La segunda vuelta de las elecciones argentinas es un duelo entre opuestos complementarios que perpetua una dinámica problemática. Lo inverosímil, lo exótico y lo inesperado se han normalizado en Argentina, un país que desafía la lógica y la razón.
El escenario del balotaje es así una batalla perturbadora que invita a los electores argentinos a preguntarse "¿dónde yace el bien y dónde el mal?".
Más que una elección, lo de este domingo será un ejercicio de "sobrecalentamiento moral" en un contexto de manifestaciones extremas, como describe el filósofo alemán Hannoo Sauer en su libro La invención del bien y del mal. Un segundo round en un cuadrilátero donde los argentinos deberán dirimir bajo presión.
Los votantes están al límite de la exigencia. La opción peronista, un infierno conocido y continuista, por un lado. Un neopopulismo de derecha extravagante, por otro, con el riesgo de que derive en una opción violenta y autocrática.
En los dos presidenciables, Sergio Massa y Javier Milei, hay ecos de demagogia. Estos dos aspirantes, activistas de una narrativa hostil, sólo distanciados por etiquetas políticas circunstanciales, coinciden en presentarse como candidatos a restablecer el orden. Lo hacen sobre ideas nacionalistas, ambos disimulando ciertos sesgos autoritarios y actitudes socialmente reaccionarias.
Esto sólo podría pasar en una Argentina en constante crisis de madurez. Una nación habituada a transitar tiempos turbulentos y que ha llevado a sus ciudadanos a la desorientación. Una sociedad cuya población se ha vuelto tribal y donde abunda la negación de la tolerancia y la moderación.
Hasta el próximo domingo 19, día en que los argentinos depositarán los votos que decidirán quién llega a la Casa Rosada el 10 diciembre, tanto Massa como Milei buscarán atraer al 33% del electorado que no los eligió. Y ese tercio, objeto de persecución, es hostigado si intenta esgrimir la idea de la neutralidad.
La abstención se juzga permisiva. Y para los agitadores de la opción A o la B, la continuidad del mal se sostiene sobre aquellos que llevan a gala la imparcialidad. Su inacción es inmoral. Suficiente para que el mal perdure. Un relato épico que justifica el duelo.
La elección se ve reducida a una falacia deontológica. Un oscuro dualismo cartesiano que exime temporalmente del debate a los verdaderos culpables de este arbitraje. Líderes políticos como los expresidentes Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, que han boicoteado sistemáticamente la renovación de sus partidos, reduciendo los próximos comicios a una execrable disyuntiva.
La consagración del fracaso es Massa. El abismo, Milei. Este último, un lunático presumido que desea encarnar el cambio. La alternancia que pide la justifica sobre la idea de la decadencia, agravada por el Estado. Milei encarna una élite alternativa dotada de una misión salvadora. Además, se trata de un presidenciable que debe despejar las dudas por sus evidentes desbarres emocionales.
Ninguno de los dos defiende programas políticos, sino cosmovisiones. Massa y Milei no tienen votantes, sino activistas militantes. Un extravío basado en la "alterofobia". Es decir, en el desprecio por el otro.
Esto es lo que polariza el debate en una Argentina que se resume en la "grieta" y la radicalización. Lo uno y lo otro se asemejan a grupos tribales que se organizan por odio o miedo al adversario. No buscan sólo el triunfo electoral, sino la eliminación o la absorción del otro, descartando la noción misma de la existencia de la diferencia.
Por otro lado, Massa y Milei coinciden en revelarse como dotados para un destino mesiánico. Uno, para redimir del populismo al peronismo de izquierda, ese kirchnerismo agazapado detrás de Massa. El otro, el anarcocapitalista libertario que coquetea con el extremismo de derecha, un personaje de motosierra en mano.
¿Serán capaces de morigerar sus pulsiones en el poder? Nadie lo sabe.
Argentina decide con una vara distorsionada para medir la realidad. Es una dimensión paralela capaz de instrumentalizar como argumento la mentira, la distracción y el fraude. Una turbación que permite que el error sea acierto o el fracaso, una conquista.
Esto explica que el ministro de Economía del 140% de inflación anual, el 40% de pobreza, el dólar rozando los 1.000 pesos y la economía desmoronándose a un 3,3% anual sea el candidato oficialista que ganó la primera vuelta.
En cualquiera de los casos, la nación elige entre dos opuestos rodeados de ideólogos fanatizados. Dos manifestaciones extremas, con hipersensibilidad moral, que rechazan la moderación como método para que una sociedad subsane errores. Dos opciones que pueden llegar a subvertir los valores democráticos.
En última instancia, esta elección representa una decisión crucial para Argentina ya que no sólo designará a un líder político, sino que también determinará un giro ahora inimaginable.
Será otra oportunidad para ver si los ciudadanos moderan su sed de castigo, racionalizan sus miedos y logran, al menos por un instante, mostrarse indiferentes a los patrones que polarizan la política.
Juan Dillon es periodista, analista en temas internacionales y corresponsal argentino en Europa.