Los 100 días de la América de Trump

Incerteza es la palabra que mejor describe estos primeros 100 días de la administración Trump. A pesar de las valoraciones comparativas que ha venido haciendo la prensa norteamericana entre los resultados alcanzados por el presidente Donald Trump y administraciones anteriores en sus primeros meses en el poder, este ejercicio no sería tan estricto de no ser por el contrato que el mismo presidente asumió con la sociedad estadounidense durante la campaña electoral: "Es un contrato entre el votante estadounidense y yo, que comienza con la restauración de la honestidad y la rendición de cuentas, y traerá el cambio a Washington", dijo entonces el propio Trump. El cambio en la Casa Blanca se ha evidenciado a golpe de tweet y presenta una clara tendencia: una cosa es lo que el presidente diga y otra lo que su equipo afirme.

Los tres primeros meses de la administración Trump se podrían simplificar con la imagen de un presidente que no para de firmar órdenes ejecutivas, que debe lidiar con escándalos al estilo Guerra Fría, y presenta escasa legislación y una desafortunada estrategia de comunicación. Si en su primera semana en la Casa Blanca Trump parecía no perder tiempo para erradicar el legado del presidente Obama, los meses siguientes han demostrado que el sistema de checks and balances de la sociedad norteamericana está dando resultados. El poder judicial y las movilizaciones ciudadanas han sido una muestra de ello.

Sin embargo, si recuperamos las promesas hechas en su contrato de campaña, es  cierto que el presidente ha cumplido con aquellas que tienen que ver con la regulación de los lobbies, la contratación de personal, la retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), ha dado luz verde a la continuación de los oleoductos Keyston XL y Dakota Access, y ha erradicado las medidas tomadas por el presidente Obama para combatir el cambio climático con su “Plan de Energía Limpia”. Además, Trump sacudió al mundo entero cuando decretó una orden para “Proteger a la nación de la entrada de terroristas extranjeros en Estados Unidos”, en la cual ordenaba el cierre temporal de las fronteras estadounidenses para inmigrantes de siete países de mayoría musulmana (Irán, Irak, Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemen), para los refugiados de todo el mundo  y un cierre indefinido en el caso de los refugiados provenientes de Siria. Desde ese momento, el sistema judicial estadounidense se convirtió en la voz de la conciencia de un país erigido por inmigrantes y logró frenar el cierre de las fronteras y los intentos de retirar la financiación a las llamadas “ciudades santuarios” de la inmigración. Sin embargo, aún queda por ver qué sucederá si el presidente cumple su amenaza de llevar el caso a la Corte Suprema de Justicia. Un Tribunal que, por cierto, hoy en día cuenta con un conservador más elegido por el presidente Trump: Neil Gorsuch. De hecho, la elección de este juez es una de las claras victorias que se pueden enmarcar en estos primeros 100 días, aunque fuera posible sólo gracias a la aplicación de la llamada “fórmula nuclear” que permitió el cambio en las normas de elección del Senado.

Otro de los altibajos de Trump fue su intento de erradicar la reforma sanitaria aprobada durante la administración Obama, el Obamacare. Trump no sólo se dejó en evidencia a sí mismo con inesperados golpes de sinceridad y cierto amateurismo admitiendo que “nadie sabía que la sanidad podría ser tan complicada”, también se hizo evidente la división ideológica del partido Republicano y la prueba de que un Congreso con mayoría Republicana tampoco le pondría las cosas fáciles.

En el ámbito de política exterior, Trump ha conseguido recibir algunos elogios (aunque efímeros) por parte de la opinión pública, ha “moderado” su discurso con respecto a la  campaña y ha hecho más evidente el “two track” de su gobierno. Trump ha demostrado haber descubierto, recientemente, qué significa la OTAN y su valor estratégico. Ha eludido acusar a China de manipuladora de divisas porque se ha dado cuenta de la importancia de Pekín como actor internacional, aunque no parezca  comprender el complejo escenario del Sureste Asiático. Aún queda por ver cuál será su posición con respecto al conflicto de Oriente Medio después de haber dado por terminada la política estadounidense de los últimos años en la región en tan solo una comparecencia de prensa.

Ahora bien, lo que permitió al presidente Trump ganarse el efímero apoyo de muchos que se habían sentido frustrados por la posición de Obama ante la guerra en Siria fue su respuesta militar al uso de armas químicas por parte de Bashar Al-Assad contra su población. Observadores y analistas aplaudieron este paso como la constatación de que el presidente Trump sabía tomar decisiones duras. Sin embargo, días después de esta acción y del lanzamiento de la “madre de todas la bombas” como método para luchar contra ISIS en Afganistán, surgió la incertidumbre sobre la existencia, por parte de la administración Trump, de una política estratégica a corto y largo plazo en esta área.

Frente a este contexto doméstico e internacional, los 100 días de Trump dejan un panorama incierto. En primer lugar, por la duda de saber quién está tomando realmente las decisiones en la Casa Blanca, ya que por un lado, los tweets del presidente testimonian contundencia, mientras el Secretario de Estado, Rex Tillerson, y su Secretario de Defensa, James Mattis, van calmando las ansiedades de sus aliados (un claro ejemplo de esto ha sido el capítulo de la OTAN). En segundo lugar, la incerteza de saber si esta actitud responde a una especie de modus operandi estratégico del presidente para parecer impredecible o bien es fruto únicamente de la falta de experiencia de una persona que aún está descubriendo que no puede gestionar el país como una gran empresa. En tercer lugar, hay incerteza sobre cuál es la visión política del presidente sobre el papel de Estados Unidos en el mundo. Si en su campaña todo parecía indicar que Washington emprendería un periodo aislacionista, los primeros 100 días de su presidencia han demostrado que Trump puede ser muy intervencionista, militarista y, sobre todo, unilateralista.

Donald Trump ya ha cumplido sus 100 primeros días en la presidencia y, con ellos, puede anotarse el haber cumplido también al menos una de sus grandes promesas: traer el cambio a Washington. Pero, ¿cuál será la dirección definitiva de ese cambio? Eso lo juzgarán los próximos tres años y ocho meses de su legislatura que aún restan por delante. Sin embargo, estos primeros tres meses ya dejan claro que, a nivel doméstico, la división ideológica y la polarización social no le pondrán la cosas fáciles y, a nivel internacional, la solución militar a los problemas globales vuelve a situarse a la cabeza de la agenda política de la Casa Blanca. El multilateralismo de Obama está pasando a la historia junto con su legado. Mientras la política presidencial aún está en camino de concreción, merecerá la pena seguir también, en los próximos meses, la evolución del bipartidismo en el Congreso de los EEUU y su papel determinante en el apoyo o no al presidente, así como la continuidad de la movilización ciudadana como fuerza de oposición social y política. No es nada desdeñable que, con tan solo 100 días en la Casa Blanca, las últimas encuestas elaboradas por The Washington Post y ABC afirmen que un 53% de los encuestados desaprueba la actuación de Donald Trump como presidente, frente a un 43% que la aprueban. Un 55% de los encuestados considera que su posición no es consistente. El presidente de los ratings y las audiencias televisivas, el hombre que forjó su popularidad hace décadas a través de la pequeña pantalla y que hoy vive obsesionado por las críticas de los medios de comunicación convencionales, seguro que ha tomado buena nota de este primer examen.

Paula de Castro, investigadora y gestora de proyectos

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