Lograr (nuevamente) el sí de Alemania

La crisis en cámara lenta de la deuda soberana europea puede parecer original, pero no lo es. Hace unas pocas décadas funcionaba el Mecanismo Europeo de Cambio (MEC), que colapsó durante una crisis muy similar a la que afecta hoy a Europa. ¿Será otro esta vez el resultado?

El MEC era un acuerdo que fijaba la mayoría de los tipos de cambio europeos dentro de ciertas bandas de flotación. Pero las políticas monetarias de los miembros del MEC mantuvieron su carácter local. No sorprende que ello haya derivado en desequilibrios fiscales.  Cuando los mercados de capital presentían problemas entre los miembros del MEC, invariablemente vendían en descubierto la moneda más vulnerable y obligaban a las autoridades del país a devaluar. Las autoridades se resistían, culpaban a los especuladores y luego, habitualmente después de varios días frenéticos, se rendían.

Los mercados también ponían a prueba la voluntad de los responsables de las políticas en los países del MEC que por lo demás eran sólidos, en especial cuando ocurrían grandes huelgas o elecciones importantes. En esos casos, incluso un gobierno con los fundamentos económicos adecuados y sus asuntos financieros en orden podía encontrarse en problemas. El presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, es perfectamente consciente de esto: a principios de la década de 1990, enfrentó una crisis semejante en calidad de presidente del Banco de Francia.

Algunos observadores contemporáneos del MEC creían que esos problemas podían resolverse fácilmente. Si el banco central del país que imprimía su «moneda fuerte» (Alemania) estuviese dispuesto a proporcionar un apoyo ilimitado a una «moneda débil», las cosas se solucionarían. Se sugirió que el Bundesbank alemán se dispusiera a comprar «cantidades ilimitadas» de liras o francos, para que nadie osara apostar contra esas monedas.

La noción de «cantidades ilimitadas» era importante: los especuladores obligarían a los funcionarios a agotar las cantidades limitadas y la autoridad adquirente (el Bundesbank) eventualmente debería hacerse cargo de la pérdida. El apoyo monetario produciría transferencias fiscales, tornando inviables las intervenciones limitadas. Por el contrario, con apoyo ilimitado, todos los especuladores podrían ser aplastados, y no sobrevendrían pérdidas (ya que la intervención de apoyo a la moneda débil tendría éxito).

El único problema era que tanto el Bundesbank como el gobierno alemán siempre se resistieron ferozmente ese tipo de acuerdos, alegando que podrían conducir a la emisión de cantidades ilimitadas de marcos alemanes, que alimentarían la inflación.

En su lugar, Europa desarrolló el euro, que resolvió el problema de los ataques especulativos y la credibilidad monetaria con el reemplazo de las monedas individuales por una nueva. Era imposible atacar la lira o el franco, porque ya no existían. Pero Italia y Francia entregaron algo a cambio de esta garantía: el BCE fue diseñado para ser independiente de todos los gobiernos de la zona del euro.

Sin embargo, la crisis actual de la deuda ha resucitado el antiguo problema, y es la deuda la que cumple ahora el rol que las monedas ocupaban en la época del MEC. Algunos países de la eurozona tomaron excesivos créditos y han sido castigados por los mercados, tal vez merecidamente, mientras que otros, gracias al clima de nerviosismo resultante, se han convertido en blanco de los especuladores. El 21 de julio, los líderes de la zona del euro acordaron un uso «más amplio» del nuevo Fondo Europeo para la Estabilidad Financiera (EFSF), autorizándolo a adquirir la deuda de los países amenazados de la eurozona en mercados secundarios.

Pero las «intervenciones más amplias» del EFSF recuerdan a las «cantidades ilimitadas» de intervención sobre los tipos de cambio propuestos para rescatar al MEC. Si «más amplias» significa compromisos limitados poco sistemáticos que eventualmente se agotarán, el esquema corre el riesgo de crear pérdidas (como las que hubiera sufrido el Bundesbank si hubiese participado en defensas limitadas de las monedas débiles del MEC). Para evitar esta posibilidad serían necesarias «intervenciones ilimitadas». ¿Pero con qué recursos y bajo qué autoridad?

Esto explica la creciente agitación por la emisión de «eurobonos». La conversión de todos los bonos nacionales de la eurozona en obligaciones reconocidas conjuntamente por todos los gobiernos de la zona del euro es una réplica de la solución a la ruptura del MEC, que consistió en abandonar las monedas nacionales en favor del euro. Esto implicaría para Alemania la pérdida de control sobre la calidad de su crédito, de igual forma que el reemplazo del Bundesbank por el BCE implicó perder control sobre la calidad de su moneda (aunque se le otorgó un papel fundamental en el diseño del BCE).

Lo que falta a las propuestas actuales es el equivalente a la independencia del BCE, que garantizó la participación alemana en el euro. No es casualidad que recientemente uno de los líderes de la oposición a la política de «intervenciones ilimitadas» del MEC –el principal economista en jefe del BCE, Otmar Issing– criticó severamente tanto al «EFSF ampliado» como a los eurobonos. Las propuestas actuales, según Issing, son «antidemocráticas».

Las concesiones necesarias para garantizar la participación alemana probablemente sean gigantescas. Dada la capacidad de los mercados para controlar a los prestatarios dudosos, las garantías probablemente deban ser institucionales, constitucionales, y políticas –posiblemente un control formal sobre la política fiscal europea por parte de un organismo al menos tan creíble como el BCE, lo que implicaría una dramática disminución del poder de los parlamentos nacionales.

Ese tipo de cambios radicales exigiría el consentimiento de todos los países de la eurozona. Y tendrían que satisfacer al Bundestag (no a Standard and Poor’s). El resultado más probable si esto no se consigue será el fracaso.

Por Marc Flandreau, profesor de Economía Internacional e Historia Internacional en el Instituto de Posgrado de Estudios Internacionales y Desarrollo en Ginebra. Traducido al español por Leopoldo Gurman.

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