Los BRICS consolidan su alianza

Eficacia y hospitalidad. Brasil albergó la que se considera una de las mejores Copas del Mundo de fútbol de la historia, pero también acogió hace poco otra importante reunión internacional: la sexta Cumbre de los BRICS, una asamblea de jefes de Estado que tuvo lugar el mes pasado en Fortaleza y Brasilia.

El acrónimo BRICS se acuñó hace años para aludir a un conjunto de países emergentes —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— cuyas economías se desarrollaron rápidamente durante el cambio de siglo, para después convertirse en importantes motores del crecimiento mundial, sobre todo después de la crisis financiera de 2008 en Norteamérica y Europa.

Al inventarse el acrónimo BRICS, lo que el economista Jim O’Neill quería era llamar la atención sobre las múltiples oportunidades de negocio que ofrecían a los inversores del mundo cinco grandes países que, después de todo, albergan a casi el 20% de la población mundial, han desarrollado sólidos mercados y plataformas de exportación nacionales, y sus economías, según el Fondo Monetario Internacional, pasaron de representar el 5,6% del producto interior bruto mundial al 21,3% en menos de dos décadas.

Los innumerables proyectos de modernización que los BRICS están llevando a cabo y sus planes de mejora de infraestructuras para los próximos años suponen que los inversores seguirán teniendo lucrativas oportunidades (al llegar 2018, solo en Brasil se invertirán más de 400 millones de dólares en instalaciones industriales e hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, refinerías, ferrocarriles, autopistas, oleoductos y otras infraestructuras). Por otra parte, en los BRICS, gracias a la incorporación de millones de residentes pobres, antes excluidos del mundo laboral y el consumo, el potencial de expansión de los mercados internos también ofrece magníficas oportunidades.

Todo esto ha provocado análisis positivos y un entorno tan favorable como los pronósticos a largo plazo para los BRICS, a pesar de la lentísima recuperación de los países desarrollados después de la crisis financiera, que está teniendo un efecto negativo en todas las economías.

Sin embargo, los BRICS no solo pretenden ofrecer inversiones atractivas. Recuerdo que, cuando el presidente ruso Dmitri Medvédev, el presidente chino Hu Jintao, el primer ministro indio Manmohan Singh y yo nos reunimos en Rusia durante la inauguración de la cumbre de los BRICS en 2009, decidimos partir de una idea que era poco más que un acrónimo y convertirla en un eficaz motor de crecimiento económico, geopolítico y estratégico para nuestros países y nuestros socios regionales. Al mismo tiempo, planteamos un nuevo programa de desarrollo multilateral y de reforma de la gobernanza mundial.

Los Gobiernos de los países que componen los BRICS han acometido iniciativas de integración en África, América Latina y Asia. Han desempeñado un papel clave en la creación del G-20, el primer foro multilateral de relevancia en otorgar un peso equitativo a países del hemisferio Sur. También fueron esenciales para la reforma del viejo orden establecido en Bretton Woods en 1944, cuya incapacidad para afrontar las realidades de las economías contemporáneas constituía realmente una barrera para el progreso del conjunto del mundo (basta decir que en 1944 China avanzaba hacia la guerra civil, India todavía no era un país independiente y casi todo el continente africano estaba colonizado por potencias europeas).

En los últimos años, los partidarios del statu quo internacional se han resistido con obstinación a cualquier iniciativa conducente a reportar equidad al orden económico y político mundial. Han intentado descalificar las iniciativas de los BRICS, aduciendo que la heterogeneidad y artificialidad de esa alianza la hacen poco creíble y que sus integrantes están demasiado lejanos geográficamente y que sus intereses nacionales son contrapuestos. Según esos detractores, esta razón basta para que nada concreto o relevante pueda salir de ese grupo.

Sin embargo, los asistentes a la cumbre de este año —centrada en el crecimiento, la inclusión social y la sostenibilidad— acabaron rechazando categóricamente ese diagnóstico. Demostraron que los países emergentes han dejado atrás su anterior papel, meramente retributivo, para comenzar a mostrarse más activos en el escenario internacional. En la cumbre de este año se tomaron decisiones concretas e innovadoras, que van desde la facilitación del comercio al fomento de la cooperación frente al cibercrimen. Pero la decisión principal fue la creación de un banco de desarrollo con un capital inicial de 50.000 millones de dólares, destinado a financiar proyectos de infraestructuras y a construir plantas industriales sostenibles, y también el desarrollo de un fondo de reserva de 100.000 millones de dólares que ayude a los países a sobrellevar ocasionales crisis de liquidez. Iniciativas como esas consolidan la posición financiera ya de por sí sólida de los países miembros, posibilitando la cooperación en varios sectores, entre ellos el energético, el científico y el tecnológico. La actitud innovadora expresada en la cumbre se extendió a un modelo de gobernanza democrático que adoptarán dos organismos y en el que los cinco países miembros tendrán igual peso: sus presidencias serán rotativas y las decisiones se tomarán por consenso.

Del mismo modo que Sudáfrica incorporó a líderes de otros países africanos a la cumbre anual de los BRICS, celebrada en Durban, la presidenta brasileña Dilma Rousseff, cuya decisión y capacidad negociadora fueron esenciales para lograr avances este año, invitó a Fortaleza a todos los jefes de Estado africanos, poniendo de relieve el compromiso estratégico que Brasil tiene con la integración regional. Además de dirigentes políticos, al acontecimiento asistieron cientos de figuras de los entornos empresariales, social e intelectual.

No me cabe duda de que las decisiones tomadas por los BRICS en Fortaleza, además de ser bastante beneficiosas para los países miembros y sus socios, tendrán un impacto positivo en la propia gobernanza mundial. Las decisiones tomadas este año no son relativas sino creativas, y no van contra ningún grupo, sino que, mostrándose a favor del crecimiento y el desarrollo mundiales, pretenden fomentar una comunidad internacional tan incluyente como equilibrada.

Luiz Inácio Lula da Silva, expresidente de Brasil, promueve en la actualidad iniciativas globales desde el Instituto Lula. Se le puede seguir en facebook.com/lula.).

© 2014 Instituto Luiz Inácio Lula da Silva. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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