Los conejos y conejas de Iriarte

En 1453 cuando los feroces turcos entraron en Constantinopla después de demoler un tramo de su muralla con su Alianza de Civilizaciones, una bombarda monstruosa que disparaba bolaños de quinientos kilos, hallaron a los estrategas bizantinos enzarzados en una discusión sobre si los ángeles tienen o no sexo. Unos decían que sí y otros que no, que los ángeles tenían la bisectriz lisa como las muñecas. Los turcos los despojaron de sus recamados mantos y los pusieron a desescombrar la ciudad en taparrabos, hasta que se les pasara la tontería.

También cuenta la historia que el 9 de febrero de 1945, cuando dos millones de cooperantes del Ejército Rojo se disponían a devolver la visita a la Wehrmacht deseosos de socializar con las berlinesas y berlineses que acampaban entre las ruinas de la capital del Reich, Hitler refugiado en su búnker a nueve metros bajo tierra, solicitaba la presencia de un atónito y tembloroso arquitecto, Hermann Giesler, para discutir detalles de los edificios que pensaba construir en la ciudad de Linz, cuando acabara la guerra (todavía esperaba ganarla).

Los conejos y conejas de IriarteAlgún día del futuro (caso de que el buen Dios nos lo depare) la historia contará que, en este memorable año 2020, cuando España rodaba cuesta abajo y sin freno hacia un desastre sanitario y económico de proporciones incalculables, el numeroso y patético gobierno del doctor Sánchez estimó prioritaria e inaplazable la discusión de una Ley de la Memoria Democrática cuyo objetivo expreso era «encontrarnos todos para producir, sobre la verdad y la justicia, la paz de la que disponemos hace mucho tiempo y la que necesitan las víctimas del franquismo» dado que «no seríamos una gran democracia si no nos enfrentamos con valor, prudencia y justicia a nuestro propio pasado, como han hecho otros países».

O sea, cuando se nos quema la casa y el hambre y la ruina amenazan a los hogares españoles, nuestros gobernantes y gobernantas, como los conejos y conejas de la fábula de Iriarte, no ven llegar a los podencos del covid y el hambre que nos comerán y se distraen reavivando odios añejos y sembrando cizaña.

Indiferentes a la ruina que nos amenaza, nuestros padres y madres de la Patria están preocupados por «enseñar a los jóvenes cómo hay que trabajar cada día por las libertades y los derechos y por expandir la democracia, y eso requiere información y certeza, de lo ocurrido y de lo que no puede volver a ocurrir nunca más y bla bla bla».

Y siguen con su matraca revisionista ignorantes de que el país que supuestamente gobiernan ostenta la peor gestión sanitaria de la OCDE y está a la cola de Europa en el informe Cambridge sobre Desarrollo Sostenible, con los peores indicadores de crecimiento y empleo y una tasa oficial de paro superior al 15% (media europea 7%), que podría elevarse hasta el 34% si los afectados por un ERTE pierden sus puestos de trabajo.

La Ley de la Memoria Democrática con la que ahora nos obsequian pretende ampliar el objetivo para que la Ley de Memoria Histórica zapateril no se limite a la Guerra Civil y la dictadura, sino que «ponga en valor la historia democrática del país».

Bajo la nueva ocurrencia se intenta anular la concordia a la que fuerzas de izquierda y derecha llegaron en 1978 y refundar nuestra democracia sobre nuevas bases, a saber: que aquello no está olvidado y que la derecha actual sigue arrastrando, como Caín, el estigma de su fratricidio esa mancha indeleble heredada del franquismo.

Al hilo de la ocurrencia cabe preguntarse: ¿son los nietos de hoy responsables de los delitos perpetrados por sus abuelos en un bando o en otro? No, por cierto.

¿Son los socialistas actuales responsables del golpe de estado conocido como revolución de Asturias, cometido contra la república española el 4-X-1934, del que tanto se arrepentía Indalecio Prieto en México? Claro que no.

¿Son los catalanistas actuales responsables del golpe de estado de sus abuelos contra la república española el 7-X-1934? ¿Son acaso corresponsables de los cientos de sentencias de muerte que firmó rutinariamente Luís Companys cuando era presidente de la república catalana nacida de aquel golpe de estado? Por supuesto que no.

¿Somos los españoles actuales responsables de los asesinatos de 77 diputados en zona republicana y de 72 en la zona nacional durante la guerra? Responda usted mismo.

Pasemos página entonces, dejemos a los muertos en paz con sus culpas y, tras procurar un descanso digno a los restos de los que todavía siguen en las cunetas, busquemos un destino menos tétrico que el de cripta funeraria al Valle de los Caídos (¿qué tal museo y centro de interpretación de la Guerra Civil?). Enterremos los odios y pensemos en arreglar esta patria común y ver qué compostura tiene eso de que suframos diecisiete autonomías, dos de ellas privilegiadas, y el peor gobierno posible en el momento más delicado, un gobierno integrado por incompetentes demagogos pendientes solo de conservar la poltrona, de desenterrar viejos odios y de disimular su ineptitud tras esta nube de humo de la nueva ocurrencia legal.

Mientras tanto el vicepresidente Iglesias aprovecha la debilidad del estado para socavarlo. Su nuevo estilismo de moño y camisas decentes, voz pausada, razonamiento moderado y postureo de cura antiguo no debería engañar a sus votantes y votantas: esa república confederada que dice buscar y esa intención de conformar a los pobres esquilmando a los ricos, solo nos conduce a la instauración de un régimen populista y autoritario como los que disfrutan nuestros hermanos de Hispanoamérica.

Si tuviéramos gobierno seguramente podría recuperar temporalmente ciertas competencias autonómicas en favor de una estrategia nacional que afronte lo que se nos viene encima en términos sanitarios y económicos, pero como no hay gobierno vaya usted a saber cómo acabe esto.

Una comisión de historiadores presentó a De Gaulle el proyecto de una historia de la Resistencia.

Francia no necesita hurgar en sus heridas recientes -dijo-. Lo que Francia necesita es esperanza. Estudien otra cosa.

Juan Eslava Galán es escritor.

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