Los agentes de Oriente Medio mueven ficha en los conflictos

El año 2008 está resultando particularmente doloroso para los árabes, dentro de una larga secuencia cronológica que no se distingue precisamente por sus satisfacciones, calmas y alegrías. La inevitable rememoración de aquel nefasto 1948, de la primera catástrofe (al-nakba), que significó la usurpación y la pérdida de Palestina, gravita como una pesada losa agotadora e insostenible y reactualiza permanentemente la insoportable carga de un pasado aún próximo -60 años-, a lo largo de los cuales las derrotas, las decepciones, las incomprensiones y agresiones exteriores, los desgarros internos y las incapacidades propias no han ido sino creciendo y acumulándose. Sesenta años que se disponen en una primera fase de ascenso y voluntad de reafirmación, hasta los últimos años de la década de los 60 de pasado siglo, y una segunda más larga de descenso y progresiva debilitación. Vengo repitiendo una y otra vez que resulta fácil sintetizar su historia última afirmando que el espacio árabe, y especialmente en su subespacio oriental, ha pasado de tener un país de máximo dolor, Palestina, a tener tres: Palestina, el Líbano e Irak.

Yo no sé si ese espacio ha entrado o no en una nueva fase, y me parece sumamente imprudente y arriesgado hacer afirmaciones tajantes al respecto, pero es indudable que acaban de producirse algunos hechos que nos sitúan en coyunturas nuevas y diferentes que pueden llegar a generar cambios profundos y radicales. Voy a referirme estrictamente a dos de ellos, que no dejan de estar además parcialmente relacionados entre sí, y a los que si quisiéramos poner una etiqueta común sería la de la actuación protagonista y decisiva de los agentes regionales. En concreto, a dos de ellos: la mediación qatarí para la solución de la crisis interna libanesa, y la mediación turca en el establecimiento de conversaciones de paz entre Siria e Israel, que podrían llevar a las negociaciones directas entre ambas partes. No por azar ni incomprensiblemente, Siria está presente en ambas iniciativas, aunque sólo en una sea también protagonista. Se pone así en evidencia lo que no cabe ignorar: que Siria es una pieza estructural clave en la laberíntica edificación política de la región.

Puede parecer en principio sorprendente, paradójico y hasta inexplicable que un minúsculo emirato del Golfo esté jugando un papel tan relevante para la posible solución final de un problema tan enrevesado, deteriorado y grave como es la crisis libanesa. No es así, y existen causas que contribuyen a explicarlo, al menos parcialmente. Hay una realidad básica y creciente: la progresiva emergencia protagonista de toda la región del Golfo (al-Jalich) desde hace algún tiempo, no sólo en su dimensión económica sino en su presencia y actuación políticas y estratégicas también. Quizá resulte desproporcionado el descollante papel desempeñado en esta ocasión concreta por un pequeño Estado como Qatar, de muy reciente constitución -no llega aún a los 40 años- y de extensión similar a algunas comunidades autónomas españolas uniprovinciales, como Asturias, Murcia o Navarra. Pero es otra nueva demostración del buen tejido de relaciones que Qatar mantiene, sujeto a las naturales variantes en intensidad, ritmo y nivel de desarrollo, con la gran mayoría de los países implicados en la tupida e intrincada trama de conflictos, intereses y estrategias concurrentes en la región: con Irán y EEUU, por ejemplo, aunque pueda parecer casi imposible, y excelentes con Siria, a nivel personal además entre sus respectivos jefes de Estado. Han alcanzado así mismo un buen nivel con Israel, especialmente en el terreno económico.

Un editorial de al-Quds al-arabi mencionaba nada menos que seis causas del éxito de la mediación qatarí. En una de ellas se precisaba que, a pesar de las preferentes relaciones que Qatar mantiene con los dirigentes de la oposición libanesa, no ha interferido jamás en la lucha interna que mantienen los dos grandes bloques radicalmente enfrentados en aquel país. En otro punto se recordaba así mismo, muy oportunamente, que la conciliación entre Arabia Saudí y Qatar, conseguida con anterioridad y tras superar diferencias nada insignificantes, había contribuido al éxito de la iniciativa de mediación qatarí y a la conclusión de un acuerdo.

Este aspecto de la cuestión reviste una importancia especial dado el protagonismo muy destacado que Arabia Saudí ejerce en la zona y en la gestión de la inmensa mayoría de las cuestiones, problemas y asuntos que en ella se plantean, aunque sea casi siempre con una actuación discreta y voluntariamente alejada de los brillos escenográficos habituales. Conviene leer, respecto a todo este tema, el artículo que la conocida académica de la Península Arábiga -como parece que ella prefiere identificarse-, muy crítica con el régimen monárquico saudí, Madawi al-Rashid, escribió en el diario citado con el título de «¿Por qué ha triunfado Qatar y fracasado Arabia Saudí?».

La analista explica detalladamente los porqués del fracaso saudí, y de su exposición se deducen precisamente los porqués del éxito qatarí. Hay algo que queda sumamente claro: la permanente, estrecha y extensa asociación saudí-americana, que arrastra con frecuencia a la monarquía árabe a una inevitable dependencia y subordinación a la unilateralidad de la otra parte asociada y, en definitiva, decisoria. Con Qatar parece no ocurrir lo mismo. Quizá habría que preguntarse en algún momento si en realidad es definitivamente así, y por qué.

La exitosa mediación qatarí ha propiciado algunas frases de fina ironía e ingeniosas, que acompañan de vez en cuando al complicado juego diplomático. El mismo emir de Qatar, acogiéndose al encomiable lema de «sin vencedor ni vencido», ha subrayado que, en el caso libanés, «el vencedor ha sido el Líbano y la vencida, la sediciosa guerra civil» -lo que puede decirse en lengua árabe, y hasta algunas cosas más, con una sola palabra: al-fitna. Así mismo, el secretario general de la Liga de Estados Arabes ha hecho un ingenioso juego de palabras al afirmar que «si la lluvia comienza con una gota (qutra, qatra), ¿qué pasará con Qatar? -el nombre de este país procede de la misma raíz árabe que significa gotear-.

Este protagonismo singular de los agentes regionales ha resultado en gran parte inesperado y sorprendente, aunque lo sea también por razones diferentes en cada caso. Turquía es indudablemente, y desde siempre, un actor muy destacado en la región, pero la tónica y dimensión de sus relaciones con los países árabes en su conjunto no contribuía a pensar que llegara a adquirir el rango de importancia que ahora ha conseguido. Pero sí sirve para confirmar, por otro camino, la nueva imagen de elemento moderador y modulador que ha alcanzado y va desarrollando, dentro de la turbulenta encrucijada política e ideológica en la que toda la región se encuentra.

La intervención turca no es sin embargo cosa nueva, y empezó a fraguarse hace ya algo más de cuatro años -como ha recordado, por ejemplo, la prensa israelí- con motivo de la visita oficial que hizo a Ankara el presidente Al-Asad, primera que un líder sirio efectuaba a Turquía desde la independencia de Siria el año 1946. El paso actual es sumamente importante y significativo, aunque todavía presente -como ocurre en el caso libanés- numerosas dudas, recelos, ambigüedades, puntos oscuros, y hasta bastantes y grandes dificultades para su puesta en marcha y realización. En un análisis de «las posibilidades de paz entre Siria e Israel» publicado recientemente en el diario Al-Hayat, el prestigioso especialista en las cuestiones de Oriente Medio que es Patrick Seale considera a su vez que «tal vez el único rayo de esperanza que traspasa hoy el opresor estancamiento de las relaciones entre Siria e Israel sea la firme decisión del presidente turco de reunir a todos los países», e insiste acertadamente en el hecho de que el desarrollo del proyecto está indisolublemente vinculado a que siga el proyecto de paz entre Palestina e Israel.

En todo caso, como digo, es muy posible que la situación haya comenzado a cambiar estructuralmente, y que la aparición protagonista de los agentes regionales en la posible solución de los conflictos de la zona sea su más evidente manifestación. En este sentido, un colaborador del diario Al-Ahram se pregunta si «lo que ha ocurrido es un indicio de que se intenta llenar el vacío por parte de los estados pequeños, como Qatar, a costa de los grandes». Algo de eso es lo que he tratado de abordar aquí, aunque está claro que quedan muchos puntos sin sugerir: por ejemplo, cuál puede ser la reacción de Egipto al respecto, o de Irán, que tendrá mucho que decir seguramente. Otro aspecto de la cuestión que queda no menos claro para mí es que este nuevo planteamiento afecta muy directamente y en raíz al indudable, pero aún no definitivamente diseñado, plan de la Administración estadounidense para la zona; plan que quizá se encuentre ahora en un momento de necesaria liquidación o transformación radical. Sería lo menos que se merece y algo absolutamente necesario.

He tratado aquí solamente un aspecto de la cuestión, sin entrar en otras consideraciones, preferentemente de carácter interno en cada caso, que son no menos importantes y decisivas. Para ello he tenido en cuenta no sólo la relevancia del aspecto que aquí he suscitado, sino el hecho de la escasa difusión y tratamiento que ha alcanzado en los medios españoles y la insignificante repercusión que ha tenido en la opinión pública. Como ocurre con frecuencia, lamentablemente.

Pedro Martínez Montávez, arabista y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid.