Los congresos son estrenos teatrales

Hay que incorporar a los críticos teatrales a la información política de los congresos partidarios. Ahora que el público considera la política como algo arcaico y empieza a valorar el teatro con criterios dignos de comienzos de siglo XX, teatro poético, de ideas, etcétera, como si el viejo Maeterlink se hubiera reencarnado, ahora, digo, es el momento de que los profesionales del ramo escénico, tan de capa caída en la valoración de los periódicos, hagan un trabajo útil desentrañando esos estrenos fastuosos en escenografía, movimientos de masas, actores principales y de reparto, triunfadores y derrotados. Porque no se trata de espectáculos en general, que de eso hay y de sobra, sino de algo específico vinculado a la tradición teatral; un texto, un guión, un relato.

Los partidos no son compañías de teatro, no nos confundamos, pero hay un par de días, o lo más tres, que montan una representación teatral siguiendo estrictamente el canon clásico: presentación primero, nudo luego, y desenlace final. Y lo hacen con una frecuencia no inferior a los dos años, lo suficientemente cadenciosa para que el gusto del público no afloje, ni tampoco se sienta agobiado por la exigencia.

La incorporación de los críticos teatrales al personal periodístico que atiende los congresos de los partidos consentiría una información más auténtica de lo que sucede. No sé si ustedes se habrán dado cuenta pero la influencia de la televisión y el complejo de inferioridad informativo de los periodistas del papel están llegando a extremos tan absurdos como el abandono de las obviedades. Por ejemplo, no intente usted saber dónde y cuándo y de qué modo un líder político ha dicho tal o cual cosa; se da por sabido. Olo que es lo mismo, como el periodista ya lo ha visto por televisión, da por sentado que los demás han hecho lo mismo. De ahí la importancia de incorporar a los críticos del teatro, si es que queda alguno no sumido en la depresión.

Este largo exordio viene a cuento del congreso del Partido Popular y de su montaje teatral en Valencia el pasado fin de semana. Me hubiera gustado que alguien me explicara el porqué del bien trabado monólogo del primer acto, que interpretó con soltura y hasta brillantez Mariano Rajoy, un actor voluntarioso y muy irregular, y que por lo mismo contrastó con el, balbuceante y torpe, del tercer y último acto. ¿Fue quizá porque ya daba lo mismo? ¿Porque el personal había cumplido y sólo cabía echar el telón y volverse a casa? Me hubiera gustado que me lo contaran por lo menudo, porque de ser así habría que pensar que el éxito de Rajoy fue tan absoluto que ya no necesitó ese parlamento final de todo teatro antiguo, donde hay un personaje que ayuda a los espectadores en la comprensión absoluta de la obra y les evita que yerren en sus meditaciones.

¿Por qué las mujeres que dominaron la escena iban de rojo? En el teatro, el vestuario es tan importante o más que la escenografía. Conformarse con la frase de la alcaldesa de Valencia según la cual el rojo da suerte,me parece la misma simpleza que los bisoños de las tablas cuando repiten la palabra mierda porque les han dicho que en lenguaje de los cómicos daba suerte.Me hubiera gustado saber algo más de Soraya Sáenz de Santamaría y de María Dolores de Cospedal. ¿Qué hace una madre, soltera y voluntaria, en el Partido Popular? ¿Desde cuándo hay una generación de mujeres jóvenes que consideran que su proyección política está mejor trabada entre los populares que entre los socialistas?

Esto es un cambio de paradigma que está en el intríngulis de la obra, me refiero a la obra teatral, no a la obra de Dios. Las mujeres del PP que yo recuerdo eran belicosas siervas de Escrivá de Balaguer o sus sucedáneos. No creo que ese actor de reparto venido muy a más que es Zapatero se hubiera inventado el Ministerio de la Igualdad - ¿para cuándo el de la Fraternidad?- y dárselo a una ilota titulada como Bibiana Aído, de saber que su competidor sacaba a escena y de protagonista a una mujer como la Cospedal. El teatro es tan competitivo como el cine, por más que sea un mercado más reducido.

Me siento algo frustrado ante el estreno teatral del PP en Valencia, porque los agudos analistas me habían anunciado un Shakespeare con sang i fetge y al final resultó una kermesse campestre, una especie de fiesta de pulpo a feira,muy gallega, donde los muertos fueron enterrados tras ejercer su derecho al pataleo pero ni siquiera sobrevivieron a su propia resurrección. La entrada de Aznar y ese toque, al bies de la mano, para colocarse la guedeja - en la historia de la España moderna no hay ningún líder derechista que se pudiera permitir dejarse melenas, que yo sepa; el pelo, como las ideas, muy cortas-. Viéndole subir al podio, repartiendo abrazos y besuqueos, tuve la sensación de que era para ellos como un bien amortizado. Un Aznar morenito y con pulseras. Me parecía estar oyendo a medio congreso del PP musitando Iraq, cacho cabrón, Iraq.A este tipo se le paró el reloj hace años y no sabe darle cuerda. Él dice que no quiere, pero es que no sabe. Aznar da miedo, Rajoy no. Y para este sencillo guión se ha montado el estreno teatral de Valencia. Por eso tiene mucho valor la representación del congreso del PP. Es la puesta en escena de una nueva realidad política. Zapatero tenía el presente y el futuro, el horizonte entero era suyo. Desde ahora debe pensar que sólo tiene el presente que le quieran otorgar sus aliados. Aznar y sus secuaces se lo habían puesto facilísimo: tiro al blanco sobre el pianista. En ningún lugar de España se puede ya gobernar con mayoría absoluta. Y esta evidencia cambia todo el panorama, porque Aznar fue el último que disfrutó de ese privilegio y lo fundió, y esa responsabilidad está en el guión del apuntador de la representación de Valencia.

Un crítico teatral, acostumbrado a los lenguajes de la escena, hubiera podido explicar a los lectores los dos espacios, porque en todo estreno hay dos planos. El que observa el público y el que detecta el crítico entre bambalinas. Arrinconado Aznar del escenario principal, mesetario, quedan las conspiraciones locales. Obviemos Madrid y Esperanza Aguirre porque eso merece más líneas de las que tengo. Catalunya es otra cosa. Catalunya para el PP no tiene arreglo; mientras los hermanos Dalton-Fernández sigan en la política, no hay ninguna posibilidad de que una opción de centroderecha pueda prosperar. Además siempre les quedará CiU. El caso vasco es similar, pero con un agravante. La similitud con Catalunya es que la figura de los Dalton-Fernández está representada en otro hombre, también vinculado al Opus Dei, cuya trayectoria he seguido durante años y que considero uno de los personajes más abyectos de cuantos proliferan en la política vasca, Jaime Mayor Oreja.

El cruel agravante son los asesinatos de ETA que han convertido al PP en el País Vasco en una organización de cruzados, donde los elementos vitales no pueden menos que primar sobre los políticos. Conozco algo a María San Gil, y su mundo, desde su formación como biblista hasta su llegada a la dirección del PP en el País Vasco, y apenas si tiene algo que ver con la política sino con la dignidad personal, el orgullo y el valor, esas cosas que forman el ensamblaje que sostiene a la gente.

Yo enmudezco cuando alguien ha pasado por el trance de ver cómo asesinan a tu mejor amigo delante de ti. O cuando has abierto una caja y te han volado las manos, o no has llegado a abrirla pero te sabías muerto. O te han pegado un tiro en una pierna. O has pasado, como Ortega Lara, semanas enterrado dentro de un zulo que no soportarían ni las ratas. Todos esos graciosos y graciosas que hacen análisis sin haber visto la escena deberían imaginársela, ellos, que les parece intolerable que les pongan una multa de tráfico por estar usando el móvil.

En fin, que están pasando cosas que se nos escapan quizá porque estamos demasiado acostumbrados a encender el televisor y escuchar la homilía de Sor Gabilondo - la del otro día, con Zapatero y el fútbol, pasará a la historia del periodismo servil- o las costras de las otras, donde no se sabe muy bien si venden doctrina o sencillamente quieren hacernos creer que vivimos en otro país. Estamos engañando a la gente y pagaremos por ello.

Gregorio Morán