Los apoyos de Batasuna

Como en tantas organizaciones, gran parte del caleidoscópico apoyo social que recibe Batasuna se explica por las características de su momento fundador como Herri Batasuna hace ya casi tres décadas. Era el año 1978, el de los debates constitucionales y la formación del Consejo General Vasco. Las utopías que venían cristalizando desde el juicio de Burgos de 1970 de revolución social, liberación nacional y unidad territorial vasca recibieron un brusco frenazo; las Cortes españolas desterraban el derecho de autodeterminación del ámbito constitucional, y el órgano preautonómico configuraba lo que sería una Euskadi sin Navarra. ETA militar, tras dejar atrás primero el esquema colonial de la guerra revolucionaria y después el argelino de la espiral acción-represión-acción, se aprestaba a una guerra de desgaste que pretendía forzar al Estado a negociar lo que sería la primera formulación de la autodeterminación y la territorialidad, esto es, la alternativa KAS (por la Koordinadora Abertzale Sozialista, el bloque dirigente creado en 1976, que la propugnaba).

Herri Batasuna surgió en 1978 del conglomerado de la izquierda abertzale sin Euskadiko Ezkerra que era la Mesa de Alsasua, y lo hizo como coalición de cuatro partidos, dos del KAS. Pero su impacto imprevisto se debió a la irrupción de un magma de independientes que impuso la creación en otoño del mismo año de una junta de apoyo formada por 12 personas, las cuales serían la imagen y reclamo electoral de HB; entre ellas Telesforo Monzón, consejero del Gobierno vasco en la Guerra Civil. El arraigo posterior de HB se basó en la yuxtaposición de estos tres dispares elementos: el discurso nacionalista clásico monzoniano que amalgamaba a los gudaris de ayer y de hoy y planteaba dar fin de modo digno a una guerra defensiva contra la agresión de España; los esquemas dirigistas de ETA militar de inspiración tercermundista sobre fondo marxista, y el empuje de corrientes ácratas y antisistema de corte asambleario nacidas del desencanto y la rabia populares.

Fue la represión generada por los atentados de ETA la que unificó estos elementos inconexos y dio a HB su carácter fundamentalmente antirrepresivo. Su oposición en solitario al Estatuto de 1979 y a los sucesivos gobiernos autonómicos liderados desde 1980 por el PNV la redujeron a un gueto. Diversos autores la describieron en aquellos años como un Frente del Rechazo que evolucionaba a la inversa del privatismo de las sociedades occidentales; Juan Linz relacionó a HB con "la tradición vasca de democracia local, la consistencia del asamblearismo y el consejismo y el clamor nacionalista".

HB se acuarteló en los años ochenta como una comunidad en guerra, definida por la agudización de las nociones de amigo y enemigo y por la convivencia del maniqueísmo moral con valores nobles como la abnegación y el compañerismo. Cambió su configuración; en la medida en que ETA oponía al plan ZEN y a los GAL su estrategia de resistir es vencer,los independientes fueron sustituidos por unas estructuras en forma de cascada de vanguardias controladas por el bloque dirigente.

La ligazón emocional de HB con los miembros represaliados de ETA era, y sigue siendo, muy intensa, explicable en los parámetros culturales de un cristianismo al revés que traduce al laicismo los símbolos de la muerte en la cruz y la resurrección de entre los muertos. Pero sería un error confundir esta identificación antirepresiva con la identificación con la violencia de ETA. Desde sus primeros tiempos, las encuestas destacaron la existencia de una bolsa muy importante de votantes que la rechazaba. La influencia de esta corriente de fondo se hizo sentir desde mediados de los años 90, a partir de factores internos - Elkarri, la exteriorización de esta corriente en las Asambleas- y externos: sobre todo el espejo de Irlanda del Norte, que demostraba que un conflicto violento nacional podía entrar en vías de solución por medios pacíficos y democráticos. Ello desembocó en el pacto de Lizarra-Garazi de 1998.

Los resultados obtenidos por Euskal Herritarrok en las elecciones autonómicas de este año, celebradas durante la tregua de ETA, rompieron los techos anteriores (17,7% de los votos emitidos). El fuerte descenso de EH en los comicios de 2001 (10%) demuestra clamorosamente la relación entre aumento de votos y ausencia de violencia. Pero con esta excepción, la evolución electoral de Batasuna dibuja una horquilla poco polarizada; lo que se acompaña de una capacidad de movilización constante a lo largo de los años. Ello se debe en mi opinión a que sus tres fuentes de apoyo - antisistema, nacionalista y de identificación con ETA- compensan entre sí los aumentos y descensos de su intensidad.

La actitud de protesta, desencanto y rabia se nutre de la situación general en las sociedades actuales del trabajo caracterizadas por la precariedad y la desregulación, por las funciones del control policial de la exclusión y de la represión de la marginalidad; situación agravada en la vieja sociedad industrial en declive que es el País Vasco. En vez de ir a la abstención, este voto, que puede proceder de sectores no abertzales, afluye aquí a Batasuna.

Los apoyos nacionalistas, y los procedentes de la identificación con ETA, aunque permanentes en el tiempo, son maleables. La autodeterminación se ha ido identificando con el derecho de decisión del pueblo vasco, y abriéndose a una concepción que ve en la emergencia en Europa Occidental de un ámbito de poder político multinivel una oportunidad de difuminar los límites entre independencia y autogobierno territorial. En cuanto a la territorialidad - léase Navarra-, la defensa de un ámbito unitario de soluciones se hace ya compatible con el respeto a la autonomía de decisión de cada uno de los espacios.

No cabe por ello prever un descenso de los apoyos a Batasuna. El problema está en cómo se configuran. El que predominen en los apoyos nacionalistas las actitudes posibilistas sobre las maximalistas, y en el apoyo a ETA los reflejos antirrepresivos sobre la adhesión con la violencia, dependerá finalmente de la prontitud con que se abra una solución del conflicto a la irlandesa.

Francisco Letamendia, profesor titular de Ciencia Política de la UPV-EHU.