Los árboles y el bosque del proceso

Hace unas semanas las máximas instancias del Gobierno se sinceraban en la intimidad augurando un inminente comunicado de ETA que, afirmaban, elevaría el alto el fuego de 'permanente' a 'irreversible'. Sin embargo, la esperada declaración de ETA no sólo no llegó sino que la banda terrorista transmitió un mensaje inequívoco pero de signo contrario a la especulación gubernamental con el robo de 350 pistolas previo secuestro de varias personas. El robo de armas se situaba en el tiempo entre los requiebros de Rodríguez Zapatero a la izquierda abertzale en la fiesta del 12 de octubre prometiendo una legalidad a la medida de Otegi y los suyos, y la votación en el Parlamento Europeo de la moción socialista que por exigua mayoría, pero mayoría al fin y al cabo, marcaba otra de las estériles cesiones de las que ha ido haciendo acopio el entramado etarra en aras de la continuidad del proceso antes llamado de paz. ¿Por qué la banda terrorista respondía exhibiendo músculo si el Gobierno se declaraba dispuesto a dejar en los huesos la ley de partidos, si los socialistas junto al PNV negociaban en la rebotica con Batasuna la botadura de la mesa política, por qué si se había accedido a la 'internacionalización del conflicto' en términos que nunca antes ETA podía haber imaginado? ETA, una vez más, desafiaba la lógica democrática y racional negándose a formar parte del círculo virtuoso en que se supone que consiste una negociación convencional en la que concesiones de un lado llaman a concesiones desde la otra parte, de modo que al final se construye el acuerdo deseado.

La información que EL CORREO desvelaba el pasado miércoles día 20 detallando el encuentro -¿el primero?- entre representantes del Gobierno y ETA rescataba el 'proceso' de la sensación de colapso que lo ensombrecía. De nuevo, las fuentes oficiales hablan de gestos inminentes de ETA e intentan rentabilizar una entrevista entre Rodríguez Zapatero y Rajoy rodeada para muchos de un justificado escepticismo ante la persistencia del presidente en errores que parecen aliviar sus problemas a corto plazo a costa de engrosar la factura a pagar más adelante. ETA podrá o no hacer 'gestos', graduará el tono amenazante de sus comunicados, se mostrará más 'política' o dejará ver su fanatismo asesino. Se puede llevar la contabilidad al día de los movimientos etarras, o ejercitarse en la decodificación de las declaraciones de los dirigentes del entramado político de la banda. Pero todo eso de poco sirve para esclarecer el rumbo que están tomando los acontecimientos si se pierde la perspectiva general de un proceso que las conveniencias políticas coyunturales del Gobierno han alejado de premisas que puedan ser compartidas por sectores muy amplios de la sociedad española, mucho más allá, desde luego, del espacio político y electoral que representa el Partido Popular. Conviene, por tanto, equilibrar la visión de los árboles con la del bosque.

No basta con elogiar a Otegi como hombre de paz, ni hacer guiños a Batasuna tentándoles con la visión de una vida juntos en uno de esos gobiernos apodados 'de progreso' que los socialistas forman siempre que pueden. Ni siquiera es suficiente hacer pasar como inocente diálogo lo que constituye una negociación política en toda regla con Batasuna que se cuenta o se niega según convenga.

Las necesidades del proceso tal y como parece desearlo el Gobierno exigen por parte de éste la fabricación de una ETA a la medida de las expectativas generadas. Con este objetivo se insiste en el mucho tiempo que ETA lleva sin matar, lo que es un hecho incontestable pero un argumento perverso cuando se utiliza como una prueba de virtud y autocontención etarra, se vincula al alto el fuego y, peor aún, en virtud de este periodo sin muertos, se entiende que ETA acredita méritos para ser retribuida. A la necesidad de generar un interlocutor presentable, respondieron las reiteradas, prematuras y luego desmentidas 'verificaciones' que aseguraban que el alto el fuego era, en efecto, general y sólido en contra de datos como el atentado de terrorismo callejero de Barañain y las denuncias de extorsión de la patronal navarra. De la misma manera, el Gobierno no mostró urgencia alguna por establecer quién había sido el que robó las pistolas en Francia y su presidente aplazó la concreción de las graves consecuencias que el propio Zapatero atribuyó a esta acción terrorista para terminar afirmando solemnemente que la consecuencia del delito es que los delincuentes son perseguidos por la justicia. La trivialización sistemática de las amenazas y exigencias de ETA como necesidades de consumo interno y la frívola ligereza de considerar que ninguna de las concesiones ya hechas a la banda tienen importancia, completan esta ingeniería política y mediática a la que el Gobierno se ha dedicado con partes iguales de voluntarismo, retórica hueca y propaganda sectaria.

La ETA resultante es, por supuesto, virtual pero de momento útil para los propósitos de un proceso que para el Gobierno no es preciso que lleve a ningún sitio. Basta con que no se rompa, sobre todo porque el propio Gobierno -y para ser precisos, Rodríguez Zapatero- al advertir que esto sería «largo duro y difícil» se ha reservado el derecho de fijar en cada momento las reglas del juego y decidir qué es y qué no es ruptura, qué es y qué no es cesión o precio político. Gracias a esta ETA fabricada a medida, como un artefacto con diversas funciones, Rodríguez Zapatero pretende ganar siempre. Si las cosas se ponen mal, esa es la demostración de que, en contra de lo que proclama el PP, el Gobierno no cede ante ETA. Pero si la situación pinta mejor, la inversa no es cierta, es decir, si se 'avanza' no es porque el Gobierno ceda sino porque el PP, de nuevo, queda en evidencia con sus pronósticos siempre tildados de apocalípticos. Si el proceso finalmente fracasa la responsabilidad será del PP, como anunció José Blanco; si tiene éxito -y, en este caso, inquieta pensar qué entienden algunos por éxito- será por el Gobierno con algún probable reconocimiento a los terroristas.

La ETA fabricada puede ser cómoda pero tiene un grave fallo para los aprendices de brujo: es falsa. Y esta implícita exculpación de ETA -porque ya se sabe que un problema de cuarenta años no se resuelve en un santiamén- es inaceptable. A ETA no se le derrotará en una mesa de negociación. Su desaparición no depende de la persuasión sino de la capacidad de la fuerza legítima y racionalizada del Estado democrático para imponerse a sus enemigos. Porque ETA no es un adversario político, ni el agente de un proyecto del que discrepemos. Es el enemigo de la sociedad y de la democracia. No busca cómo integrarse en la democracia sino cómo destruirla. No quiere 'salvar la cara' con una negociación política, quiere que le demos la razón. No amenaza para consumo interno, sino por necesidad existencial. No quiere simplemente que se acepte hablar del futuro del Estatuto, quiere acabar con él. Amaga con su retirada del escenario pero sólo para permitir que comience la función y recuperar su papel estelar con el teatro lleno. No está pactando su rendición, intenta encajar su decisión de permanecer con las expectativas de un Gobierno que no ha dejado de insinuarse como la mejor oportunidad que ETA tiene porque de lo contrario -argumento supremo- vendrá el PP y entonces se acabó lo que se daba.

Nada de esto es producto de una misteriosa revelación a un grupo de iniciados. Es el resultado de la experiencia al alcance de todos; del pasado del que todos hemos sido, cuando menos, testigos. Es verdad, sin embargo, que entre nosotros pocas cosas hay ahora tan inciertas como el pasado. Y así ocurre que, sustituida la historia por la memoria vacilante y sectaria, seguirán intentándonos convencer en esta suprema fabricación de que, en realidad, ETA añora a Aznar.

Javier Zarzalejos