Los crispadores

Crispa que algo queda, o eso deben pensar y creer a pies juntillas los aduladores de los mediocres sin discurso ni liderazgo que hacen del insulto procaz, política, de la media verdad, arte, y del dislate, parodia absoluta. Terrible la deriva que ha adoptado complaciente y arrogantemente la política española. Precisamente en el momento más trágico y donde más hacían falta los liderazgos, estos se han diluido como un azucarillo al calor de un café magro. Tedioso, falaz e incluso mezquino. No nos merecemos la coreografía que se ha orquestado, desde muchos lados. Aunque hay alguna que otra excepción.

¿Donde está esta abúlica sociedad civil que se deja manipular fácilmente y sigue acrítica y resignada, escondida o harta? Mal camino y peores derroteros los que hemos escogido fruto de una pasividad o pasotismo absolutos. Terrible. Demasiada hojarasca. Hojarasca de un otoño trágico donde nadie es capaz de entusiasmar. Solo la trinchera, esa que tanto nos ha gustado a los españolitos y que solo fractura, confunde y enerva. Se acuerdan cuando los mismos políticos apelaban hace unos años reiteradamente a la regeneración. Buenos propósitos sin duda, pero poco creíbles. Absolutamente poco creíbles pues es precisamente la falta de credibilidad la dolencia más crónica de los políticos. Demagogos de palabras vacías meramente leídas por diletantes que se las han escrito. De aquella regeneración nada de nada. Ahora vuelve a primar el insulto, la descalificación, la polarización extrema en aras de tensionar a los fieles. Afortunadamente también en la política la compra de fidelidades ya no es tan fácil. La gente hace tiempo que es capaz de pensar, al menos de cuando en cuando, por sí misma y rechaza esa suerte de tutela perenne que los políticos han ejercitado.

Se han erosionado todas y cada una de las instituciones de este país, cuando no, se han utilizado egoísta y maniqueamente. Todas. Y algo trágico, no hemos aprendido nada. Desafortunadamente, nada. Somos país cansino, quijotesco, aunque quizás nos vendría mejor la aculturación de Sancho Panza, infinitamente más inteligente que muchos.

La hojarasca sigue ahí. Los todavía dos grandes partidos se tapan sus vergüenzas y mezquindades, ahogando toda comisión de investigación parlamentaria, que dicho sea de paso, tampoco vale mucho por su falta de credibilidad. Fuegos artificiales. Para una sociedad que hace mucho ha preferido recostarse en el lado más humano pero abyecto, el de la indiferencia.

Malos tiempos estos, relativizados en exceso y rehenes de la superficialidad, para la ejemplaridad. Las virtudes no venden. Los ejemplos de ser humano y comportamiento tampoco mucho. Las conductas se tergiversan. Los clichés se falsean. Demasiada costra en la sociedad. Pensamiento acrítico. Hemos vivido de lleno una crisis que no solo ha sido económica, lo ha sido también social, axiológica o de valores. Lo ha sido familiar. Nos ha faltado confianza. Pero aquí estamos. Devaluados los valores hasta la enésima parte, la sociedad debe preguntarse por el rumbo que ha tomado y si de verdad vale la pena. Debemos cambiar. Cambiar el paso, el criterio, preocuparnos de lo público, no solo de lo privado y particular. Somos seres para la sociabilidad no para el ostracismo silente de una individual negadora del otro. Frente a la crisis, confianza. Frente a la corrupción, credibilidad. Frente al catastrofismo, convicción. Pero junto a ello, por encima de ello, liderazgo y ejemplaridad. Realidad y realismo, frente a optimismos de barro. Objetividad frente a estériles pesimismos, vacuos y enfermizos de un carácter y forma de ser terriblemente resignada y aherrojada de pasividad y conformismo derrotista. Dosis de verdad, trazos y retazos de sensatez y sentido común. El que ha faltado. El que ha estado ausente. Pasemos página a tanta hojarasca. A tanta mediocridad, a tanta mentira. Exijamos lo que no se exige a esta clase política, valores y credibilidad, respeto y firmeza democrática. Se lo debemos a las decenas de miles de muertos de esta pandemia que ni siquiera quieren cifrar. Muchos duelos en soledad que nadie ahogará ese recuerdo ni esas lágrimas tan desgarradoras.

Abel Veiga

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