Los caminos divergentes de Egipto y Túnez

Pasaron cinco años desde que Egipto y Túnez atravesaron por un cambio de régimen y, al día de hoy, ambos países siguen padeciendo un bajo crecimiento económico, grandes déficits fiscales, un alto nivel de desempleo y crecientes deudas públicas. Al no haber podido implementar reformas por cuenta propia, ambos han recurrido al Fondo Monetario Internacional, que selló un acuerdo con Túnez en 2013 y acaba de aprobar un programa de préstamos por 12.000 millones de dólares para Egipto -el primero del país desde 1991, y el más grande de la historia para un país de Oriente Medio.

A juzgar por las apariencias, los países que avanzan hacia una democracia parecen tener la misma probabilidad de experimentar un desempeño económico deficiente que los países que se encaminan hacia una dictadura renovada, porque la inestabilidad política y la incertidumbre de cualquier tipo naturalmente afectan la inversión y el crecimiento. Pero Túnez ha adoptado la inclusión política y pronto podría estar nuevamente en el sendero hacia un crecimiento económico saludable, mientras que la sociedad cerrada de Egipto coloca a su economía en una espiral descendente.

Hasta hace poco, los gobiernos de ambos países mostraban una sorprendente falta de interés por la reforma económica. Por el contrario, se abocaron a cuestiones de identidad y desafíos de seguridad de maneras que reflejan sus senderos políticos divergentes. En Túnez, las contiendas electorales entre el Partido Ennahda, islamista, y el Partido Nidaa Tounes, secular, han permitido un debate productivo sobre el papel de la religión en la política y la sociedad; en Egipto, en cambio, el gobierno autocrático del presidente Abdel Fattah el-Sisi ha reprimido violentamente a la Hermandad Musulmana.

Mientras tanto, los gobiernos en ambos países no pudieron resistir un creciente gasto público. En Egipto, los subsidios estaban todavía por encima del 10% del PIB a mediados de 2016, lo que sugiere un retorno a la antigua negociación autoritaria según la cual los ciudadanos se abstienen de una participación política a cambio de un respaldo económico del gobierno. Ahora, para calificar para la asistencia del FMI, Egipto se ha comprometido a reducir sus subsidios y a instituir un impuesto al valor agregado.

En Túnez, los sindicatos han logrado que los salarios de los empleados públicos -que hoy equivalen al 15% del PIB, comparado con el 10% del PIB en 2011- estén muy por encima de los objetivos del FMI. Y la inestabilidad macroeconómica ha impedido el crecimiento en ambos países. La baja calificación crediticia de Egipto ha obligado al gobierno a endeudarse internamente, lo que ha desplazado a otros prestatarios al punto de que la inversión privada representa apenas el 11% del PIB. El endeudamiento estatal externo de Túnez no ha desplazado al sector privado; de todos modos, la inversión privada ha caído al 18% del PIB.

Los déficits de cuenta corriente de ambos países se han ampliado como consecuencia de la caída de los ingresos provenientes del turismo y la alteración de las actividades exportadoras, y ninguno de los dos países ha tomado medidas para mejorar la competitividad del sector privado. Sisi, al igual que el ex presidente egipcio Hosni Mubarak, es cauteloso a la hora de permitir que los actores del sector privado ganen influencia política y, en cambio, ha favorecido a compinches en quienes puede confiar, como las corporaciones armadas y algunas de las firmas anteriormente conectadas con el régimen de Mubarak. En Túnez, la burocracia estatal ha dificultado la actividad del sector privado y existen informes de una mayor corrupción de parte de firmas con conexiones políticas desde que el gobierno de Nidaa Tounes asumió el poder en 2015.

Túnez ha permitido que su moneda se ajustara con el tiempo y el dinar ha perdido un tercio de su valor frente al dólar estadounidense desde 2014. Egipto, por su parte, ha manejado de manera desastrosa su tipo de cambio. Con excepción de un ajuste menor en 2013, ha adherido a una tasa fija desde 2011, inclusive después de que su moneda sufriera una enorme sobrevaluación y empezara a crear una escasez de productos importados. Cuando Egipto cumplió con las condiciones del FMI y dejó flotar su moneda el 1 de noviembre, el tipo de cambio se debilitó de 8,5 a 15,5 libras por dólar; pronto, los productos importados probablemente cuesten 40-60% más de lo que cuestan hoy.

Los pueblos de Egipto y de Túnez están cada vez más descontentos con el desempeño económico de sus respectivos países. Pero, con el tiempo, esta frustración probablemente favorezca a la economía de Túnez, mientras que afectará a la de Egipto.

Para empezar, la integración política en Túnez alienta un diálogo saludable sobre posibles soluciones. Por ejemplo, el nuevo gabinete tunecino conformado en agosto incluye a ex sindicalistas, que ahora pueden dar forma a políticas económicas amplias, y no solamente presionar por salarios más altos. Esto ya hizo que los debates sobre políticas públicas se tornasen más constructivos, porque los responsables de las políticas se concentran en cómo los trabajadores y las empresas pueden compartir de manera justa la carga del ajuste económico.

El sistema político cerrado de Egipto, en cambio, ha logrado que el gobierno constantemente tenga miedo de la calle. Sin ningún canal para un debate político constructivo, la mejor opción del gobierno ha sido posponer los ajustes económicos necesarios hasta que se vuelvan inevitables. Esto no sólo es ineficiente desde un punto de vista económico (lo que se refleja en la ausencia de una inversión de cartera extranjera en Egipto en los últimos años); también es políticamente riesgoso. Los políticos egipcios no pueden hacer mucho más que cruzar los dedos y esperar que la calle no se levante en respuesta a la reciente devaluación de la moneda.

La inclusión política crea un público más informado -y posiblemente más indulgente-. En Túnez, los miembros de la sociedad civil y los medios pueden escudriñar libremente al gobierno y exigir cambios. Si bien las reformas han llegado con lentitud, el gobierno no puede ignorar las crecientes críticas públicas eternamente. Por cierto, el proyecto de ley presupuestaria de 2017 ya incluye medidas urgentes para combatir la corrupción, recortar la burocracia y reducir la evasión impositiva.

En Egipto, por el contrario, la devaluación de la moneda fue un shock para los ciudadanos comunes. La población tenía un conocimiento muy limitado del estado de la economía, porque los medios convencionales, al haberse convertido en portavoces del régimen, han venido pintando un panorama color de rosa del regreso de Egipto a la gloria. Al mismo tiempo, la libertad de expresión y de asociación está seriamente cercenada; criticar las políticas del gobierno es considerado equivalente a la alta traición.

Túnez ha hecho un progreso político al apuntalar sus procesos democráticos, crear espacio institucional para todas las partes interesadas y permitir la libertad de expresión y asamblea. Esto es un buen presagio para las perspectivas de largo plazo de la economía tunecina.

Egipto, por su parte, puede beneficiarse con réditos de corto plazo como resultado del paquete del FMI. Sin embargo, sus gobernantes "feroces pero débiles" no pueden esperar lograr un progreso a largo plazo si persisten en el despotismo. Si no toman el camino largo y sinuoso hacia la inclusión política, tarde o temprano enfrentarán la ira de quienes han sido excluidos.

Ishac Diwan is an affiliate at the Belfer Center’s Middle East Initiative at Harvard University and holds the Chaire d’Excellence Monde Arabe at Paris Sciences et Lettres.

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