Los arcos dorados van a la guerra

Después de la Guerra Fría, la globalización se aceleró. Thomas Friedman observó que no hay dos países en que funcione un local de la franquicia McDonald’s que hubieran entrado en guerra entre sí, lo que lo llevó a enunciar la llamada Teoría de los Arcos Dorados de Prevención de Conflictos: cuando un país alcanza un cierto nivel de desarrollo económico -en que la clase media es lo suficientemente grande como para que exista un McDonald’s-, sus habitantes pierden interés en ir a la guerra. Según esta lógica, la clave para la paz radica en el desarrollo económico y la interconexión

No pasó mucho tiempo antes de que Rusia refutara en la práctica esta teoría, primero con su invasión a Georgia en 2008 y nuevamente con su invasión a Ucrania en 2014. Hoy ha lanzado una campaña militar total que apunta a conquistar Ucrania y devolver sus tierras y habitantes a la “Madre Rusia”. Parece claro que los vínculos económicos, por sí solos, no bastan para preservar la paz.

Muchos ven hoy el compromiso económico como una carga. Después de todo, países como Alemania e Italia, fuertemente dependientes de la energía rusa, son prácticamente rehenes del militarismo del Kremlin. La orden del día es cortar vínculos comerciales y económicos con Rusia, que ya no es un “país McDonald’s”, pues la compañía anunció en marzo que cerraría los 850 locales de su franquicia en territorio ruso.

Friedman no fue el primero el sugerir que las relaciones económicas y comerciales tienen un efecto pacificador en las relaciones internacionales. Montesquieu planteó que “el efecto natural del comercio es disponernos para la paz”. Thomas Peine fue más allá: “Si se permitiera que el comercio actúe con la amplitud universal de la que es capaz, extirparía el sistema bélico”. En el siglo diecinueve, el político e industrial británico Richard Cobden promovía el libre comercio sobre la base de que “crea la tendencia de unir a la humanidad con los lazos de la paz”.

Estos argumentos no solo se basan en la idea de que los países tienen un interés económico en mantener los lazos comerciales que han establecido. Más bien, la teoría del doux commerce (comercio amable) sostenía que el comercio tiene un efecto civilizatorio en la sociedad, ya que depende de las interacciones sociales con gente diversa, así como de los principios de equidad y reciprocidad.

La teoría del doux commerce ha tenido multitud de críticos; no había nada “amable” en el tráfico de esclavos o en que las potencias coloniales arrebataran a sus colonias sus materias primas para manufacturarlas en la metrópolis. Pero tampoco podemos ignorar que hoy una guerra es esencialmente impensable entre los miembros de la Unión Europea, incluidos los ocho países de la Europa central y del este que se le unieron después del fin de la Guerra Fría.

¿Por qué Rusia no responde a este patrón? La respuesta podría encontrarse en su exclusión política.

Tras la caída de la Unión Soviética, se ofreció a los ex miembros del Pacto de Varsovia no solo paquetes de comercio, sino una variedad de oportunidades de conectarse a redes europeas de entidades normativas, jueces, legisladores y organizaciones de la sociedad civil, incluso antes de convertirse en candidatos a la UE. Aquellos sin perspectivas de unirse a la UE lo hicieron a la OTAN, generándose así una cierta integración militar y un sentido de pertenencia al club occidental.

No fue así con Rusia. En 2000, Vladimir Putin le propuso a Bill Clinton el que Rusia se uniera a la OTAN, pero nunca se dieron pasos en esa dirección. Si eso hubiera ocurrido, habrían cambiado radicalmente los incentivos geopolíticos del país, si bien también la OTAN habría cambiado marcadamente.

En todo caso, esa oportunidad ya se perdió. La guerra de Putin en Ucrania ha resucitado y fortalecido a la OTAN como una alianza antirrusa, y es probable que Finlandia y Suecia se conviertan en miembros. Más aún, la UE ha concedido a Ucrania y Moldavia estatus de candidatos, y la Presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen ha propuesto una especie de Plan Marshall para Ucrania que apunta a la rápida reconstrucción del país una vez terminada la guerra.

En pocas palabras, la guerra de Putin ha unido a Occidente. Ahora la tarea será sostener esa unidad el tiempo suficiente como para que Rusia sufra tales pérdidas por su agresión que quede permanentemente disuadida de que no puede ampliar sus fronteras por la fuerza.

Pero en el horizonte hay un desafío incluso mayor. Occidente nunca tendrá relaciones realmente pacíficas con Rusia sin un grado importante de integración económica, política y social.

En consecuencia, los estrategas occidentales no solo deberían estar pensando en cómo derrotar y disuadir a Rusia (y reconstruir Ucrania), sino también en cómo ir deshaciendo las sanciones y crear incentivos para que una nueva generación de líderes rusos desarrolle relaciones políticas y económicas con Occidente. Después de todo, una combinación de compromisos políticos y económicos fue crucial para el éxito del Plan Marshall en Europa Occidental y la reintegración de Japón a la economía global después de la Segunda Guerra Mundial.

Para China hay que aplicar una lógica parecida. Muchos comentaristas condenaron a Donald Trump por retirar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, un bloque comercial que abarca a 12 países de la Cuenca del Pacífico, y excluye a China. En su opinión, el TPP era esencial para mejorar la influencia estadounidense en una región de capital importancia, al tiempo que reducía la de China.

Pero, si bien la medida de Trump estuvo lejos de ser prudente, aislar a China es una mala idea. Hacerlo fortalece a los partidarios de línea dura del gobierno chino y aumenta los incentivos para que China se comporte como un antagonista, o incluso un agresor. En su lugar, EE.UU. debiera unirse al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (el sucesor del TPP) y apoyar la inclusión de China.

El efecto del doux-commerce depende de la inclusión económica y política. Ese es el gran desafío del mundo actual y, ciertamente, no se puede lograr de la noche a la mañana. Pero a medida que buscamos el imperativo de corto plazo de poner fin a la agresión de Rusia, también debemos diseñar una estrategia de más largo plazo para construir un mundo donde reinen la paz y la prosperidad.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department, is CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics (Princeton University Press, 2021). Ian Shapiro is Professor of Political Science at Yale University and the author of Containment: Rebuilding a Strategy Against Global Terror (Princeton University Press, 2008). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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