Lope de Vega en la Corte de Felipe VI

Apenas se vislumbran las primeras luces del 23 de abril y ya estamos lamentando que, a pocos días del redondo y coincidente aniversario de la muerte de ambos genios, tenemos mucho Shakespeare y poco Cervantes. El primer ministro británico, David Cameron, y sus escribidores tienen muy claro para qué sirven los clásicos, por qué un ciudadano británico necesita y tiene que leer a Shakespeare. Nadie sabe si Mariano Rajoy y sus plumíferos saben por qué diantre conviene que los españoles (y los venezolanos, si me apura), con él en cabeza, se pongan con Miguel de Cervantes.

En todo caso, esos agoreros que denuncian la desidia estatal ante el magno acontecimiento (¡otro cuarto centenario!) que se avecina no son más que cantos de cisne de una alarmante falta de interés de los políticos españoles por la cultura, sea ésta de color azul, rojo, morado o naranja, donde la casta, la caspa, las rastas y las liendres se juntan, en un triste y fatuo rebuznar, para tapar su falta de sentido y sensibilidad sobre nuestra literatura patria clásica. En estos días en los que un Rey borbón, Felipe VI, no para de abrir la puerta de sus aposentos para que, por ventura o por azar, alguno de los 'cabestros' salidos de las urnas se convierta en el presidente del Gobierno, no es posible dejar de pensar en el monarca que, con el nombre de Felipe III pero de la dinastía de los Austrias, destrozó la España de hace 400 años, a través de un valido tan inválido como el duque de Lerma, en el bien llamado Siglo de Oro español.

Lope de Vega en la Corte de Felipe VISin duda, honrar oficialmente la muerte de Cervantes no nos va a ayudar a ser mejores personas ni probos ciudadanos ni, mucho menos, nos va a servir para entender la realidad del convulso y desgraciado momento político que nos ha tocado vivir sin haberlo elegido. Tampoco acabará con la corrupción ni con la violencia sexista ni con la pederastia ni con las desigualdades sociales ni con los refugiados ni con las mafias. De hecho, Cervantes no vale hoy para nada que no sea disfrutar de la lengua y las peripecias del 'Quijote', y, si por esos extraños azares de la vida, el Manco decrépito saliera de la cripta y se paseara por Madrid y por Barcelona, sería incapaz de entender la cotidianidad española.

Cervantes es, según confesión propia, el más timorato de los creadores que viven en 1616, moribundo acomplejado ante la superioridad poética de Góngora y el éxito teatral de Lope de Vega. Repetía Claudio Guillén, ya emérito, que leería el 'Persiles' cuando se jubilara, y lo cierto es que, con buen criterio, en la cátedra no pasó del 'Quijote' y las 'Novelas ejemplares'. Aun así, algunos rincones de 'La Galatea', la 'Adjunta al Parnaso', el prólogo a las 'Ocho comedias y ocho entremeses' o la dedicatoria al conde de Lemos del 'Persiles', la obra perdida titulada 'Las semanas del jardín' o el verso viejuno de 'Los tratos de Argel' invocado por Pedro Sánchez (¡ay asesores!) se han convertido en comodines de una terca erudición espuria. Con todo, la pereza con que se plantea este cuarto centenario de nuestra más patriótica defunción, y su corolario comparativo con la de William Shakespeare, es la manifestación más palmaria del manto de desconsiderado y cansino analfabetismo que recubre nuestro desgobierno.

Una pequeña encuesta entre conocidos menores de 35 años, con estudios superiores, sobre las fechas de nacimiento y muerte de Cervantes (1547-1616), Góngora (1561-1627), Lope de Vega (1562-1635) y Calderón de la Barca (1600-1681), arroja una falta de acierto vergonzante. Me gustaría hacer la prueba con las señorías más jóvenes del Congreso, con Íñigo Errejón al frente. ¿Cuál sería el resultado? Sea cual fuere, es indudable que esos cuatro creadores entrarían en un canon de literatura universal, y que ninguno (salvo Cervantes) tiene una biografía actual y comercial que se acerque a las mil buenas visiones poliédricas de Shakespeare, desde la de Stephen Greenblatt hasta la de Bill Bryson.

Es un milagro, un desgraciado milagro de nuestra potente industria académica, que sigamos maltirando de Miguel Artigas para la vida de Luis de Góngora, de Américo Castro y Hugo Albert Rennert para Lope de Vega y de Donald Cruickshank para Calderón de la Barca. Por eso, porque no sabemos a quién encomendarnos, seguimos creyendo gregariamente que Miguel de Cervantes puede ser el faro que nos guíe entre los desafueros de los mandamases de hoy, ésos que pisan la Corte de Felipe VI como quien entra en el camarote de los hermanos Marx. Por el contrario, tengo para mí que la efeméride literaria de este 2016 no es la resurrección de Miguel de Cervantes, que nació y murió viejo, sino el inicio del noviazgo de Lope de Vega (cincuentón entonces) en aquel 1616 con Marta de Nevares, la bellísima Marcia Leonarda que, en sencilla pero lapidaria frase del propio Lope recordada por Francisco Rico, «tenía los ojos verdes». En esta extraña pareja está toda la tragicomedia esencial del pasado y del presente: Marta de Nevares casada a su pesar por interés ajeno a los 13 años, que padeció violencia de género, que tuvo una doble vida clandestina con Lope y que perdió la vista y la razón en el apogeo de su primorosa juventud.

Hoy, con la política española convertida en una contorsión teatral que no es más que eso, malo y duro oficio de titiriteros, no hay mejor intérprete que Lope de Vega. Un individuo que en 1616 ya ha sido secretario de condes y duques, que ha sido expulsado de la corte, que ha triunfado en el teatro, que ha escrito la poesía amorosa más dulce, que ha abrazado el sacerdocio, que ha dejado cadáveres físicos y psíquicos, amantes, hijos reconocidos y sin reconocer; un ser, en fin, de carne y hueso y un artífice excepcional que vivió en plenitud de facultades el mismo disparate que hoy nos envuelve: la vida misma convertida en una impura ilusión teatral. Ese hombre que hoy mantendría todo su 'glamour' y sería requerido por las cofradías del poder.

Ese vate genial cuya poesía, leída en clave política, nos serviría para entender el comportamiento zozobrante y mezquino de quienes mandan. Así, el celebérrimo soneto 61 de las 'Rimas' (1602), que empieza con el verso «Ir y quedarse, y con quedar partirse» y que sigue con varias metáforas marineras se podría leer como una premonición de la singladura secesionista de Artur Mas («oír la dulce voz de una sirena / y no poder del árbol desasirse»), de la parálisis existencial de Rajoy y de las contradicciones de tantos otros políticos y estafadores aferrados a sus poltronas. O el soneto no menos conocido de las 'Rimas divinas' (1614), cuyo primer endecasílabo reza «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?» y que tan a mano viene para describir la incapacidad de Pedro Sánchez para sosegar a su propio partido o pactar con Pablo Iglesias o con quien sea. O 'La Dorotea' (1632), novela celestinesca que competiría con los culebrones televisivos de sobremesa, las series de cacos norteamericanas, las trifulcas de baja estofa de programas como 'Gran hermano' o 'El Hormiguero' o, ya puestos, en la feria del Congreso de los Diputados, donde Lope se sentiría como un pulpo en el agua. O 'Mujeres y criados' (1613-1614), una comedia de enredo más de las muchísimas que escribió, como una defensa radical de la libertad de la mujer asediada y de los derechos de la clase trabajadora. ¡Y tantas y tantas otras!

Lope de Vega, que se peleó a muerte con Góngora y Quevedo, dos inteligencias superiores pero reconcomidas en su sorda y negra bilis, que no trabaron conocimiento con mujer, que se avinagraron con su tiempo y que no podrían entenderse con el nuestro, sería un consejero ideal para nuestro rey. Lope, queriendo y sin querer, sostuvo sonadas riñas personales y sórdidas polémicas literarias, dignas de figurar en palestras tan contemporáneas como Facebook y Twitter. Todo ello síntoma vital, viril y viral de una cultura literaria viva, en un momento de indigencia política máxima. Felipe VI tiene un 'marramiáu' similar al de Felipe III en 1616, pero nadie se atreve a alzar la voz discordante, no sólo por el notorio placer de participar del lugar común sino también por el miedo a perder alguna mísera prebenda. Por eso los 'lobbys' nos venden la cuarta reencarnación de Miguel de Cervantes sin decirnos por qué ni para qué, como si acaso fuéramos ingleses, como si Cervantes fuera algo (o algos) más que el 'Quijote'.

Manel Martos es doctor de Humanidades y director de Gredos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *