El pasado mayo, tuve el dudoso privilegio de visitar la ciudad india de Bombay durante el mes más caluroso de su historia registrada. Las temperaturas no bajaron de 40 °C por días enteros. La diferencia entre estar al sol o a la sombra de un árbol era como el día y la noche.
Semejantes olas de calor no son sólo una molestia: también son una seria amenaza sanitaria, algo que suele olvidarse cuando se habla del clima extremo.
Lo cierto es que las olas de calor provocan más muertes que cualquier otra clase de evento climático: más de 12 000 personas al año en todo el mundo. El peligro es particularmente marcado en las ciudades, donde el efecto “isla de calor urbana” genera temperaturas hasta 12 °C superiores a las de las áreas circundantes con menos edificaciones. Y el problema no es solamente de ciudades tropicales como Bombay. En agosto de 2003, una devastadora ola de calor que afectó a toda Europa mató a más de 3000 personas sólo en París.
Para peor, las ciudades suelen tener índices más altos de contaminación del aire, especialmente micropartículas en suspensión finas derivadas de la quema de combustibles fósiles y biomasa, factor causal de hasta tres millones de muertes al año. Para muchos residentes urbanos, la peor amenaza a la salud y la seguridad es el aire que los rodea.
La Organización Mundial de la Salud calcula que el 92% de la población mundial está expuesta a niveles peligrosos de contaminación del aire. Dada la veloz urbanización (en 2050 hasta un 70% de la gente vivirá en ciudades) la tasa de exposición a niveles de contaminación más altos crece rápidamente.
Pero la urbanización no tiene por qué crear una crisis sanitaria. Hay algo muy simple que los gobiernos municipales pueden hacer para reducir a la vez el calor extremo y la contaminación del aire: plantar más árboles.
Los árboles, y otras formas de vegetación, enfrían naturalmente el aire que los rodea, al proteger del sol las superficies y liberar vapor de agua. Además, sus hojas actúan como filtros capaces de eliminar hasta una cuarta parte de la carga de micropartículas a 30 metros a la redonda. Son dos acciones medioambientales en una.
La organización a la que represento, The Nature Conservancy, llevó a cabo un estudio de 245 ciudades de todo el mundo a las que una política de plantar árboles beneficiaría, donde calculamos el retorno potencial de la inversión en términos de temperatura y de micropartículas. Como los efectos más importantes del arbolado son muy localizados, hallamos que megaurbes densamente pobladas de Pakistán, la India y otras partes del sur y el sudeste de Asia pueden obtener los mayores beneficios.
Por ejercer sus efectos en forma tan localizada, el arbolado puede ofrecer beneficios en zonas muy específicas, incluso en ciudades que exhiben abundancia de espacios verdes. Tomemos por caso la ciudad estadounidense de Louisville (Kentucky).
Esta ciudad cuenta con exuberantes parques y vecindarios bien sombreados, de modo que parece tener poco en común con Bombay o Karachi. Pero algunos barrios de Louisville tienen muy poca cubierta arbórea, lo que convierte a la ciudad en una de las islas de calor urbanas estadounidenses que crece más rápido. Esto motivó a The Nature Conservancy para iniciar una campaña de plantado de árboles en zonas específicas de la ciudad.
Iniciativas similares beneficiarían a incontables vecindarios de todo el mundo. Las áreas con poblaciones vulnerables (por ejemplo, cerca de escuelas y hospitales) son lugares particularmente buenos para el plantado. Los árboles pueden incluso usarse como protección natural contra la contaminación procedente de autopistas o áreas industriales.
Una inversión mundial de cien millones de dólares al año en campañas de arbolado beneficiaría con una importante reducción de los niveles de micropartículas a no menos de 68 millones de personas, al tiempo que ofrecería una reducción de 1 °C en la temperatura ambiente a 77 millones. Invertir el equivalente a 4 dólares por persona puede salvar entre 11 000 y 36 000 vidas cada año y ofrecer un entorno más saludable a decenas de millones de personas.
Este retorno de la inversión es comparable al que se calcula para otras estrategias, como la instalación de depuradores en chimeneas industriales, la restricción del tránsito automotor y el uso de materiales de construcción de colores claros que absorben menos calor. Todas estas estrategias pueden colaborar; los árboles solos no resolverán todos nuestros problemas de temperatura y contaminación del aire. Pero plantar árboles es la única medida que ayuda a resolver a la vez el problema del calor urbano y la contaminación del aire.
Los árboles también ofrecen otros numerosos beneficios a las ciudades. Sirven de hábitat para la vida silvestre, reducen el escurrimiento superficial de aguas de tormenta y extraen carbono de la atmósfera, lo que ayuda a mitigar el cambio climático. Cada vez más investigaciones demuestran que la exposición a árboles y otras formas de vegetación tiene un efecto positivo sobre la salud mental, especialmente en los niños. Todos estos beneficios adicionales señalan la importancia de invertir más en árboles y en infraestructura urbana vegetal, por ejemplo parques y jardines de lluvia.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (que incluyen una meta específica relacionada con la sostenibilidad de las ciudades) identifican el calentamiento y la calidad del aire urbano como prioridades globales. Ambas serán objeto de debate en la conferencia anual de las Naciones Unidas sobre cambio climático, que comienza la semana entrante en Marrakesh (Marruecos). Pero también son cuestiones locales, que cada ciudad (e incluso cada vecindario) experimentan de manera muy diferente.
A la par que se desarrolla la acción internacional referida al cambio climático y la sostenibilidad, los gobiernos municipales pueden hacer su parte, comenzando con una estrategia de arbolado específica, localizada y reproducible que mejore la salud y el bienestar de sus residentes. Es hora de ponerse a plantar.
Pascal Mittermaier is Global Managing Director for Cities at The Nature Conservancy. Traducción: Esteban Flamini.