Los abogados y el Rey

Hace ya 15 años que fui elegido por primera vez Decano de los Abogados de Madrid. Por tres mandatos consecutivos he sido enaltecido por la confianza de mis compañeros y, al no presentarme ahora a la reelección, es tal vez el momento de las despedidas y de los reconocimientos. Y quiero personificarlos todos en la figura del Rey. Cuando los españoles afrontábamos la perplejidad y la bruma del cambio de régimen, el Rey tomó en sus manos un Estado cuya estructura y fundamentos se extinguían inexorablemente con la vida de quien lo había fundado. Al Rey le tocó encabezar el proceso de transición cuyo curso y resultados admiraron al mundo. Lo hizo con presencia firme y con claridad, en la única dirección que cabía emprender: rumbo a la democracia.

Claro que el proceso lo hicimos entre todos los españoles respaldando con ilusionada madurez ciudadana a quienes lideraron aquel esperanzador momento. Fue una construcción cuidadosa, convencida, mimada de respetos recíprocos, conscientes todos de que esta vez sí sería posible superar exclusiones, enfrentamientos, ambiciones y dogmatismos. Los muy significados izquierdistas de aquel tiempo supieron dejar en las riberas del camino las más afiladas de sus aristas; y los conservadores acertaron también al desprenderse de símbolos y rutinas excluyentes.

Entre todos tomamos el camino de la democracia, sin recelos, redescubriendo el paisaje de la libertad y paladeando el misterio purificador de las urnas. Por ellas pasó también el Rey, y de ellas salió la voluntad de convivir en un sistema de democrática Monarquía parlamentaria del que la Corona sería simbólica representación y cúspide formal.

El referéndum constitucional fue así un Jordán solemne y expresivo que constató la voluntad de los españoles de convivir en paz bajo el dosel constitucional que el Rey personificaba. El Rey en nombre de todos, con reconocido coraje, plantó cara al golpe del 23 de febrero de 1981, señalando con firmeza la necesidad ineludible de seguir el camino de la democracia, expresando el anatema colectivo a las tentaciones golpistas. El Rey nos rescató en aquella ocasión de una vuelta al pasado y arrastró a todos a la moderación de los mensajes, la matización de las aspiraciones y el cuidado de las formas. O sea, el respeto de todos para todos. Dio así ejemplo y por eso, desde la modestia de mi persona le expreso la gratitud de un ciudadano más, formulada también en representación de la profesión de abogar, que me he honrado en presidir durante estos años.

Nuestro Colegio de Abogados, más de 400 años de vida corporativa, agrupa a unos profesionales que ejercemos un oficio comprometido y difícil. Estamos cerca de las pasiones y las tribulaciones de las gentes y por eso somos conscientes del valor del Estado de derecho como marco de convivencia democrática, bajo el imperio de la ley para todos y con la dignidad de la persona protegida por los derechos fundamentales. Este es el espíritu de las aulas de nuestro Colegio, que han sido y serán templo de libertad e independencia, como lo ha de ser siempre el corazón de un abogado.

Yo nací en una España que, escarmentada de los avatares políticos de la restauración había soñado ilusionadamente con la forma republicana de gobierno. Como llegué al mundo en plena guerra civil, cuando fui despertando a la razón pude contemplar los restos y las secuelas de aquel caos de sangre y fuego. Así que nunca aparto de mi reflexión el recuerdo de los errores del pasado que habían conducido a la degradación de la convivencia y a la lucha cainita.

Visité al Rey por primera vez cuando todavía era Príncipe, en una audiencia con la Junta de Gobierno del Colegio presidida por el inolvidable don Antonio Pedrol. En un día frío y destemplado, en la Quinta del Pardo, tuvimos todos la impresión ilusionada de estar alcanzando ya el futuro... que enseguida habría de llegar.

Con aquel mismo bagaje de vocación por el Derecho, germen ineludible de libertad y garantía de paz cívica, he tenido el honor de ser recibido por el Rey en muy diversas oportunidades. Es un honor que no comporta ninguna actitud genuflexa. Sólo la convicción de estar ante quien nos representa a todos; ante quien, como Rey constitucional, no le cabe otra cosa que recoger el pálpito vital de la ciudadanía y poner el oído y -como dice el verso de Andrés Eloy Blanco- «sobre las grietas de la tierra allí escuchar la voz y la música» de las aspiraciones e inquietudes de todos.

No tiene el Rey oportunidad constitucional de proponer soluciones ni explicitar preferencias. Eso corresponde a la soberanía popular -elecciones, partidos políticos, sociedad civil...-, pero el Rey personifica al conjunto de los ciudadanos y es expresión del respeto que todos debemos a todos, también al Rey. Y para eso no hacen falta fervores monárquicos envueltos en nostalgias; basta con la convicción constitucional, que es la que todos compartimos, porque bajo su manto cabemos todos empezando por los que discrepan.

Al expresar mi gratitud al Rey cumplo con un deber moral. He presidido una institución que ha compartido y contribuido a la historia patria por más de cuatro siglos. El Rey presidió en 1996 los actos de nuestro IV Centenario y con su acogida cordial y afectuosa nos ha puesto siempre de manifiesto su comprensión sobre el empeño de nuestra profesión, vinculada esencialmente a las tareas de la Justicia que en su nombre se imparte por los jueces. Nos ha escuchado, nos ha preguntado, sabedor de la independencia que es marca de la casa de nuestro oficio de abogados. Abogados libres para ciudadanos libres, que superando muchas dificultades y tensiones servimos con lealtad al Estado de derecho. Una formulación ésta -la del Estado de derecho- que forma parte de la construcción iberoamericana en la que el Rey se emplea siempre con renovada vocación.

En esa tarea que mira a Iberoamérica, y que nuestra corporación tiene asumida históricamente, hemos contado siempre con el apoyo inestimable del Rey. Así recientemente quiso expresar su convicción iberoamericana ante la abogacía de aquellos países recibiendo una vez más a sus máximos representantes, a los 25 años de haberse fundado la Unión Iberoamericana de Colegios de Abogados. Todos los foros jurídicos de la comunidad iberoamericana han percibido aquel apoyo, y desde ellos recibimos continuado mensaje de gratitud para el Rey. Los abogados que ejercemos en aquellos pueblos bien sabemos lo ardua que es la tarea de la justicia y del derecho en esos países donde el camino constitucional está a veces asediado por avatares, titubeos y tibiezas que ensombrecen la permanente esperanza de esas libertades, representadas emblemáticamente por el Rey. Por todo ello, gracias.

Luis Martí Mingarro, Decano del Colegio de Abogados de Madrid de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.