Los altos costos del desacoplamiento para China

Durante más de treinta años, la economía global estuvo definida por una integración desenfrenada y una interdependencia sin precedentes. Ni las disputas políticas ni las guerras localizadas pudieron frenar el tren de la globalización. Los mercados eran mercados, los negocios eran negocios y las empresas multinacionales se volvieron más multinacionales. Ya no.

En esta nueva era de competencia estratégica entre China y Occidente, el desacoplamiento está a la orden del día. Si bien esta tendencia impedirá el crecimiento económico, aumentará los costos comerciales (a través de la restructuración de las cadenas de suministro) y hará subir los precios para todos, la economía que sale más perjudicada bien puede ser la china.

La República Popular no estaría donde está hoy si no fuera por la globalización. El comercio internacional, la inversión y el acceso al mercado de capital impulsó el crecimiento económico, mientras que la transferencia de tecnología –ayudada por el involucramiento de estudiantes, científicos y académicos- permitió una nivelación tecnológica.

Los vínculos con el mundo exterior también obligaron a China a introducir un sistema legal capaz de establecer y hacer cumplir contratos y el derecho de propiedad intelectual. Y la expansión del poderío económico de China permitió que el país proyectara cada vez más su poder en el exterior.

Pero, en los últimos años, la apertura que sustentó la globalización –la “marea creciente que levantó todos los barcos”- ha dado lugar a una mentalidad de suma cero con un foco geopolítico. Las consideraciones de seguridad nacional han moldeado más que nunca el comercio y las finanzas internacionales. Los controles de las exportaciones, el ingreso de empresas en listas negras y las restricciones al acceso de mercado en sectores sensibles, como ciertas tecnologías de punta, se han vuelto moneda corriente.

La rivalidad sino-norteamericana ha reflejado y acelerado este cambio. Estados Unidos ha apuntado a China con una variedad de medidas –entre ellas, restricciones a las importaciones, a las exportaciones y a la inversión- y agregó decenas de empresas chinas a su llamada Lista de Entidades. Otros países también han aumentado su escrutinio de la inversión china y han restringido ciertos tipos de intercambios comerciales con el país asiático. También se han introducido sanciones por los abusos a los derechos humanos por parte de China en Xinjiang y Hong Kong.

China tal vez no haya iniciado el proceso de desacoplamiento, pero parece comprometida a ponerlo en práctica. Al negarse a condenar la guerra rusa en Ucrania, sus líderes dejaron en claro que, en su opinión, Estados Unidos –y Occidente, en términos más generales- está en una decadencia terminal, y que ahora es el momento de desafiar el orden mundial existente.

Más allá de las sanciones y los aranceles en carácter de represalia, China ha venido incrementando sus esfuerzos por volverse autosuficiente en materia de tecnología y ciencia avanzadas, a través de políticas industriales proteccionistas y altamente centradas en el estado. Su objetivo es que su economía sea “a prueba de sanciones”, en especial desamericanizando sus cadenas de suministro.

Es imposible saber con precisión hasta qué punto esto es posible. Pero los esfuerzos de China por alcanzar una autosuficiencia sin duda no serán exitosos en todos los ámbitos. Como informó The Economist en febrero, China está teniendo dificultades en la mayoría de las áreas en las que las cadenas de suministro son más largas y más complejas, como las vacunas ARNm, los agroquímicos, los sistemas operativos informáticos y los sistemas de pago.

En el campo de los semiconductores, China sigue dependiendo de proveedores externos, a pesar de una inversión del gobierno de decenas de miles de millones de dólares. De la misma manera, China no ha podido quebrar su dependencia extranjera en la industria aeroespacial y automovilística. Y sus esfuerzos por desarrollar una alternativa basada en el renminbi para los sistemas de finanzas y pagos basados en dólares todavía no han ganado tracción.

Ahora bien, la apuesta de China a la autosuficiencia quizá no sólo falle; también podría resultar contraproducente. Como también señaló el informe de The Economist, cuando las empresas chinas dejan de tener acceso a la competencia y la experiencia extranjera, sus capacidades se atrofian.

A pesar de las consecuencias económicas desfavorables, deberíamos esperar que el desacoplamiento impulsado por la geopolítica continúe. China intentará construir una infraestructura financiera alternativa, y Estados Unidos expulsará a las empresas chinas de sus bolsas. Se sabe que el Congreso de Estados Unidos ya está considerando legislación para restringir o prohibir la inversión extranjera directa china en el exterior en varios sectores sensibles, como lo hace con la inversión china en Estados Unidos. También se han de esperar medidas comerciales destinadas a diversificar las cadenas de suministro y garantizar suministros de insumos críticos, como tierras raras.

En tanto el desacoplamiento progrese, muchos sectores críticos –como Internet- probablemente se dividan en dos bloques distintos, cada uno de ellos con sus propias reglas y normas. La división en estándares digitales, gestión de datos y disposiciones de uso, y equipos de redes y servicios de telecomunicaciones crecerá. Habrá una proliferación de restricciones de acceso al mercado y de nuevos requerimientos de aprobación y licenciamiento.

Estos cambios se producirán en un momento en que China ya está lidiando con varios desafíos importantes, entre ellos una demografía desfavorable, un mercado inmobiliario débil, un sector bancario sobredimensionado, un estancamiento de la productividad, una gobernanza politizada y las consecuencias de su política de COVID cero. El “milagro” económico de China parece haber dejado atrás su pico. El crecimiento económico anual bien podría caer a 2-3% en los próximos años, lo que significa que el objetivo oficial de duplicar el ingreso per cápita y el PIB entre 2020 y 2035 no se materializará.

Esta desaceleración tendrá consecuencias de amplio alcance. Por empezar, la capacidad de China de competir con Estados Unidos se verá comprometida. La economía de China tal vez nunca supere a la de Estados Unidos, especialmente si el valor del renminbi cae un 20-25% en los próximos años.

Asimismo, los precios de las materias primas –especialmente aquellas que son clave para el sector de la vivienda y de la construcción de China- caerán. Si bien los costos más elevados de cadenas de suministro más nuevas y más regionales generarán presiones inflacionarias, una demanda china más débil y un renminbi más barato las reducirán.

Los flujos de inversión extranjera hacia China disminuirán y el financiamiento cada vez más se asignará a otros países asiáticos o mercados emergentes. Si bien China no se volverá “ininvertible” (mientras no estalle un conflicto militar), los inversores internacionales mantendrán sus carteras en China subponderadas. Y aunque el renminbi gozará de un estatus a la par del yen japonés, de la libra británica y del dólar canadiense, no estará ni cerca de desplazar al dólar estadounidense.

El presidente chino, Xi Jinping, ha apostado la legitimidad de su gobierno a la prosperidad continua de China. Pero eso es algo cada vez más difícil de ofrecer –y una razón importante para ello es el desacoplamiento.

George Magnus, a research associate at the University of Oxford’s China Centre and SOAS University of London, is the author of Red Flags: Why Xi’s China Is in Jeopardy (Yale University Press, 2018).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *