Los barones optan por la paz

Había varias reacciones posibles y el PP ha elegido el cierre de filas. Aparentemente, nada o poco cambia para que todo siga más o menos igual. Una lectura del veredicto de las urnas que, a tenor de lo sucedido ayer en el Comité Ejecutivo del partido, cuenta con un respaldo prácticamente unánime de sus dirigentes. El camino escogido ha sido el de la paz. La Historia de España es la historia de un enfrentamiento fratricida por el poder desde el tiempo de los reyes godos, y la derecha ha experimentado en sus carnes con especial virulencia esta tendencia a la autodestrucción. Fueron las divisiones internas las que acabaron con la UCD y también con la Alianza Popular de Manuel Fraga. Fue, por el contrario, la unidad incondicional en torno al líder lo que llevó al Partido Popular de José María Aznar a la victoria de 1996 y a la mayoría absoluta de 2000. Y ese afán de unidad es precisamente lo que ha motivado que más de uno y más de una se muerdan la lengua, se traguen las dudas y se callen las opiniones discrepantes ante el anuncio realizado por Mariano Rajoy de que su intención es continuar al frente del PP y encabezar una candidatura integrada por su propio equipo con vistas al congreso que se celebrará en junio. La unidad por encima de todo. El frente compacto como meta más deseable y más deseada que el frente renovado.

Todo apunta a que en ese cónclave de comienzos de verano no habrá candidaturas alternativas dignas de consideración. Todos aclamarán al candidato único o guardarán silencio, como hicieron ayer en la reunión de notables celebrada en Madrid, porque hay silencios más elocuentes que el más elaborado discurso. Aunque desconocemos hoy quién integrará ese grupo con el que el líder se presentará a la reelección, el balcón de Génova la noche del 9-M nos ofrece una fotografía muy aproximada de los que podrían ser sus acompañantes tanto en la lista que ya se perfila vencedora como probablemente en la legislatura, ocupando los puestos de máxima responsabilidad y visibilidad: Pío García Escudero, el senador más votado, que continuará como portavoz en la Cámara Alta y aspira además a la Secretaría General del partido, puesto para el que se oye hablar asimismo de Juan Costa y de Javier Arenas; Soraya Sáenz de Santamaría, cuyo nombre suena con fuerza como futura voz de su Grupo en el Congreso en sustitución de Eduardo Zaplana (en trance de retirada), acaso asistida por Esteban González Pons; Manuel Pizarro, el «fichaje estrella» para la campaña electoral, cuya experiencia económica será de gran valor ante la crisis que tenemos encima; y, por supuesto, Angel Acebes, cuya lealtad y dedicación serán premiadas seguro con algún destino honroso. No en vano su nombre fue incluido ayer por Rajoy con especial hincapié en el capítulo de agradecimientos, junto a los de Arenas, Aznar y Fraga. Ellos cuatro merecieron el honor de ser mencionados individualmente como artífices del que se considera un magnífico resultado electoral.

Mariano Rajoy encabezará, pues, la única candidatura seria que opte a presidir el Partido Popular de los próximos años. Eso ha dicho y nadie dentro de la política activa tiene fuerza suficiente y ganas para oponerse a él. La prudencia es la divisa. De haber cedido el bastón de mando de manera voluntaria en este momento, es posible e incluso probable que se hubieran desatado uno o varios pulsos destinados a medir fuerzas. Las coaliciones, de hecho, ya estaban más o menos fraguadas ante la mera posibilidad de que tal cosa sucediera, como muchos daban por hecho, y la fuerza de una de ellas era tal que difícilmente habría salido derrotada. Aunque habría habido lucha. Pero enfrentarse al actual presidente, al candidato que en su día designó Aznar, y a un líder que apenas suscita rechazo interno, es ya harina de otro costal. De ahí que ayer no se oyera ni un susurro de protesta y que la salva de aplausos que acogió el anuncio de Rajoy (un sacrificio personal digno de encomio, según Alberto Ruiz-Gallardón) fuera clamorosa. Una guerra entre el poder de Génova y el poder territorial podría ser letal para el partido en esta segunda travesía del desierto, por lo que la cuestión queda aparcada hasta que la ocasión se muestre más propicia. Lo cual no significa que todos estén conformes en seguir como hasta ahora.

De hecho, la sed de cambios y renovación es patente. Cambios y renovación en las caras y en los mensajes. Cambios de imagen y renovación ideológica que permitan al PP superar la barrera de la dulce derrota. Cambios y renovación que pasan por mantener la línea que ha seguido el PP en cuestiones esenciales, como la cohesión territorial de España, Nación de ciudadanos libres e iguales; la defensa de la Constitución, la lucha frontal contra el terrorismo de ETA y el respaldo a las víctimas, sin renunciar a producir un discurso más moderno en asuntos de índole social. Cambios también generacionales, pues hay una cantera de gente joven curtida en los gobiernos autonómicos que pide paso y acredita sobrada capacidad.

¿Será posible colmar esta necesidad de cambios con el mismo cabeza de cartel? Esa parece haber sido la opción que ha tomado la dirección popular. Mariano Rajoy insiste en que actuará sin más interés que hacer lo que conviene a los españoles, siempre desde la independencia: ¿De Aznar? ¿De los medios de comunicación que se le suponen afines? ¿De los líderes territoriales cuyas comunidades han sido decisivas para incrementar en más de 400.000 votos el respaldo electoral a sus siglas? Cuando su candidatura salga elegida por aclamación, como parece más que probable, en el congreso de junio, se liberará definitivamente de las últimas tutelas que pudiera pretender ejercer sobre él José María Aznar, quien, de hecho, aspiraba a desempeñar algún tipo de papel, no precisamente secundario, en el caso de que el candidato hubiese arrojado la toalla abriendo con ello el melón sucesorio que sigue cerrado no sabemos hasta cuándo. En cuanto a los medios de comunicación, nunca ha manifestado el líder popular una tendencia excesiva a hacerles caso, sino más bien lo contrario. Y en lo que respecta a los barones y baronesa, está claro que han elegido la paz y la cohesión, por encima de sus legítimas aspiraciones.

Si algo caracteriza la trayectoria del PP desde su refundación, con alguna excepción notoria que no hace sino confirmar la regla, es la lealtad incondicional de sus miembros y dirigentes. Fueron leales a Aznar incluso cuando éste se equivocaba e ignoraba algunos consejos que habría debido escuchar. Fueron leales a Rajoy una vez proclamado líder, aun cuando en algunos casos tenían motivos para considerarse al menos tan merecedores como él de ocupar ese cargo. Y serán leales también ahora, a pesar de que existan dudas razonables por parte de muchos de ellos sobre si la decisión tomada es realmente la mejor para el partido y para España... En el caso de que sea una decisión definitiva. Porque tal vez de aquí a junio se produzcan hechos nuevos que permitan dar satisfacción a todas las aspiraciones de cambio, preservando al mismo tiempo la paz que se considera imprescindible.

Lealtad es el concepto clave. A partir de hoy mismo se terminan los rumores y las especulaciones. El PP cierra filas y se prepara, en formación compacta, para dar las próximas batallas en las elecciones europeas y en las autonómicas vascas y gallegas. Gana el espíritu de partido, la disciplina, la unidad. El tiempo y las urnas dirán la última palabra.

Isabel San Sebastián