Los códigos que nos unen y nos separan

Tres generaciones de la familia Arevalo en Queens, Nueva York Credit Griselda San Martin para The New York Times
Tres generaciones de la familia Arevalo en Queens, Nueva York Credit Griselda San Martin para The New York Times

Tenía cinco años cuando escuché por primera vez acerca del ADN. Mi madre le estaba hablando a mi hermana de sus “genes”. Yo estaba confundida, no sabía a qué se refería. Pero en cuanto nuestra madre explicó que los genes que heredas tienen el mismo código básico y que todos los seres vivos en el planeta están hechos de la misma base química, quedé fascinada.

Cuarenta años después, aún me parece que el ADN es el descubrimiento científico más fascinante.

Friedrich Miescher, un médico sueco, fue el primero en identificar el ADN en 1869. A lo largo de los siguientes 140 años, la comunidad científica realizó descubrimientos monumentales que nos han permitido entender el ADN y han dado forma a nuestra capacidad de decodificar la vida en la Tierra. Pero lo que más me ha sorprendido siempre sobre estos descubrimientos genéticos es la sencillez y las características compartidas de la vida.

Como humanos a menudo nos damos cuenta de las diferencias entre nosotros mismos y respecto de otras especies, pero la verdad es que todos estamos hechos de los mismos bloques fundamentales. Todos los seres vivos están hechos de alguna combinación de cuatro químicos: adenina, guanina, citosina y timina (o AGCT). Solo por una simple reorganización de esta combinación de letras tenemos una diversidad espectacular de especies en nuestro planeta.

Incluso con tres mil millones de combinaciones de letras en casi cada una de nuestras células, solo hay una diferencia del 0,5 por ciento entre mi ADN y el de cualquier otra persona en el mundo. Además, las variaciones más grandes que existen en el código genético son responsables de la diversidad de las especies del planeta. Aunque un plátano, un ratón y un chimpancé lucen muy distintos entre ellos, así como de ti y de mí, tanto su base biológica como la nuestra se construye a partir de esas cuatro letras químicas: A, G, C y T. De hecho, los humanos comparten cerca del 60 por ciento de su ADN con los plátanos, 80 por ciento con los ratones y 96 por ciento con los chimpancés. Unos cuantos cambios en la secuencia de las letras y tus AGCT pudieron haber sido los AGCT de tu vecino o los de un plátano.

Puede resultar igual de fascinante el hecho de que el ADN no solo está unido mediante cadenas químicas que no cambian, sino que evoluciona. Nuestro ADN se aferra al pasado, aprende de él y avanza de una generación a la siguiente. Si rastreamos el ADN humano hasta hace miles de años, podemos identificar ancestros comunes. Por eso es que se pueden identificar senderos específicos que siguieron mujeres u hombres de tu ascendencia con base en tu “haplogrupo”, o las familias de linajes que descienden de un ancestro común. Si rastreamos nuestra ascendencia genética millones de años atrás, podemos usar el ADN para identificar ancestros primates. Si retrocedemos en el tiempo aún más —miles de millones de años—, nuestro ADN hace posible que identifiquemos el origen de la vida en la Tierra. El ADN es como un libro de códigos que contiene el relato de toda nuestra historia genética y demuestra lo conectados que estamos entre nosotros, como especie, y con las demás formas de vida de nuestro planeta.

Me apasiona descifrar el código y entender exactamente cómo esas cuatro letras, después de haber evolucionado a lo largo de millones de años, pueden explicar nuestras similitudes y también nuestra espectacular diversidad. Es increíblemente emocionante estudiar el plano de la vida en una época en la que está a nuestro alcance entender lo que en realidad significa.

Sin embargo, también debemos reconocer que los humanos diferimos de todos los demás seres vivos en un aspecto fundamental: los humanos tenemos la capacidad de imaginar, innovar y crear. Esta capacidad nos ha permitido abrir caminos de maneras extraordinarias, pero también ha provocado impactos en el resto de nuestra comunidad global.

Entonces, ¿qué nos hace humanos? Aunque hay una clara definición científica de la especie humana, nuestra base química no es distinta de la de los demás organismos sobre la Tierra. En vez de fijarme en las diferencias, me concentro en las similitudes. No obstante, al final, los humanos nos diferenciamos del resto de los seres vivos del planeta por nuestra capacidad de pensar y avanzar. Como pioneros, tenemos una responsabilidad —un imperativo moral— no solo de entender el efecto que tenemos en este mundo, sino también de dar la cara y reconocer esa responsabilidad. Me gusta pensar que eso es lo que me hace humana.

Anne Wojcicki es cofundadora y directora ejecutiva de 23andMe, una empresa de biotecnología y genómica personal.

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