Los costaleros y el «Pop-Up»

Se llama costalero a aquella persona que carga junto a otras el paso de una procesión. Normalmente van tapados por el faldón que recubre el andamiaje del paso. Suelen realizar el itinerario oficial que, en ocasiones, acusa estrecheces y angosturas para que los costaleros puedan lucir sus habilidades y recibir el aplauso del respetable. En algunos tramos del recorrido se llega a pensar que es imposible que el paso pueda seguir transitando a hombros de esos aguerridos mozos, ya sea por la poca altura por la que pretenden pasar la talla, ya sea por la curva que deben tomar para no chocar con cualquier edificio mal ubicado. Al frente de todos ellos va un capataz que les hace parar cuando las circunstancias mandan y que les ordena levantar el paso y seguir la marcha cuando toca. Tarde o temprano, fundamentalmente cuando la procesión pasa por el punto más principal del recorrido, los faldones se levantan y aparecen las caras de quienes pretendiendo el anonimato no pueden evitar romperlo por asfixia o por afán de protagonismo.

Los costaleros y el «Pop-Up»Por muy imposible que parezca, sabemos que los pasos de Semana Santa van a pasar por los sitios más inverosímiles porque ese ejercicio de fuerza y equilibrio se viene practicando desde hace muchos años. Lo mismo ocurre con los costaleros del Congreso de los Diputados. Desde el principio se sabe que por muy embarrancadas que se encuentren las conversaciones para aprobar leyes o presupuestos, los grupos de costaleros acabarán dando el sí a las propuestas gubernamentales por muchos equilibrios, malabares, prestidigitación, ilusionismo, funambulismo y sagacidad que practiquen para que parezca que no. No sabría decir si los costaleros de los pasos religiosos reciben algún emolumento por sus fatigas y sudores. Por el contrario, de todos es sabido que cada costalero parlamentario tiene un precio que el gobierno de turno paga religiosamente. No solo les mueve el dinero; también esperan el aplauso y por eso lo ponen todo tan complicado, para que les reconozcamos el hecho de haber sido capaces de pasar por donde parecía imposible que pasara el paso.

Todos nos hacemos de nuevas cada vez que esos portadores comienzan su espectáculo. Periodistas, tertulianos, diputados y senadores fingen que no se sabe si finalmente resplandecerá el sol y habrá presupuestos o por el contrario, la supuesta nube negra descargará con furor unos cuantos litros por metro cuadrado que volverá imposible la continuación del gobierno o la buena marcha del país.

Entre los costaleros más renombrados de la política española encontramos a los integrantes de la famosa Candidatura de la Unidad Popular de Cataluña, de extrema izquierda, independentista, ecologista y de carácter asambleario. Cada vez que la burguesía catalana, representada en el Parlamento catalán por CiU o por sus apodos, ha necesitado del voto de la extrema izquierda cupista, los defensores de la independencia de Cataluña y promulgadores de la igualdad y de los derechos de las clases populares han hecho su numerito de funambulismo para hacernos creer que sin ellos, el procès se hundiría como barco de plomo en aguas profundas. Todos sabíamos que debajo de la manga se escondía el voto que sacarían a favor de esa burguesía, pero disimulábamos para que los ingenuos revolucionarios creyeran que estábamos expectantes por ver por dónde salía la paloma. Los cofrades independentistas podrán discutir entre ellos, incluso casi llegar a las manos; podrán votar unos contra otros, pero quienes nunca fallarán para que el santo siga su camino son los muy extremistas y revolucionarios muchachos y muchachas de la CUP. Ellos siempre estarán ahí para servir de costaleros a los Puigdemont o a los Torra de turno.

Les siguen en la clasificación los enemigos de la casta; los seguidores de Podríamos, que así gusta llamarles un amigo mío. Podríamos votar en contra del presupuesto del Gobierno de Pedro Sánchez, pero Podemos votar a favor. Entre el podríamos y el podemos, dejan pasar un tiempo prudencial para que el personal esté atento y temeroso, no vaya a ser que las amenazas de votar en contra del Gobierno se conviertan en una realidad. Todos sabemos que ahora, quienes hace poco tiempo decían cosas tan bestias como que «les deberían quitar la O de Obrero y la S de Socialista», «algunos dirigentes de su partido tienen las manos manchadas de cal viva», han acabado de costaleros del PSOE, costaleros de los de la casta. Ya conocemos el truco: se negocia con ellos y se dejan unas cuantas comas sin poner, para que el acuerdo simule que está a punto de romperse. Y en esas que llega Iglesias, exige que las comas estén en su lugar, y levanta el faldón para que se sepa que los de Podemos están ahí. ¿A quién pretenden engañar?

Y el mejor esportillero, el que recoge los excrementos que dejaron quienes maltrataron al país, para convertirlos en pétalos de rosa, se llama Rufián –¿qué culpa tiene él por llevar ese apellido?–, el costalero mayor del reino, el banner que se mueve alrededor de la noticia principal para evitar que el personal pueda centrarse en lo importante y se quede solo en la publicidad. No hay acontecimiento destacado en el Congreso que no se vea ensombrecido o anulado por Rufián, el pop-up del Congreso de los Diputados. Ya no queda nadie que no sepa que esos pop-ups no aparecen como por arte de magia. Todos sabemos que aparecen previo pago del anunciante. Rufián, aparece siempre. ¿Por qué siempre él?

Juan Carlos Rodríguez Ibarra, expresidente de la Junta de Extremadura.

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