Los costos económicos de Erdoğan

El modelo político de Turquía ha perdido su brillo hace mucho tiempo, pero una creciente crisis diplomática con la igualmente errática administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ahora ha empujado a la economía del país a una crisis monetaria hecha y derecha. La lira turca ha perdido casi la mitad de su valor en los últimos 12 meses. Y, como los bancos y las empresas turcos se han endeudado fuertemente en moneda extranjera, la caída en picada de la lira amenaza con llevarse consigo a gran parte del sector privado.

El presidente Recep Tayyip Erdoğan, tras haber ganado la primera elección desde el cambio formal de Turquía de un sistema parlamentario a un sistema presidencial en junio, ahora gobierna el país de manera autocrática. Se basa en ministros de gobierno elegidos más por su lealtad (y los vínculos familiares que tiene con ellos) que por su competencia.

Durante más de diez años, los mercados financieros le dieron a Erdoğan, que fue primer ministro hasta 2014, el beneficio de la duda y le ofrecieron crédito fácil a la economía turca. El crecimiento económico comenzó a depender de un flujo estable de capital extranjero para financiar el consumo doméstico y las inversiones ostentosas en vivienda, caminos, puentes y aeropuertos. Este tipo de expansión económica rara vez termina bien. El único interrogante real es cuándo.

El disparador inmediato fue la decisión de la administración Trump de utilizar sanciones (y la amenaza de más) a fin de ejercer presión sobre Turquía para que liberase a Andrew Brunson, un pastor evangélico norteamericano radicado en Izmir que fue arrestado durante las purgas posteriores al fallido golpe contra Erdoğan en julio de 2016. La persecución ha implicado 80.000 arrestos, 170.000 despidos, el cierre de 3.000 escuelas, residencias estudiantiles y universidades y la destitución de 4.400 jueces y fiscales.

Estas medidas draconianas se tomaron en el marco de un régimen de emergencia, generalmente bajo las órdenes del círculo de Erdoğan. La resistencia a la suspensión de libertades básicas ha sido mínima, ya que los medios están fuertemente controlados y la sociedad civil ha resultado humillada mediante represión y el consiguiente clima de miedo. Brunson no es más que uno de los miles de acusados de terrorismo en la persecución post-2016.

Como sucede con toda crisis financiera provocada por políticas económicas insostenibles, encontrar una salida requiere de remedios tanto inmediatos como de mediano plazo. En el corto plazo, la economía necesita medidas que impulsen la confianza para estabilizar los mercados financieros. El banco central de Turquía tal vez necesite aumentar las tasas de interés, a pesar de la profunda aversión de Erdoğan por una medida semejante. Un programa concreto y creíble de ajuste de la disciplina fiscal y de reestructuración de la deuda del sector privado es esencial. Tal vez haga falta recurrir al Fondo Monetario Internacional para una asistencia financiera temporaria.

Sin embargo, estas reparaciones de corto plazo no resuelven la fragilidad de largo plazo de la economía, que está arraigada en la autocracia personalista que ha erigido Erdoğan.

Turquía nunca ha tenido una democracia inmaculada. Antes de la llegada de Erdoğan al poder en 2003, su democracia fue interrumpida cuatro veces por intervenciones militares. Pero tenía controles que restringían incluso a los militares, y el poder cambió de manos en numerosas ocasiones mediante elecciones cada vez más justas y libres. Ningún individuo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial había adquirido poderes ilimitados. La sociedad civil había empezado con una base débil cuando fue instituida la democracia multipartidaria en 1946 y luego se había desarrollado hasta el punto en que los gobiernos dialogaban con las asociaciones empresariales, los sindicados, la academia, la prensa y otros diversos grupos de intereses privados.

En sus primeros años, cuando todavía se sentía amenazado por los militares y la élite secularista, Erdoğan defendía de la boca para afuera a la democracia y a los derechos humanos. Tuvo una apertura con la minoría kurda reprimida durante tanto tiempo. Los liberales domésticos y los seguidores en Occidente fueron embaucados por un relato “islamista democrático” en el que querían creer desesperadamente.

Pero inclusive mientras recogía elogios en Occidente, Erdoğan había empezado a aniquilar a los medios independientes a través de multas impositivas gigantescas. También minó el régimen de derecho mediante simulacros de juicios contra generales y otros secularistas prominentes. La caída de Erdoğan en el autoritarismo se aceleró después de que rompió relaciones con su aliado el clérigo musulmán Fethullah Gülen, radicado en Estados Unidos, y sus seguidores, y se aceleró drásticamente después del intento de golpe.

Con la elección de junio, dice Erdoğan, la “Antigua Turquía” ha dado lugar a la “Nueva Turquía”. En el nuevo orden establecido bajo esta Segunda República Turca, cualquier desafío a su autoridad es factible de ser considerado traición.

Erdoğan exige que se le atribuya el mérito por todo lo que va bien y culpa a fuerzas oscuras –muchas veces conspiradores extranjeros anónimos- por los fracasos. Su glorificación, su apariencia de infalibilidad y, en definitiva, su supervivencia política son retratados como los objetivos supremos de Turquía. Cualquier otro objetivo, ya sea el crecimiento de la productividad, mantener amigos extranjeros, mejorar la educación o curar las heridas sociales ocupa un segundo plano. Primero está el fortalecimiento de su régimen. Y a cambio de sus servicios sacrificados para la nación turca, tiene derecho a erigirse por encima de todas las leyes y a enriquecerse a sí mismo y a sus socios cercanos.

La lógica del nuevo sistema político de Turquía recuerda el “círculo de justicia” otomano que dividía a la población entre las masas que pagaban impuestos y una pequeña elite exenta de impuestos comandada por un sultán que sólo se subordinaba a la Sharia (ley islámica), aunque en la práctica él mismo definía lo que significaba. El “círculo de justicia” fue oficialmente revocado en 1839, mediante un edicto que dio lugar a una era de reestructuración. Casi doscientos años después, Erdoğan ha llevado a Turquía a un pasado que generaciones de reformistas intentaron dejar atrás.

El sistema que Erdoğan ha instituido no deja lugar para los políticos o burócratas competentes al mando de la economía. Estos han sido expulsados porque sus objetivos trascienden el propio interés del líder. El miedo impide el debate honesto de temas. Los empresarios, académicos y periodistas en la cumbre de sus campos se han llamado a silencio por una cuestión de autopreservación. Su círculo está plagado de hombres (y algunas mujeres) que dicen a todo que sí y que se esfuerzan por satisfacer su sentido de omnisciencia y magnificencia. Hasta los líderes de la oposición en el parlamento ahora inoperante de Turquía se han convertido en animadores cada vez que él señala que la falta de apoyo debería ser considerada una ayuda al enemigo.

Al igual que en Rusia y Venezuela, se permite que existan unos pocos disidentes valientes en los márgenes del discurso público, para dar la sensación de que existe libertad de expresión. Pero llevan vidas precarias, siempre en riesgo de ser arrestados como una advertencia a otros de que deben mantenerse dentro de los límites.

Tarde o temprano, las presiones económicas obligarán a Turquía a llevar a cabo reparaciones que estabilizarán su moneda y los mercados financieros. Pero eso no reanimará la inversión privada de largo plazo, ni traerá de vuelta el talento que está abandonando el país masivamente ni fomentará un clima de libertad que le permita a Turquía prosperar. Como han demostrado China y otros países asiáticos, algunas autocracias pueden prosperar cuando sus líderes priorizan políticas económicas sensatas. Pero cuando la economía se convierte en una herramienta más para mejorar el poder personal del presidente, la economía, como vemos ahora, necesariamente paga el precio.

Timur Kuran is Professor of Economics and Political Science at Duke University and the author of The Long Divergence: How Islamic Law Held Back the Middle East.
Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University’s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science, and, most recently, Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy.

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