Los clítoris alegres de la Francia olímpica

Las Phryges, las mascotas de los Juegos Olímpicos de París 2024. Europa Press
Las Phryges, las mascotas de los Juegos Olímpicos de París 2024. Europa Press

No sé si ya conocen a las Phryges, las nuevas mascotas de los Juegos Olímpicos de París 2024. Son rojas, femeninas, cachondas y sonrientes. Y tienen forma de clítoris. Hasta ahora, las mascotas olímpicas solían estar inspiradas en animales (perros pastores, osos pandas, monos, erizos…) pero, de pronto, llega Francia y convierte dos preciosos clítoris en su bandera. Y muy pronto, quizás, en un nuevo símbolo de París. De hecho, después de conocer a las Phryges ya hay quien asegura que la torre Eiffel es demasiado fálica para representar a la ciudad del amor. ¿Que cómo ha podido pasar? Muy sencillo: sus creadores querían representar el patriótico gorro frigio de los franceses —y así lo hicieron— solo que, al mismo tiempo, dieron vida a dos clítoris gigantes que ya sonríen gloriosos al mundo entero.

Lo de que las Phryges son dos clítoris es un hecho. Quiero decir, que es casi obsceno lo que se parecen. Se parecen tanto que el Museo de la Vagina de Londres ha aprovechado a las mascotas para lanzar una guía de su anatomía que ilustran señalando el precioso glande del clítoris sobre la figura de las mascotas. Es que lo tienen todo: hasta su orificio uretral y vaginal, su cuerpo cavernoso y su raíz. Son una representación anatómica perfecta. Y yo me pregunto: ¿se imagina alguien una polla fosforita y con ojitos convertida en mascota olímpica? Evidentemente, no hubiera podido pasar. Porque claro, son muchos ojos los que ven, aprueban y celebran la mascota que representará a un país en los Juegos Olimpicos. Por eso, si el gorro frigio francés se hubiera parecido a un falo alguien se habría dado cuenta y hubiera dicho: “Oye tú, que no podemos poner un pene gigante de mascota”. Pero al ser dos clítoris grandes y rojos resulta que… nadie los vio.

Porque en el caso del clítoris el desconocimiento del órgano es vastísimo. Por eso, desde el punto de vista de la educación sexual es decisiva la visibilidad que las Phryges nos ofrecen, ya que nuestra herencia cultural ha mutilado históricamente la anatomía del clítoris hasta convertirlo en un órgano que todavía hoy no se representa en los libros de texto y que, por increíble que parezca, no conocíamos tal y como es hasta el año 1998. Fue entonces cuando se publicaron los estudios de la uróloga australiana Helen O’Connell. Ella descubrió que el glande del clítoris es solo la punta del iceberg y que el órgano entero mide entre siete y diez centímetros y tiene dos pilares que se extienden y abrazan los costados vaginales. Además, este órgano se excita y se pone duro y estalla de placer en el orgasmo. Sin embargo, todavía hoy, el clítoris no ha conseguido la visibilidad que merece. Quizá por eso la carga erótica de las simpáticas Phryges pasó tan fácilmente inadvertida. Porque aún pesan mucho imágenes mentales como la que dejó escrita Jean-Paul Sartre en El ser y la nada: “Las partes sexuales femeninas son (…) un llamamiento del ser, como lo son todos los agujeros; en sí, la mujer llama a una carne extraña que debe transformarla en plenitud de ser por penetración y dilución”. Un desconocimiento anatómico profundo del que se deriva no solo una concepción del mundo equivocada, sino también unas relaciones sexuales capaces de producir perversas relaciones de poder, tal y como explica con genio y detalle la ensayista gráfica Liv Strömquist en El fruto prohibido (Reservoir Books).

Es por todo ello que la divulgación a la que sin duda contribuirán las Phryges va a tener también unas favorables consecuencias políticas. Porque nuestra manera de imaginar la sexualidad femenina no ha sido científica o anatómica, sino política. Claro que el desconocimiento biológico facilita el engaño. Así, hasta el brillante Sigmund Freud se atrevió a asegurar que las mujeres jóvenes e inmaduras tenían orgasmos clitorianos, mientras que una sexualidad femenina madura implicaba orgasmos vaginales. Una invención abominable que llevó al padre de la psicología profunda a considerar la masturbación femenina (y cualquier estimulación del clítoris) como actividades superfluas e inadecuadas. Según él, las mujeres que no lograban el orgasmo en el coito eran frígidas. Así, el sexo heterosexual ha sido tradicionalmente entendido como sinónimo de penetración. Una representación con graves consecuencias políticas que ha permitido, por ejemplo, que hasta 2012 en Estados Unidos hiciera falta un pene para cometer un delito de violación. O que la brecha del orgasmo siga siendo una brecha de género, tal y como nos recordó María Hesse en su excelente y celebrado libro El placer (Lumen), donde dibujó muchos y bellos clítoris, uno de los cuales se convirtió en portada de El País Semanal en febrero de 2020. Ella recordaba, entre otras cosas, cómo el 95% de los hombres heterosexuales llegan al orgasmo en el coito en compañía de sus parejas frente a un 65% de las mujeres, según datos de Archives of Sexual Behaviour de 2018. Algo que no debe extrañarnos si tenemos en cuenta el gran éxito del imaginario sexual freudiano. Hoy sabemos que todos los orgasmos femeninos son clitorianos y que la penetración está absurdamente sobrevalorada como fuente de placer femenino.

De modo que las Phryges se han convertido en una metáfora perfecta de todos los silencios y amputaciones (simbólicas y de las otras, pues sigue siendo un órgano prohibido y mutilado en algunos países del mundo) que atañen a lo femenino, pues resulta que no podemos ver ni nombrar aquello que no hemos aprendido a mirar. Es decir, en la realidad no vemos lo que hay, sino aquello que podemos reconocer. Hace 20 años, el mundo entero hubiera creído que las Phryges eran dos gorros frigios, pero hoy somos muchas (y muchos) quienes nos hemos puesto a comentar y a celebrar el hecho de que haya dos clítoris levantando la bandera francesa. Como si el orgasmo femenino fuera un nuevo grito a sumar a la libertad, igualdad y fraternidad de la République. Ha nacido la primera mascota olímpica que es política, roja, sexual y feminista.

Nuria Labari es periodista y escritora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *