«Lope es una puerta abierta al campo…»

El Corral de Comedias de nuestro Siglo de Oro fue un espacio de luz y de libertad en un tiempo sombrío. En los corrales se permitían cosas vedadas al resto de espacios de la época como la convivencia armónica en el tablado de reyes y mendigos, de nobles y plebeyos, de hombres y mujeres en un espacio igualitario en el que todos podían reivindicar sus luchas y sus derechos. En esos espacios los ciudadanos, saltándose los abismos sociales de su tiempo imaginaron una sociedad mejor, más libre y más justa. Después la sociedad, lentamente, con el paso de los años y los siglos, les fue copiando e imitando. El teatro siempre ha sido visionario y revolucionario en su imagen del mundo.

Todos esos sueños se veían a veces truncados con el cierre de los corrales, en los lutos reales por el fallecimiento de un miembro de la Familia Real y también en épocas de peste, y en eso también parecen haber sido proféticos. Los tiempos sin teatro eran tiempos de encierro y de confinamiento, de tristeza, y desde esos claustros imaginaban mundos y vidas. Sor Juana y muchas dramaturgas pasaron su vida entera en un encierro conventual, e inventaron su libertad allí. También desde un encierro, carcelario en este caso, Cervantes soñó la vida de su Quijote, el personaje más libre da nuestra literatura, de la del mundo entero. Pero Cervantes siempre tuvo dolor de teatro; siempre anheló el triunfo en los Corrales de Comedias.

Porque el teatro era el espacio ciudadano, la plaza comunitaria y del pueblo. Una gran plaza universal cuyos corrales se extendían por España, Portugal, el Nuevo Mundo y hasta las Islas Filipinas, en un imperio teatral en el que nunca se ponía el sol; en el que nunca se quedaba el tablado sin actores. En esa anchurosa plaza aprendían a reír y a llorar, todos juntos, en comunidad. Ese universo de escenarios ha pasado en el último año a convertirse en esa imagen fantasmal que nos pinta 'La vida es sueño': teatro funesto es donde importuna representa tragedias la fortuna. Y bien que las ha representado en estos largos y trágicos meses de pandemia, de peste moderna. Por fortuna, el tiempo actual nos da el consuelo de la ciencia, que abre las puertas a la esperanza cierta.

El engañar con la verdad es cosa que ha parecido bien dice Lope en su Arte Nuevo de hacer comedias en este tiempo y la verdad nos ha engañado a nosotros en este año de teatros cerrados y vacíos en muchos casos. Nos ha tocado aprender de nuevo, aprender a vivir y a vivir el teatro, aprender una nueva responsabilidad colectiva de teatreros y espectadores, aprender a llorar por las pérdidas de este año maldito, y en medio de la tragedia aprender también a reír por lo que nada ni nadie nos podrá quitar.

Tenemos que hacerlo de nuevo porque el aprendizaje, individual y colectivo, también ha sufrido esta peste. Los nuevos ciudadanos están siendo educados en las casas y no en las plazas, sin convivencia, sin comunidad y sin teatro. Ese aislamiento social está muy lejos de nuestra manera de vivir, de la de hace siglos y de la de tiempos más cercanos, en las que los teatros eran un corazón vivo. El teatro es la plaza pública necesaria y el lugar de la reflexión colectiva. La vuelta al teatro es la explosión de la vida real tras un largo extraño letargo.

Los teatros han estado huérfanos durante meses, y siguen vacíos en muchos de nuestros países vecinos, desde el Reino Unido a Francia y desde Italia a Alemania. El nuestro ha sido un pueblo valiente y responsable que ha vuelto a los teatros, con todas las medidas y distancias necesarias, con miedo y con valor por igual, con decisión. Y también han tenido decisión y valor todas las instituciones que han apostado desde la prudencia por la apertura de los teatros como un espacio necesario, como un alimento imprescindible para el espíritu.

Cada teatro abierto es una victoria colectiva de la ciudadanía: de espectadores, acomodadores, técnicos, actores, actrices y quienes trabajan entre bambalinas.

Cada teatro abierto es un libro único cuyas páginas se abren sólo para nosotros y en una sola ocasión, irrepetible. Es un milagro comunitario.

Nos queda mucho trabajo por hacer y debemos seguir mirándonos en el espejo de nuestros padres y abuelos hasta llegar a Lope, de quien Antonio Machado dice que es una puerta abierta al campo, a un campo donde todavía hay mucho que espigar, muchas flores que recoger. Imaginemos en este duro tiempo, aún de renuncias y de confinamientos, los campos que nos esperan en Lope, en María de Zayas, en Calderón, en Sor Juana, en Cervantes, en Juan Ruiz y en todos nuestros clásicos que nos aguardan en los teatros y festivales.

Vayamos al teatro, con prudencia pero sin miedo, a conquistar esos campos, a espigar juntos y a recoger flores que necesitamos más que nunca.

Ignacio García

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