Los asesinatos de cristianos

Cada vez que Al Qaeda comete un asesinato en el mundo, perpetra un crimen contra el islam, un crimen contra la humanidad. Desde octubre, esta organización ha decidido atacar a ciudadanos árabes en países árabes pero cuya religión no es el islam. Sean cristianos de Iraq, que eran más de un millón en 1980 y que hoy no son más de 636.000 (el 2% de la población), o coptos de Egipto, que suponen el 10% de la población total, se han convertido - como así lo ha declarado un comunicado de Al Qaeda-en "objetivos legítimos", hombres y mujeres cuya sangre es lícito que sea derramada. Así lleva a cabo la guerra contra el islam y los musulmanes esta organización de la que no se conoce ni su jefe ejecutivo, ni su sede, ni su objetivo final.

Matar a cristianos que rezan, como ocurrió el 6 de noviembre en la catedral siriaca católica de Nuestra Señora en Iraq (58 muertos y 67 heridos), hacer estallar un coche bomba ante una iglesia copta en Alejandría la noche de San Silvestre (21 muertos y un centenar de heridos) no puede tener más que un objetivo: desencadenar una guerra civil entre cristianos y musulmanes como ocurrió en Líbano desde el año 1975. La estrategia de Al Qaeda busca cualquier cosa que suponga desgarrar, crear problemas y verter sangre de la población árabe. De hecho esta organización criminal desencadenó primero la guerra contra Occidente, pero ahora está cometiendo la mayoría de sus masacres en países musulmanes.

Expertos de todo el mundo intentan descubrir qué secretos objetivos se ocultan tras esta estrategia mortal. Pero no encuentran nada preciso, nada verificable. Todo lo que se sabe es que no actúa por casualidad, que sus crímenes están planificados, bien preparados y que permanece activa en numerosos países. Se sabe que estados como Pakistán, Irán y Afganistán tienen una complicidad objetiva con Al Qaeda. Pero ello es muy difícil de probar.

El terrorismo que enarbola la bandera musulmana es una empresa que pretende hacer de todo musulmán en el mundo un "terrorista en potencia". El pasaporte árabe, el nombre musulmán, el rostro oriental, son inmediatamente sospechosos en los aeropuertos. Incluso cuando se viaja con un pasaporte de la Unión Europea y se tiene nombre árabe, uno es mirado con sospecha. Eso me ocurre con frecuencia en mis viajes. Pero me he acostumbrado y ya no me molesta. Por el contrario, cada vez maldigo a los criminales de Al Qaeda que han manchado la reputación del mundo islámico, convirtiéndolo en sinónimo de intolerancia y violencia.

El islam no sólo reconoce y respeta a las otras religiones monoteístas, sino que ordena a los musulmanes reconocer y celebrar a los profetas que precedieron a Mahoma. Así, cada musulmán tiene el deber de respetar a Abraham, a Moisés y a Jesús del mismo modo que a Mahoma, designado por Dios como el último de los profetas, el que cierra el ciclo de la profecía. Incluso admitiendo que al principio de la expansión del islam Mahoma hizo la guerra a los judíos y a los cristianos. Pero era un contexto distinto, vinculado a la historia de una época en que el islam no era aquello en que se ha convertido hoy. Los que en la actualidad atacan a inocentes que están rezando traicionan la orden coránica y participan en la falsificación del mensaje de Dios. Pero ¿quiénes son estos "bárbaros", como los ha llamado Benedicto XVI?

¿Quién los financia? ¿Quién planifica sus crímenes?

Curiosamente, aunque Sadam era un tirano sanguinario, nunca jamás atacó a los cristianos que vivían en su país. Un número importante de judíos han vivido en paz en el mundo árabe, al menos hasta 1967, cuando se produjo la guerra de junio entre Israel y los países árabes. Pero mucho antes, desde 1948, Alejandría, como Damasco y Bagdad se vaciaron de sus judíos. Todos marcharon a Israel o a cualquier parte del mundo. Esos países se empobrecieron por el exilio de esta comunidad. Eso es, aparentemente, lo que busca hacer Al Qaeda con los cristianos. Cientos de cristianos iraquíes ya han pedido exiliarse en países de Europa. El exilio es una herida, un desgarro cruel en la vida de familias que vivían en paz y que, para salvar la piel, son obligadas a dejar su tierra natal, su vida, sus casas.

Hoy en día es cada vez más difícil ser musulmán. Hay vergüenza y cólera, impotencia y rabia. ¿Qué hacer? Los estados árabes deben tomar conciencia del mal infinito que esta organización hace sufrir al mundo árabe-musulmán. Hay que reaccionar, unir todos los esfuerzos y declarar una guerra a los que manipulan el islam y cometen crímenes atroces en su nombre.

Les toca a los gobiernos de Bagdad y de El Cairo proteger a sus ciudadanos de confesiones no musulmanas. Si no reaccionan con vigor, todo el futuro del mundo árabe estará secuestrado por la intolerancia y la brutalidad asesinas.

Tahar ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt.

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