Los 'borrados' de Eslovenia no presiden la UE

El antiguo Reino de los serbios, croatas y eslovenos nacido del colapso de la monarquía austro-húngara (1918), después Reino de Yugoslavia (1929) y más tarde República Federal Socialista de Yugoslavia, de los que los eslovenos formaron parte, consiguió ser independiente el 25 de junio de 1991 tras un enfrentamiento armado con las fuerzas armadas federales de Yugoslavia en un breve conflicto denominado 'Guerra de los diez días' o 'Guerra de Eslovenia'. El enfrentamiento fue el preludio de la sangrienta desintegración de Yugoslavia que se inició con las traumáticas guerras en Croacia y Bosnia-Herzegovina y que continuó con la independencia pacífica de Macedonia (1992) y Montenegro (2006). A partir del mencionado 25 de junio, nació la República Parlamentaria de Eslovenia (presidida desde noviembre de 2007 por Danilo Türk). La más próspera de las seis repúblicas yugoslavas vio truncarse esta prosperidad con la prolongada guerra en Bosnia-Herzegovina que tanto afectó a su economía, producción industrial, comercio y turismo. La sociedad eslovena experimentó un gran cambio estructural en su seno antes de que la adhesión del país a la UE fomentara la democratización del mismo, la transición a la economía de mercado, la creación de nuevas instituciones y la progresiva europeización. La república ex yugoslava más desarrollada se benefició de una favorable situación de partida que permitió al pequeño país centroeuropeo llevar a cabo el proceso de europeización sin mayores complicaciones (reformas económicas y sociales, políticas macroeconómicas prudentes).

La pérdida de los mercados de la ex Yugoslavia, y de la desaparecida URSS, a principios de los años 90 del Siglo XX, generó despidos masivos, sobre todo de mano de obra no cualificada; quiebra de empresas; disminución de la población activa y aumento del gasto para pensiones; aparición del paro estructural y, poco a poco, aumento del paro de larga duración; bolsas de pobreza, etcétera. La transformación del sector empresarial se inició después de la independencia, transfiriéndose la propiedad social, nacionalizándose las grandes empresas (infraestructuras, energéticas, siderúrgicas, telecomunicaciones...) y nacionalizando sus tres principales entidades bancarias. La estructura de la economía eslovena experimentó también importantes cambios que favorecieron el sector servicios.

Hoy, Eslovenia tiene tasas de pobreza menores que las de la UE; sus prestaciones sociales, cercanas a las de la media europea, superan a las de España, Irlanda, Italia, Grecia y Portugal; su PIB es mayor que el de Grecia y casi iguala al de Portugal; el desempleo es de un 9% y su tasa de lectura de libros es de las más altas de Europa. Por todo ello, la pequeña república balcánica se ha convertido en modelo de los países que se incorporaron al proyecto europeo el 1 de mayo de 2004. Las luces se acompañan siempre de sombras y en este caso se centran en la necesidad de reformar el lento aparato judicial, aumentar las bajas inversiones extranjeras, completar la privatización y reducir la inflación. El temor de esta pequeña nación de dos millones de habitantes a perder su identidad cultural, así como al aumento del desempleo y a las posibles quiebras de empresas al tener que competir con las de los países más potentes de la Unión, es una realidad presente en su cuerpo social.

Desde el 1 de enero de 2008, Eslovenia, uno de los más pequeños Estados de la UE, está al frente de la política comunitaria, después de vincularse a Occidente con su unión a la OTAN (29 de marzo de 2004), a la UE (1 de mayo de 2004), a la zona euro (1 de enero de 2007) y a la zona Schengen (21 de diciembre de 2007). El Gobierno de Liubliana ha asumido la gran responsabilidad de dirigir la UE en el primer semestre de 2008 y la de enfrentarse a diversos problemas que necesitan de la participación comunitaria. Desde el palacio Brdo, residencia de descanso de Josip Broz 'Tito' y último lugar en el que, supuestamente, Slobodan Milosevic, Franjo Tudjman y Milan Kucan intentaron en vano alcanzar un compromiso para frenar la sangrienta guerra balcánica, se orientará la política de la Unión mediante decenas de conferencias a celebrar en su recién inaugurado Palacio de Congresos.

Dicha política tendrá cinco tareas de difícil consenso: la gestión del nuevo tratado institucional que reemplazó a la Constitución y que sólo requiere ratificación parlamentaria (excepto el peligroso referéndum irlandés); el interés por los temas relacionados con la energía y el medio ambiente (mercado energético interno, fiabilidad del abastecimiento y creación de una comunidad energética en la Europa sudoriental); la cuestión demográfica y económica (fomento de las inversiones en investigación, conocimiento e innovación; desarrollo de un ambiente de negocios competitivo; reforma del mercado laboral y respuesta a los desafíos demográficos); la búsqueda de lazos entre los países de los Balcanes occidentales y la Unión y, finalmente, la promoción del diálogo intercultural entre las naciones europeas. Los dos últimos puntos tienen su principal escollo en la resolución de la situación de Kosovo, para la cual el ministro de Exteriores esloveno, Dimitrij Rupel, aboga por el lamentable Plan Ahtisaari.

La flamante y pintoresca Eslovenia descrita hasta estos momentos, con su idílico panorama de la vida en la nueva Europa, sus esfuerzos de mejora, su espíritu comunitario, es la que los eslovenos quieren transmitirnos al resto de los europeos. Pero lo que no quieren que veamos es uno de sus fantasmas recientes, la 'limpieza étnica administrativa de los borrados', o lo que es lo mismo una de esas situaciones tan habituales en los Estados que nacen de la noche a la mañana y en los que, como Eslovenia, la homogeneidad étnica es clara, y que se manifiesta en el repudio, la marginación y la expulsión de los grupos minoritarios. La muerte de Tito y la depredación de algunos países europeos junto con EE UU hicieron desaparecer Yugoslavia. Pero tras la muerte de éste, el país se mantenía sin mayores conflictos y las leyes de la federación preveían que cada ciudadano yugoslavo tuviera también una segunda ciudadanía, la de la república en la que había nacido, además de un tercer documento que certificaba la residencia en una de las seis repúblicas.

En junio de 1991 Eslovenia proclama su independencia de Belgrado, y poco tiempo después, el 26 de febrero de 1992, el nuevo Estado decidió eliminar, mediante un procedimiento secreto y sin informar a los interesados, del registro de residentes a todos los que no habían solicitado la ciudadanía eslovena en los seis meses posteriores a la independencia. Entre los miles de 'borrados', que a menudo descubrirían por casualidad su nueva situación, había sobre todo serbios, croatas, bosnios, macedonios, gitanos, pero también eslovenos nacidos en el extranjero o en Eslovenia con nacionalidad yugoslava y documentos sin regularizar. La principal consecuencia de su eliminación del registro fue que se convirtieron en residentes ilegales en el país, dictándose contra muchos de ellos órdenes de expulsión que les obligaron a abandonarlo, incluso hacia zonas de guerra como Croacia o Bosnia. Al considerarlos extranjeros o apátridas sin derecho de residencia permanente en Eslovenia, los 'borrados' no podían tener legalmente un empleo, perdían las pensiones, carecían de asistencia médica y, en no pocos casos, dejaban de tener derecho a la educación secundaria.

Las presiones de la ONU y de Amnistía Internacional consiguieron que la Corte Constitucional eslovena condenara en dos ocasiones la ilegalidad y la anticonstitucionalidad de la medida, imponiendo al Gobierno en 2003, mediante sentencia, la obligación de recuperar la ciudadanía y los derechos de los afectados, así como de indemnizarlos. Pero los sucesivos ejecutivos de Liubliana no se han dado por aludidos y a día de hoy no sólo no se ha hecho nada, sino que ante las críticas que recibía de la prensa el anterior Gobierno, éste cesó y reemplazó en 2006 al 80% de los editores de la misma, cambiando las leyes para controlarlos. El pasado octubre, unos seiscientos periodistas firmaron una declaración acusando al entonces presidente del Gobierno, Janez Jansa, de imponer la censura y coartar la libertad de expresión. Los 'borrados' no son partícipes de la Eslovenia del presente y no lo son porque personas con nombre y apellidos lo decidieron así. La asignatura pendiente de los 'borrados' y la falta de progresos en el campo de los derechos humanos también son parte de la Eslovenia que preside la Unión este primer semestre de 2008.

Daniel Reboredo