A los británicos les dieron a elegir en referéndum entre el limbo (retirada de la Unión Europea) y el purgatorio (seguir en ella con el acuerdo alcanzado en febrero). Una mayoría suficiente, atraída por cantos de sirena que prometen el cielo sin ningún dato que los haga creíbles, eligió el limbo.
David Cameron, responsable principal de este desastre por convocar un referéndum sobre la compleja relación con Europa, imposible de resolver mediante un plebiscito, anunció su dimisión para después del verano. «No tenía otra opción», comentó en la Deutsche Welle el ex embajador británico en Alemania y en España Peter Tory. «Cometió un terrible error y paga por ello». «Se equivocó y tenía que irse», explicó Quentin Peel, de Chatham House. «Lo malo es que no veo a ningún sucesor mejor en el Partido Conservador. De Farage más vale no hablar. El ministro de Justicia, Michael Gove, es inteligente pero no reúne las condiciones. En cuanto a Boris Johnson, es un ególatra, bueno en televisión y divertido. Me inclinaría más por un candidato más centrado, como Theresa May, ministra de Interior».
«No es el resultado que queríamos», declaró el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. «Es un momento histórico y hay que evitar histerias. Es imposible prever las consecuencias políticas, sobre todo para el Reino Unido, pero estamos preparados para mantener la unidad con la misma fuerza». «En nombre del Parlamento Europeo, expresamos nuestra tristeza por el resultado del referéndum británico, pero es la expresión soberana de su voluntad», dijo el presidente de la institución, Martin Schultz. «Es un momento difícil para todos… Tomamos nota de la dimisión y de la declaración del primer ministro británico de hace unos minutos. La analizaremos cuidadosamente en la reunión que mantendremos a continuación los presidentes del Consejo, de la Comisión, del Parlamento y el presidente semestral. Necesitamos estabilidad en el Reino Unido y en los 27 socios».
Las primeras palabras de Tusk y de Schulz siguen al pie de la letra el guión previsto en las reacciones, que podemos resumir en seis erres (R): lamentos (regret), respeto (respect), voluntad de seguir adelante (resolve), represalia o sanciones (reprisal), alivio (relief) y propósito de reformas para evitar el efecto contagio (reform). Con la victoria del Brexit se confirman los peores temores: el Reino Unido queda dividido y se abren interrogantes decisivos para el futuro de los británicos, los europeos y la sociedad internacional.
En su reconocimiento de la derrota, Cameron anunció que seguirá al frente del Gobierno hasta el congreso conservador de octubre, pero que el Reino Unido «necesita otro liderazgo que conduzca la nave al nuevo destino». Pero el premier se ha jugado su futuro político, ha perdido y no tiene otra opción que dejar paso a otro antes de ese cónclave de otoño. A su sucesor lo elegirían unos 150.000 miembros. Pero, ¿con qué legitimidad puede un político así nombrado gestionar lo que se viene encima, un proceso más difícil que una descolonización o un proceso separatista? Lo más probable es que se convoquen elecciones anticipadas.
Cameron intentó tranquilizar a los mercados y se comprometió a respetar y a proteger los intereses de todos los británicos y de los extranjeros en el Reino Unido. Imprescindible para evitar acciones recíprocas contra los británicos en el extranjero. El martes Cameron estará en el Consejo Europeo y los calendarios se irán precisando. El comisario británico y los más de 1.000 funcionarios británicos de las instituciones comunitarias seguirán en sus puestos en espera de lo que se decida en el futuro.
«La mayoría de los norirlandeses y de los escoceses ha votado por Europa», advirtió Ralf Stegner, el número dos del partido socialdemócrata alemán, en referencia obligada al reforzamiento, con el Brexit, del separatismo escocés y al peligro de que se rompan los acuerdos de 1998 que pusieron fin a más de 30 años de terrorismo en el Ulster.
Por algo más de 1,2 millones de votos y casi cuatro puntos de diferencia, los británicos se han pronunciado contra las principales instituciones de su país y de sus aliados, lo que deslegitima y debilita a su Gobierno y a toda la UE, que deberán elegir, una vez definido el mecanismo de negociación, entre un divorcio total o una separación más amable. El proceso puede consumir de cinco a 10 años de trabajos.
La única dirigente con fuerza política y moral para recomponer los cristales rotos y reordenar el complejo panorama que se ha abierto entre Londres y Bruselas es la canciller alemana, Angela Merkel. No hay precedente ni modelos ideales, aunque se han citado todos: desde el noruego al suizo, pasando por el canadiense o el albanés. Para reducir daños, lo ideal sería que el Reino Unido, la segunda economía de la UE y la quinta del mundo, continuase dentro del mercado interior y sujeto a los 41 acuerdos comerciales vigentes entre la UE y unos 60 países y organizaciones. Si se cumplen algunas de las amenazas de los dirigentes del Brexit, como prohibir de inmediato la entrada o restringir los derechos en el Reino Unido de inmigrantes comunitarios, estarían infringiendo la legislación de la UE. La reacción sería inevitable y entraríamos en la senda de las represalias, las sanciones y los tribunales.
Nada está escrito. Estamos ante un libro en blanco. Todo depende de quién dirija a partir de ahora el Reino Unido y de los difíciles compromisos políticos en Londres y en los 27 miembros de la UE, todos ellos con poder de veto y sometidos a fuerzas enfrentadas. Antes hay que ponerse de acuerdo en la interpretación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, que legaliza la salida de un miembro de la UE. Según este artículo, «el Estado miembro que decide retirarse deberá notificar al Consejo Europeo su intención y, de acuerdo con las directrices del Consejo, la Unión negociará y concluirá un acuerdo con dicho Estado que recoja los términos de su retirada teniendo en cuenta el marco de su futura relación con la Unión».
Según el artículo 218 (3) del Tratado sobre el Funcionamiento de la UE, ese acuerdo lo deberá aprobar por mayoría cualificada (55% de los miembros y 65% de la población) el Consejo, tras recibir el visto bueno o consentimiento del Parlamento Europeo. Y según el artículo 50 (3) del Tratado de Lisboa, la legislación vigente de la UE (centenares de miles de páginas incorporadas al llamado Estatuto británico) dejará de aplicarse en el Reino Unido «a partir de la entrada en vigor del acuerdo de retirada o, de no existir ese acuerdo, dos años después de la notificación de retirada, a menos que el Consejo Europeo, de acuerdo con el Estado miembro que se va, decida por unanimidad ampliar ese plazo».
«Hemos vencido a Bruselas, a las multinacionales, a la gran banca, a los grandes partidos… y lo hemos hecho sin disparar una sola bala», declaró el líder del Ukip, Nigel Farage, en su discurso de la victoria. «Es un desastre», replicó Peter Tory. «Farage representa un retorno a la demagogia y al populismo de los años 30 del siglo XX. Dos tercios de los legisladores británicos están a favor de la Unión Europea». Sin mayoría en Westminster, los vencedores del Brexit poco pueden hacer por el momento. Vendieron el territorio desconocido en el que se adentran desde hoy el Reino Unido y la UE como un paraíso y los votantes les creyeron.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.