público estas afirmaciones, que mantengo desde hace años, pero he podido ir confirmando en buena parte de la geografía peninsular que muchos de los que prácticamente hablan en nombre del lobo, sólo las comparten según en qué foros: donde es impopular hacerlo, por cuanto ello suele desembocar en apoyar capturar ejemplares, huyen despavoridos del argumento, no digamos cuando hay quienes gustan de colgarse reiteradas insignias de conservación, esas que no se reparten, desde luego, en la arena por donde otros transitamos. Allá cada cual. Más impopular para un biólogo es mantener que la conservación del lobo, y más aún la de una buena parte de los ecosistemas donde habita, pasa por el control a la especie, o sea, y sin eufemismos, por matar lobos cuando la situación de ataques reiterados al ganado así lo sugiere. Y añadiré: si el lobo es un factor que llega a condicionar la presencia de ganado en muchas de las sierras vascas, lo suyo, en atención a los cinco naipes antes repartidos, es controlarlo. Es un peaje que el lobo soporta cuando las bajas, siempre difíciles de conseguir por otra parte, responden a una planificación.

Y aunque, como decimos, no es una especie amenazada, el lobo sí es motivo de elaboración de planes de gestión a modo de los que vienen aprobando las distintas comunidades autónomas con fauna amenazada. ¿Y por qué? Sin duda porque este animal es peculiar en todo, y esa peculiaridad deriva de ser un emblema de la fauna y, a la vez, un quebradero de cabeza. Asturias, Castilla y León y Galicia, regiones donde se matan decenas de lobos anualmente, tienen en vigor un plan de gestión; por su parte, el Ministerio de Medio Ambiente redactó hace unos años la Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo, documento que, no siendo vinculante, sí marca de forma consensuada para todas las comunidades autónomas una carpa conceptual y de directrices de gestión. Y Álava, a través del Departamento de Medio Ambiente de la Diputación foral, ha lanzado hace un par de meses un plan al respecto; éste ha sido rechazado frontalmente por los ganaderos.

En un plan de gestión dirigido al lobo, todas y cada una de las palabras que se llevan al papel deben ser motivo de sesuda reflexión. Y fundamental para abordarlo resulta haber lidiado durante años con todo lo que supone el entramado social, biológico y económico que el binomio lobo y hombre lleva consigo. Teniendo responsabilidad, como representante del equipo profesional que dirijo, de gran parte del articulado de dicho plan en Álava, y a tenor de lo que ha quedado expuesto en este mismo artículo, podría sorprender el posicionamiento de los ganaderos en tanto en cuanto debe intuirse que las directrices de gestión diseñadas no perseguirán precisamente dar la espalda al sector que considero prioritario en la conservación de muchos de los ecosistemas de montaña y de un tejido que se diluye irremediablemente si no se protege en algunos frentes. ¿Entonces? A mi juicio el plan ha naufragado en su primer asalto por obviar aspectos que, pudiendo ser en definitiva más sutiles que otra cosa, se han interpretado como el todo de ese plan, como la filosofía general del mismo, percibiendo quizá ese sector que la partida esconde un as en la manga. Por otra parte, otros colectivos podrán argüir que el plan contempla, como también saben los ganaderos, que el lobo pueda ser abatido cuando a éstos les ocasiona los problemas ya conocidos. Pero ¡ay! las sutilezas en los asuntos lobo exigen especial cintura, mano izquierda.

Pero el encono de los ganaderos no puede ser tampoco a brazo partido. En la partida lobera los órdagos no son aconsejables, se trabaja amarraco a amarraco, sobran dogmatismos y siempre se echan de menos manos tendidas. Se han cometido errores y creo que el barco debe reflotarse de nuevo con sentido común, hablando y debatiendo... para, finalmente, nadar en una piscina en la que sabemos que nunca estará el agua a gusto de todos pero en la que todos debemos nadar con el mejor estilo.

Mario Sáenz de Buruaga, biólogo y director de Consultora de Recursos Naturales.