Los bueyes líderes y el carro de las ideas

Parece de sentido común afirmar que las ideas preceden en importancia a quienes han de encarnarlas y, en último caso, aplicarlas. Aunque el acervo metafórico también nos avisa y recuerda lo contrario al decirnos que no hay que colocar el carro antes que los bueyes, el consejo que privilegia la secuencia ‘primero las ideas y después las personas’ suena razonable. Y, sin embargo, en política no funcionan siempre, o casi nunca.

Pensemos en Francia, donde la izquierda solo es noticia por lo dividida que está y por sus pésimas perspectivas electorales. En 2011, el presidente Hollande ganó las primarias del Partido Socialista después de que su organización hubiera consensuado interna y democráticamente un programa electoral con el que todo líder que accediese a competir en dichas elecciones debía comprometerse. Nadie desconoce las perspectivas del Partido Socialista. Ni se ha cumplido el programa ni el candidato potencial tiene posibilidades de revalidar o heredar el cargo. El ejemplo contrario es el de un carismático Felipe González dándole la vuelta a la idea de no entrar en la OTAN sin perder, por ello, ni el cargo ni la auctoritas. El liderazgo, y no las ideas, es el hecho diferencial.

Subyace de fondo un debate similar al que orgánica y mediáticamente vive Podemos pero sobre todo el PSOE. ¿Debe retrasarse el congreso del partido porque lo importante, lejos de ser las personas, lo son las ideas? Es a este respecto significativo que, según una encuesta de hace unas semanas, los votantes de Podemos prefieran como líder al más carismático Pablo Iglesias pero, en cambio, les gusten más las ideas políticas (percibidas como más moderadas) de Errejón. Parecen tener claro el sentido correcto de la secuencia líder-ideas, por más que el discurso hable de horizontalidad y círculos. El PSOE está, aquí, en franca desventaja por el ambiente irreconciliable que se palpa y no tanto porque no haya decidido quién lo liderará.

Por un lado, el sector ahora oficialista del PSOE pide que se rebaje el tono del debate antes de escoger un secretario general y que se prime el qué sobre el quién. Entre otras cosas, porque el quién ya parece escogido. No ha lugar a las prisas. Por otro, el sector ahora crítico afirma que “el tiempo de la gestora ha acabado” y pide que se convoque ya dicho congreso para elegir al nuevo secretario general. La discrepancia pública está en el orden de la secuencia ideas-líder, aunque a pocos escapa que laten de fondo las distintas estrategias de los grupos enfrentados. Pero todo esto plantea un debate más amplio e interesante. Nuestra razón política desapasionada, la deseabilidad, nos dice que la secuencia ideas-líder es la adecuada, pero la realidad se encarga de desmentirla. En la política, pero también en gran medida en la empresa, en el amor o en la familia.

Y no hay que buscar un Oswald a servicio del KGB para entenderlo. La realidad es cambiante, inaprensible, imposible de retratar y configurar en un programa electoral que tiende confundirse con un plan quinquenal de planificación centralizada. Es en este punto donde el famoso “no es no” hace agua, por políticamente deshonesto e infantilizador al partir de personas que han estado en círculos de poder completamente ajenos a esa lógica binaria.

En la insistencia en la preeminencia de las ideas subyace un equívoco importante: un socialdemócrata no se declara tal después de analizar la agenda digital a fondo, o tras estudiar los datos de la brecha generacional o los indicadores de desigualdad. La adscripción es mucho más sencilla y básica: se es socialdemócrata porque se aspira a un Estado social lo más generoso posible y a una redistribución de la riqueza razonable en una economía de mercado competitiva. La realidad –más aún con los avances tecnológicos exponenciales– es la que irá marcando qué se puede hacer dentro de esos marcos de libertad e igualdad básicos innegociables para cualquier socialdemócrata, que está (estamos) llenos de sobrentendidos. Públicamente no se necesitan tanto ideas como líderes en los que, al menos pálidamente, se refleje la bruma del ideario básico.

Por eso el debate de ideas solo puede tener una relevancia secundaria respecto a la carencia básica de liderazgo y la unidad interna en un contexto de competencia con partidos jerárquicos. Y es aquí donde el congreso extraordinario parece imposible de convocar ahora. No por las razones que aduce la gestora y el sector que la defiende (primero las ideas), sino por la nula voluntad de entendimiento que se percibe entre las partes. Paradójicamente, el sector que habla de ideas es el que, en realidad, mejor ha entendido lo esencial de un liderazgo incontestado.

La opción del PSOE pasa por organizar un congreso a medio plazo, abierto y con competencia, basado en el compromiso de unidad posterior, en el discurso y en las personas. Apostar por un rassemblement socialista tras un dirigente al que solo cuestionen los rivales políticos, por más que de puertas hacia dentro se le critique. Escenificar una unidad, aun hipócritamente, que permita al líder y a su equipo pensar y actuar del partido hacia fuera, como han hecho hasta ahora en mejores condiciones sus competidores. Porque al calor de la nueva política ha vuelto con ella en muchos casos el viejo militante, y con y contra ellos se compite: incondicional, a veces irritante, pero profundamente necesario para movilizar, pero cuyas trincheras son impermeables a las ideas más sofisticadas.

Ya dijo Pascal en sus Pensamientos que “los principios se sienten” mientras que “las proposiciones se construyen”. Quizá el PSOE deba cambiar la secuencia y elegir pronto, con preacuerdos de unidad posterior, un líder socialdemócrata que transmita con entusiasmo contagioso y seguridad un solo mensaje general: dentro del ideario básico, haré lo que pueda, con lo que haya, con el mejor equipo y de la mejor manera que sepa en circunstancias cambiantes.

Antonio García Maldonado es analista de inteligencia competitiva.

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