Los caminos del poeta

Me encanta que se le haya concedido un premio muy prestigioso (el Nobel) a una de las formas artísticas más poéticas de los siglos XX y XXI. En mi modesta opinión el rock, y particularmente Bob Dylan, se merecen el premio. Se acabó el rap: ahora tocan la mandolina.

¿Cómo decir sin parecer lagotero que los dos grandes premios literarios que conciernen a la península son evidentemente prestigiosos? Obviamente, tanto el Nobel como el Cervantes, e incluso como la mayoría de los otros trofeos que se otorgan aquí y allá. Cuando el clon de la Chita de Tarzán se convierte en el enanito de Blancanieves. Los jurados de todos los galardones suelen actuar con equidad. En esta época de maremotos hasta con un escúter se descubre el fuego. Se orean con hincha los casos de Joyce, Kafka, Borges y de los olvidados del Cervantes. Es lógico que un jurado que carece del don de la infalibilidad no siempre acierte. Pero a veces lo consigue. Como en el caso de Beckett. O de Goytisolo y el Cervantes. Para el Colegio de Patafísica el premio Nobel no es «un pesado hándicap». De hecho, un par de veces el Nobel ha elegido a dos de sus cuarenta y nueve «trascendentes» patafísicos. La Tierra es redonda, pero los hay que la prefieren lisa. Mucho tendrían que cambiar el mundo y sus bigprizes para imaginar que por el mar corre la liebre… How many roads must a poet walk down.

Los caminos del poetaEn general, estos premios cambian tan solo la vida doméstica de la mayoría de los premiados. Suzanne Beckett (con su marido) dejó de vivir en doce metros cuadrados. Ella se compró lo mejor que podía conseguir con el millón. Un pisito en París, seis veces mayor. Por inadvertencia, asomado a las galerías de la cárcel de la Santé. Como despertador tuvo que adquirir una serpiente de cascabel.

Jean-Paul Sartre rechazó el premio y su millón. ¡A lo legionario! Pero a última hora, cuando no tenía con qué pagarse «ni un par de calcetines», recuperó el cheque. Hay quien se vuelve mendigo o clochard a causa de sus quimeras. Cuenta el Castor (Simone de Beauvoir) que poco antes de su ocultación Sartre le preguntó:

«¿Cómo haremos para hacer frente a los gastos de entierro?». Los académicos suecos le devolvieron lo que era suyo. Olvidando que les había expectorado. Y no por el colmillo. Esa academia, gracias a sus esquís de avanzadilla, está por delante de su tiempo. How many roads must a writer walk down.

Entre los escritores no recipiendarios del laurel nadie suele quejarse. ¡Al revés! Alfred Jarry, antes de morir de hambre, hubiera podido recibir siete premios Nobel. Hasta su último suspiro actuó como si en todo porvenir no hubiera futuro. A sus 34 años, con su hermana y cómplice Charlotte, se bebieron 1.100 litros de vino en seis meses. Entre los dos: 183 por mes, es decir, tres litros por día y por persona. Para ser precisos, tenemos las facturas de sus acreedores hasta su ocultación. Hacía mucho tiempo que los Jarry no vivían en tiempo real.

El Nobel felizmente dio uno de sus premios a Echegaray: el cuarto de la historia y el primer español. En el ruedo, los mejores consideraron que había sido un accidente: como si a la Dama de Elche le hubieran escayolado las piernas. Ipso facto, los más huracanados le sambenitaron con un manifiesto. Por si fuera poco, estos enfurecidos recordaban escandalizados el artículo del gran superdotado sobre la Inquisición, titulado «La soga de Lavapiés». Los manifestantes, entre improperios, le descalificaron inventando que «Echegaray representa a una España corroída por los prejuicios y la superchería». Y se quedaron tan anchos. Incluso los manifestantes más rojos tienen glóbulos blancos.

Durante mi adolescencia madrileña se representó, «con gran éxito», «Un drama de Echegaray ¡ay!». Entonces algunos no reflexionaban por temor a ser influenciados. El panfleto se había estrenado en el teatro Calderón de Barcelona, con Fernando Fernán-Gómez e Isabelita Redondo. El lavado de cerebro no es nada, luego hay que secarlo.

Al saber que había un busto de Echegaray en el Banco de España (su obra) fui, con amigos, dos veces, para intentar rendirle homenaje. La primera ni siquiera pude traspasar el umbral. Éramos tolerantes, pero sin más. El autor nació cien años antes que yo. Mantuvo siempre una actitud distante con su poesía y su teatro. A pesar de contar con la admiración de Luigi Pirandello, August Strindberg o Bernard Shaw. En el reino de los ciegos los lazarillos son reyes. Sus piezas, como «O locura o santidad», se representaron en medio mundo. Él solo se consideró un hombre de ciencia. En realidad, Buda nunca entró en una pagoda. Con Echegaray comienzan «la matemática y la física españolas de los siglos XIX y XX» (Rey Pastor). En 1907, a propuesta de Ramón y Cajal, la Academia de Ciencias creó la «Medalla Echegaray». Escribió tratados sobre la teoría de determinantes, la geometría de Chasles, las funciones elípticas, la termodinámica, etcétera, etcétera. Pero ¿cuánto dura el comienzo de un tratado? Desgraciadamente, no pudo terminar su magnum opus de Física Matemática: solo pudo concluir veinticinco de sus tomos… El reloj biológico, ¿hay que abrirlo para conocer el tiempo? How many roads must a poet walk down.

Inmerecidamente he recibido premios como el Ludwig Wittgenstein de filosofía, el Pier Paolo Pasolini de cine, el Antonin Artaud de teatro, el Vladimir Nabokov de novela, el Mariano de Cavia de periodismo o el Alessandro Manzoni de poesía. El Colegio de Patafísica me ha nombrado (sustituyendo a Boris Vian y Eugène Ionesco) «promotor» de sus «órdenes». Es una función ideal. Sin voz ni voto. Pero ¿qué esperan los peces voladores? Cada vez que por descuido propongo un nombre al Colegio, me suelen replicar con cortesía:

—Tiene razón: la labor musical (o matemática, o teatral) de NN es admirable, pero desgraciadamente no tiene una obra patafísica. No queda nada de Mao; incluso la muralla de China no es suya.

HOW MANY ROADS MUST A POET WALK DOWN.

Fernando Arrabal, dramaturgo y escritor.

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