Locos, asesinos y terroristas

La matanza de Orlando y el asesinato de Jo Cox han revelado un par de cosas. La primera es que las palabras que tenemos para hablar de estos crímenes se nos han vuelto polisémicas. Confusas. Poco útiles. La segunda es que la acción de un individuo puede torcer el curso de la historia. Como si nuestro destino estuviera en manos de lobos solitarios. Y ya sabemos que el hombre le tiene más miedo al lobo que a una manada de bisontes.

Así lo creyó Donald Trump, que manoseó los cadáveres de la discoteca con un oportunismo tan impúdico que el escalofrío alcanzó las filas del Partido Republicano. El asesino de los gais era un yihadista. Y si era yihadista no podía ser norteamericano. Nacido en Afganistán, dijo Trump. Falso. Omar Mateen nació en Nueva York, a pocas manzanas del barrio de Queens, donde una escocesa inmigrada y el hijo de unos alemanes tuvieron su cuarto y célebre vástago. Mateen frecuentaba la discoteca. En la escuela sufrió 'bullying' y de mayor maltrató a su primera mujer. Toda una biografía. Con más 'finesse', pero con un oportunismo que también se las trae, Cameron intuyó que la muerte de Cox podía ayudarle a levantar cabeza ante un referéndum que nunca debió haber convocado. No reparó en flores, elogios y elegías. Y subrayó las connotaciones políticas del suceso, mientras los tabloides que han defendido el 'brexit' removían la vida de Thomas Mair, el asesino, en busca de algún gen que dejara el homicidio en un desvarío.

La manipulación política de las víctimas se escuda en la polisemia. Si las palabras que usamos no tuvieran tantos significados, no habría lugar para tanta confusión. Los 49 muertos de Orlando habrían dado pie a un duelo compartido y Jo Cox hubiese sido recordada por todos como una mujer que murió en acto de servicio. Pero no fue así. La masacre de Orlando se asoció desde el primer momento al terrorismo. Con fundamento, cierto. El propio Mateen se presentó como un soldado del ISIS leal al Califato. Odiaba nuestros valores. ¿Qué es un individuo así, si no un terrorista? Su condición encajaba en la narrativa que nos permite entender el mundo desde el 11-S. La muerte de Cox, al contrario, fue obra de un hombre solitario. Mair era eso que los italianos llaman 'un uomo qualunque', el vecino que todo inglés bien nacido suele tener. Poco hablador, pero bonachón. Capaz de echar una mano para cuidar los lirios del jardín.

Nadie ha demostrado que Mateen recibiera órdenes de supuestos inductores. Pero era un yihadista. ¿Por qué hurgar en su vida? Su mirada es inequívoca, decidida, provocadora. Mair, en cambio, tiene los ojos nublados y los brazos caídos. Es un hombre perdido. Y si mató a esta pobre mujer será porque estaba más loco de lo que pensaban sus vecinos. Dicen que gritó «'Britain first!'» antes de apuñalar a la diputada, pero ¿quién lo oyó? Y si lo dijo, ¿sabía lo que decía? Un hombre así no sabe que este es el nombre de un partido fundado por antiguos voluntarios del Ulster. A medida que salían pruebas de amistades comprometidas, los tabloides construían la narrativa del desquiciado. El loco.

Tenemos un problema. Lo tienen incluso los británicos, tan pulcros en separar hechos de opiniones. ¿Cuándo hablamos de un terrorista? ¿Y cuándo pensamos en un loco? Hasta hace dos o tres décadas había otras palabras para el que mataba de manera intencionada e indiscriminada. Fascista o anarquista. Comodines que no resistieron el paso del tiempo. Terrorista sobrevivió. Como sustantivo y como adjetivo. Desde los zelotes hasta los yihadistas. Sirve para captar realidades muy diversas, como ha explicado José María Tortosa. Cumple una función. Llena un vacío. Nos libera de la complejidad.

Mateen era un terrorista. De acuerdo. ¿Y Mair? ¿Por qué dudamos? ¿Por qué pensamos que está loco, mientras creemos saber que Mateen estaba cuerdo? Porque para calificarlo contamos con una narrativa. La del odio yihadista hacia un modo de vida sin ataduras religiosas. Y como la narrativa lo explica todo, ya no interesa la biografía del terrorista sino su condición. Por el contrario, no sabemos dónde colocar el acto de Mair. Entonces, los detalles de su vida perra nos ayudan. Nos reconfortan, porque nos hablan de un ser desquiciado. Una excepción. También lo era Anders Breivik hasta que unos forenses explicaron que se puede ser noruego, luterano y matar a 77 personas estando en su sano juicio.

¿Por qué separar las ecuaciones personales de su entorno político? Sin atender a ambos registros nunca entenderemos del todo qué ocurrió con Mateen, Mair, Salah Abdeslam o Breivik. Ninguno de ellos estaba loco antes de matar. Pero todos fueron víctimas de desórdenes activados por un contexto infernal. El de ideas que niegan el derecho a la libertad y a la diferencia. Que vienen de Oriente o de Occidente. Oxígeno del terrorismo.

Andreu Claret, periodista.

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