Los avances tecnológicos y la persona

Hace unos días, escuchando una interesante conferencia sobre los avances tecnológicos y los grandes cambios que se están produciendo, se me dibujó una sociedad que me plantea algunos interrogantes. El ponente, David Murillo, apuntaba algunos rasgos significativos de la sociedad tecnológica.

Es ya un hecho que el desarrollo tecnológico nos ofrece amplias posibilidades de innovar en un mundo globalizado que supera la dimensión del propio entorno. Gracias a la robotización, aumenta la productividad y la eficiencia al tiempo que se reduce el coste de los productos, lo cual permite a las empresas ganar en dimensión y competitividad.

La tecnología nos ofrece un nuevo modelo de intercambio que elimina el mercado local. El comercio físico se sustituye por el comercio digital, cada vez más accesible, rápido y capaz de responder a las demandas y preferencias individuales.

Con la aparición de la economía colaborativa se pasa de la posesión de los bienes al uso de los mismos, y el hecho de compartir ofrece la posibilidad de que varias personas utilicen un mismo coche o una misma casa, por no hablar de libros, ropa o herramientas. Sin embargo, detrás de los loables principios que se arguyen, en ocasiones se oculta el propósito de eludir las normas y la fiscalidad establecida, lo cual plantea dudas sobre la excelencia del modelo. El impacto es rápido y contundente, como han demostrado Uber (y la consiguiente protesta de los taxistas) o Airbnb, que gestiona la mayoría de los pisos turísticos de Barcelona, legalizados o no. La actividad, en cualquier caso, se prevé que crezca hasta alcanzar un volumen equivalente al de la economía tradicional en diez años.

Estos cambios comportan una profunda transformación de la sociedad que nos obliga a plantearnos algunos retos.

El mercado laboral se debilita y no habrá trabajo para un gran número de personas. La crisis ocupacional será permanente y, por tanto, habrá que repensar el sistema socioeconómico porque no será posible que todos tengamos un trabajo que nos proporcione los ingresos mínimos para cubrir las necesidades vitales. Los poderes públicos deberán ofrecer una garantía de rentas para mantener la cohesión social.

Habrá que repensar también el sistema fiscal para generar los recursos necesarios para sostener el sistema de protección social. Si las arcas públicas no ingresan suficientes impuestos por las rentas del trabajo, habrá que ejercer una mayor presión fiscal sobre las rentas del capital y del patrimonio, y crear nuevos impuestos sobre elementos que han sustituido a la mano de obra tradicional. La Unión Europea, por ejemplo, está estudiando ya el tratamiento fiscal de los robots. Asimismo, será conveniente legislar a nivel internacional para evitar la evasión y la elusión fiscal, prácticas para las que el mundo globalizado ofrece muchas facilidades.

La crisis de los valores tradicionales desdibuja la centralidad de la persona y sus derechos. El individuo pierde capacidad de decidir, de relacionarse, de crear, de producir, de ser autónomo... y habrá que recuperar el reconocimiento del valor de la persona para no perder la esencia de la humanidad. Al mismo tiempo, será el momento de (re)descubrir valores como el tiempo libre, la creatividad, la expresión artística, la solidaridad, el cuidado de las personas, los afectos... para no robotizarnos nosotros mismos. Y habrá que repensar el cambio cultural que comporta la nueva organización del trabajo, que significa que deja de ser uno de los ejes vertebradores de la persona y nos obliga a definir nuevas formas de actividad y de participación social para sentirnos útiles y activos en la comunidad de la cual formamos parte.

Estoy convencida de que los avances tecnológicos son positivos y a lo largo de la historia nos han permitido mejorar el bienestar de la humanidad. Hoy parece que la enorme capacidad transformadora de la tecnología puede llegar a modificar este objetivo y justificar su crecimiento por sí misma, lo cual es un peligro que las normas internacionales intentan atajar poniendo freno a técnicas como la clonación de individuos, la mejora de la raza humana o el uso de la bomba atómica.

Creo que desde los principios éticos y sociales que defendemos deberían limitarse los avances que puedan generar malestar y mayores problemas a los habitantes del mundo, controlar los procesos tecnológicos que solo benefician a una minoría e incrementan las desigualdades, y utilizar los avances logrados para construir una sociedad más equitativa, con una mejor redistribución de la riqueza, más cohesión social y mayor bienestar.

Teresa Crespo, presidente de Entitats Catalanes d'Acció Social (ECAS).

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