Los bancos que se comieron a la economía

EL gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, sorprendió a su audiencia en una conferencia el año pasado cuando especuló que los activos de la banca en Londres podrían crecer hasta más de nueve veces el PIB británico para 2050. Su pronóstico representó la simple extrapolación de dos tendencias: la continua profundización financiera en el mundo (esto es, un mayor crecimiento de los activos financieros que de la economía real), y la continuidad de la participación londinense en los negocios financieros mundiales.

Puede tratarse de supuestos razonables, pero la estimación resultó profundamente inquietante para muchos. Alojar un enorme centro financiero, con bancos locales gigantescos, puede ser costoso para los contribuyentes. En Islandia e Irlanda, los bancos superaron la capacidad de sus gobiernos para apoyarlos cuando fue necesario. El resultado fue desastroso.

Más allá de los posibles costos de rescate, hay quienes sostienen que la hipertrofia financiera daña la economía real porque desvía talento y recursos que podrían utilizarse mejor en otras partes. Pero Carney sostiene que, por el contrario, el resto de la economía británica se beneficia por estar en medio de un centro financiero mundial. «Estar en el centro del sistema financiero mundial», dijo, «amplía las oportunidades de inversión para las instituciones que protegen los ahorros británicos y refuerza la capacidad de las industrias manufactureras y creativas del RU para competir en forma global».

Ciertamente, ese es el supuesto sobre el cual se ha construido el mercado londinense y la línea argumental que propagaron sucesivos gobiernos. Pero ha entrado en la línea de fuego.

Andy Haldane, uno de los lugartenientes que heredó Carney en el Banco de Inglaterra, ha cuestionado la contribución económica del sector financiero, destacando su «capacidad para vigorizar e incapacitar a grandes partes de la economía no financiera». Sostiene (en un discurso reveladoramente intitulado «La contribución del sector financiero: ¿milagro o espejismo?») que la contribución al PIB informada por el sector financiero ha sido significativamente sobrevalorada.

Dos escritos recientes suman dudas al asunto. En «El crecimiento de las finanzas modernas», Robin Greenwood y David Scharfstein, de la Escuela de Negocios de Harvard, muestran que la participación de las finanzas en el PIB estadounidense casi se duplicó entre 1980 y 2006, justo antes del comienzo de la crisis financiera (del 4,9 % al 8,3 %). Los dos factores principales que impulsaron ese aumento fueron la expansión del crédito y el rápido aumento de los recursos dedicados a la administración de activos (asociados, no casualmente, con el crecimiento exponencial del ingreso en el sector financiero).

Greenwood y Scharfstein sostienen que la financialización tuvo sus pros y sus contras: puede haber habido más oportunidades de ahorro para los hogares y fuentes de financiamiento más diversas para las empresas, pero el valor agregado de la actividad de administración de activos fue ilusorio. En gran parte, implicó una costosa y excesiva rotación de las carteras, mientras que el aumento del apalancamiento implicó fragilidad para el sistema financiero en su conjunto e impuso grandes costos sociales cuando los hogares sobreendeudados quebraron.

Stephen G. Cecchetti y Enisse Kharroubi, del Banco de Pagos Internacionales –el banco central de los bancos centrales–, van más lejos todavía. Sostienen que el rápido crecimiento del sector financiero reduce el aumento de la productividad en otros sectores. Utilizaron una muestra de 20 países desarrollados y encontraron una correlación negativa entre la participación del sector financiero en el PIB y la salud de la economía real.

Los motivos de esta relación no son fáciles de establecer en forma definitiva y las conclusiones de los autores son controvertidas. Pero resulta claro que las empresas financieras compiten con otras por los recursos, especialmente por la mano de obra calificada. Los físicos o ingenieros con doctorados pueden inclinarse por desarrollar modelos matemáticos complejos sobre los movimientos del mercado para bancos de inversión o fondos de cobertura, donde habitualmente son llamados «lumbreras». O pueden usar sus talentos para desarrollar, por ejemplo, energías alternativas para iluminar las ciudades.

Cecchetti y Kharroubi encontraron evidencia de que efectivamente son las empresas intensivas en investigación las que sufren más cuando las finanzas florecen. Para estas empresas es más difícil reclutar profesionales habilidosos cuando las empresas financieras pueden pagar salarios más elevados. Y no solo nos referimos a los «quants» (diseñadores de modelos cuantitativos). En los años previos a la crisis financiera de 2008, más de un tercio de los MBA de Harvard, y una proporción similar de los graduados de la London School of Economics, fueron a trabajar a empresas financieras. (Hay quienes cínicamente pueden afirmar que alejar a los MBA y a los economistas de los negocios reales es una bendición, pero dudo que eso sea así).

Los autores descubrieron además otro efecto intrigante. Los períodos de rápido crecimiento en los créditos suelen estar asociados con aumentos explosivos de la construcción, en parte porque los inmuebles son relativamente fáciles de colocar como garantía crediticia. Pero la tasa de crecimiento de la productividad en la construcción es baja y el valor de muchos proyectos impulsados con créditos luego resulta escaso o negativo.

Entonces, ¿deben los británicos ansiar con entusiasmo el futuro esbozado por Carney? Quienes desean dedicarse a las operaciones con derivados ciertamente tendrán más confianza en sus perspectivas laborales. Y otras partes de la economía que brindan servicios al sector financiero –los concesionarios de Porsche y los clubes de striptease, por ejemplo– sentirán un estímulo similar.

Pero si las finanzas continúan acaparando una cantidad desproporcionada de los profesionales más destacados, es posible que para 2050 quede poco de la industria manufacturera británica, e incluso haya menos empresas de alta tecnología que en la actualidad. Quienes se preocupan por los desequilibrios económicos y la excesiva dependencia del volátil sector financiero, ciertamente esperarán que este aspecto de la «orientación prospectiva» del Banco de Inglaterra resulte tan poco fiable como lo han sido sus predicciones sobre el desempleo.

Howard Davies, a professor at Sciences Po in Paris, was the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003). He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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