Por más que hayan involucrado únicamente a una cuarta parte de los ciudadanos, las elecciones municipales recién celebradas en Italia han supuesto en realidad un referéndum a favor o en contra de Berlusconi. Quien insufló en ellas tal carga de profundidad política, es más, quien hizo de esta cita electoral una suerte de "juicio de Dios" fue precisamente el amigo de Putin y de Gadafi. En casi todos sus comicios insistió en declarar que los electores debían elegir entre Él y los "comunistas", entre Él y los jueces. En una ocasión, llegó a aclarar incluso que en Milán se votaba "contra Ilda Boccassini", la juez que lo ha incriminado por prostitución de menores y concusión. Mientras Berlusconi gritaba una y otra vez que los jueces de Milán son un cáncer que ha de ser extirpado, una de sus más fieles acólitas, la hiperfascista diputada Daniela Santanchè, había especificado puntillosamente que Ilda Boccassini era una metástasis. Otro candidato berlusconiano había llenado Milán de carteles en los que se parangonaba a los jueces con las Brigadas Rojas.
En definitiva, Berlusconi ha promovido un referéndum acerca de su propia persona y ha sido derrotado clamorosamente. Ahora minimiza la derrota, explica que entraba dentro de lo previsible, que los candidatos a alcaldes eran débiles (¡aunque él mismo los hubiera escogido!). Pero lo cierto es que recurrió a todos los medios y al extraordinario poder del que dispone -mediático, financiero, corruptor- y pese a todo ello las proporciones del voto en su contra en el segundo turno han resultado, a la postre, ciclópeas. En las dos semanas que transcurrieron entre el primer y el segundo turno, Berlusconi se hizo entrevistar varias veces por todas las cadenas televisivas (a pesar de que exista una ley que impone la igualdad de trato informativo en periodo electoral), utilizó con insistencia todos los argumentos del "miedo" (con la izquierda, Milán caería en manos de los gitanos y de los islamistas), prometió lo inverosímil (eximir del pago de las multas a los automovilistas), ¡para que al final, en Nápoles, un exmagistrado, pintado por Berlusconi como el más extremista de las togas "comunistas" y de sus perseguidores, Luigi de Magistris, superara el 65% de los votos!
Y con todo Berlusconi no está acabado en absoluto. La Italia civil ha dicho no a su régimen de mentiras y de corrupción, a su voluntad de acabar con la Constitución y de materializar un "fascismo" posmoderno; una parte importante de su propio electorado, decepcionado, le ha dado la espalda, pero Berlusconi no está acabado en absoluto. Le queda aún, desgraciadamente, una carta por jugar: la debilidad del centro-izquierda. Para entenderlomejor, analicemos más de cerca los resultados de Milán y Nápoles.
En ambos casos los candidatos de la oposición no pertenecían al Partido Democrático (PD). En Milán, Giuliano Pisapia -en el pasado, parlamentario de extrema izquierda- fue elegido mediante el sistema de primarias, contra el candidato del PD. En Nápoles, el exmagistrado De Magistris (actualmente europarlamentario del partido de Di Pietro) se había presentado autónomamente contra el candidato del PD, y todos los observadores preveían que no pasaría siquiera al segundo turno (en Cagliari, el candidato del PD era un joven de 35 años que había ganado las primarias contra el candidato oficial del partido). La victoria electoral, en definitiva, tiene color propio (cromáticamente incluso: De Magistris y Pisapia escogieron inéditas banderas anaranjadas): la protagonista ha sido la sociedad civil, la misma que en los últimos 10 años ha dado vida a una sucesión de manifestaciones y de movilizaciones, muy a menudo polémicas con la "cautela" (o la "traición") de los partidos del centro-izquierda: la sociedad civil de los girotondi (corros) del 2002, del pueblo violeta del 2009, de la gigantesca y entusiasta manifestación promovida por las mujeres el pasado mes de febrero.
Esta sociedad civil, que desde hace un cuarto de siglo tiene en MicroMega su revista de élite, en los programas televisivos de Michele Santoro (que si aún sigue en activo es gracias a una sentencia judicial, porque Berlusconi ha intentado expulsarlo infinidad de veces de la pequeña pantalla) su información de masa y, desde hace dos años, en el periódico Il Fatto quotidiano su punto de referencia, constituye un mundo abigarrado y multiforme, que el PD siempre ha observado con recelo y a menudo con activa hostilidad, acusándolo de asustar a los "moderados". Y sin embargo, lo cierto es todo lo contrario, pues solo ese mundo es capaz de derrotar a Berlusconi y de conquistar consensos precisamente entre los "moderados".
Esa es la razón por la que Berlusconi no está aún acabado. Porque el centro-izquierda podría repetir una vez más el error con el que ya en dos ocasiones ha "resucitado" a un Berlusconi derrotado: renunciar a la claridad de la contraposición, a la "radicalidad" de la oposición, privilegiar la alianza con las nomenclaturas de los partidos de centro en vez de unirse a la voz y la capacidad de movilización de la sociedad civil.
Sería catastrófico. Hoy, los políticos tradicionales, los políticos de profesión, son la categoría más desacreditada; ni siquiera la Iglesia jerárquica, con sus sacerdotes pedófilos, ocupa posiciones tan bajas en el grado de aceptación de los sondeos.
Berlusconi ha sido derrotado no por la política tradicional del centro-izquierda, sino por lo que estúpidamente el centro-izquierda ha definido como la "antipolítica", cuando en realidad es solo la voluntad de una política radicalmente nueva, ultrademocrática, donde los ciudadanos vuelvan a ser protagonistas y los "políticos vitalicios" queden marginados.
Que la Italia civil se libere definitivamente del régimen de Berlusconi, o que el amigo de Putin y de Gadafi sea "resucitado" por tercera vez, depende, por lo tanto, solo de una cosa: de que la sociedad civil "radical" sea capaz de darse formas organizativas, electorales incluso, y de que el centro-izquierda comprenda que estas listas de nuevo cuño -que obviamente arrebatarán votos y poder a los "políticos vitalicios"- deben ser parte integrante de la alianza democrática en las próximas elecciones políticas.
Solo estas nuevas fuerzas, con la coherencia demostrada en el pasado y con la credibilidad personal de los bricoleur de la política, pueden conquistar los votos de los ciudadanos que en los políticos tradicionales, aunque sean de izquierdas, ya han dejado de creer.
Paolo Flores d'Arcais es filósofo y editor de la revista MicroMega. Traducción de Carlos Gumpert.