Los Balcanes de Macron

En medio del vodevil del Brexit, el Consejo Europeo del 17-18 de octubre no consiguió acordar la apertura de negociaciones de adhesión a la UE con Albania y Macedonia del Norte, Estados candidatos desde 2005 y 2014. La decisión de posponer el inicio de las negociaciones al menos hasta 2020 dejó ver un profundo malestar en la burocracia de Bruselas, que había apostado fuerte por esos países. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, afirmó que se sentía avergonzado por una decisión que “no es un fallo, es un error”. Por su parte, el comisario de ampliación, el austriaco Johannes Hahn, señaló con sorna tras la reunión que “no era un momento glorioso para Europa”, y la alta representante, Federica Mogherini, habló de “error histórico”. Ambos habían mostrado aprecio por la trayectoria de estos Estados, que, señaló Mogherini, “han hecho su parte del trabajo”.

La decisión cayó como una bomba en la región, donde el aplazamiento ha sido asumido como el final de una etapa. En Macedonia del Norte, la apuesta por la integración europea del Gobierno de Zoran Zaev había llevado al cuestionamiento de algunos símbolos nacionales, incluido el nombre. El acuerdo de 2018 con Grecia (que había bloqueado la integración del país en la UE y la OTAN) para el cambio de denominación encontró una oposición feroz en la derecha nacionalista, que llegó a pedir el boicot del referéndum de ratificación del acuerdo, en el que solo participó un 37% del censo. La decisión ha dejado vendido a Zaev, que ya ha convocado unas elecciones anticipadas que, previsiblemente, volverán a llevar al límite a las débiles instituciones del país.

En la Albania de Edi Rama, el primer ministro que causó sensación por vestir deportivas en su encuentro con Emmanuel Macron en 2017, existe una aparente estabilidad política, ya que los socialistas dominan el Parlamento con mayoría absoluta. Aun así, no es descartable que la difuminación de la perspectiva europea tenga consecuencias. Por un lado, existe un malestar latente tras los comicios locales del pasado junio, boicoteados por la oposición bajo acusaciones de irregularidades y complicidad del Gobierno con el crimen organizado. Por el otro, el país es una bomba de relojería social en el que el 60% de la población adulta ansía emigrar.

Como ha ocurrido tradicionalmente en la región, las decisiones trascendentales han estado guiadas más por el interés de las grandes potencias que por el de sus sociedades. En este caso, la negativa a iniciar negociaciones ha sido promovida por Macron, para quien la no apertura de las negociaciones es fruto de sus propias preocupaciones estratégicas. Para el presidente francés, la actual metodología de la política de ampliación debería dejar de tener un carácter irreversible (en una clara referencia a Turquía). Además, se refirió a la crisis del proyecto europeo, al que comparó con una casa hermosa, aunque necesitada de reformas, que no puede asumir la llegada de más inquilinos mientras no terminen de salir los antiguos. No hay que olvidar que el Macron de este octubre llega después de haber triunfado en la cumbre del G7 de agosto en Biarritz, un marco en el que daba la impresión de ser un estadista capaz de hacer cambiar el rumbo de los acontecimientos en Oriente Próximo, rebajar la tensión comercial entre China y Estados Unidos y disciplinar a Bolsonaro por su negligencia ante los incendios en el Amazonas.

Además, en una reunión con Vladímir Putin poco antes de la cumbre, había sacado de la despensa discursiva la idea de la Europa que va de Lisboa a Vladivostok. No parece descabellado pensar que, tras la resolución del Brexit, el presidente francés renueve su plan para reformar la UE y darle un encaje en un mundo multipolar.

En ese contexto, la paralización de nuevas adhesiones es un movimiento relativamente menor. Los críticos pueden afirmar que se trata de una decisión cortoplacista e irresponsable, tanto por su impacto negativo en el ámbito local como por dejar abierto un espacio para la intervención de potencias como Rusia, China, Turquía y Estados Unidos, que parece tener un renovado interés en la región. Sin embargo, la decisión del Consejo Europeo no hace sino reproducir la dinámica tradicional de la UE respecto a los Balcanes en las últimas tres décadas.

No hay que olvidar que, cuando Alemania forzó a sus socios a reconocer a Eslovenia y Croacia en el Consejo Europeo de Maastricht de diciembre de 1991, no existía plan alguno sobre la mesa para el resto de la región, lo cual dejó el escenario preparado para el estallido de la guerra en Bosnia. Esos países son hoy miembros de la UE, mientras que el impasse de los países del sur bien podría acabar con algún remiendo institucional que los apuntale en su posición periférica, con los prejuicios culturales y desventajas económicas que eso supone. Ello se ajustaría al planteamiento de una Europa a varias velocidades —o “formatos”, en términos de Macron— que parece avecinarse.

Carlos González-Villa es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nebrija. Autor de Eslovenia: Un nuevo Estado para un nuevo orden mundial (Comares, 2019) y Patriotas indignados (Alianza, 2019).

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