Los cristianos árabes están en peligro

El reciente secuestro del arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Siríaca, Juan Ibrahim, y de su par de la Iglesia Ortodoxa Griega, Pablo Yazigi, es reflejo no solamente de la creciente brutalidad de la guerra civil que se desarrolla en Siria, sino también del agravamiento de la crisis que se cierne sobre los cristianos de todo el mundo árabe y que puede terminar con su expulsión total de la región.

Según la Sociedad Internacional para los Derechos Humanos, los cristianos fueron blanco del 80% de los actos de persecución religiosa ocurridos en el mundo en 2012. Esta escalada discriminatoria contra las comunidades cristianas en países donde están presentes desde hace muchos siglos se explica en gran medida por el auge de la militancia islamista y el ascenso del Islam político como consecuencia de la Primavera Árabe. La subida al poder de diversos partidos islamistas en la región trajo consigo el inicio de una ola de intimidación y discriminación contra las minorías cristianas.

Por ejemplo, el 26 de febrero, en un mercado de ropa en Bengasi (Libia), miembros de una poderosa milicia islamista rodearon a varias decenas de cristianos coptos egipcios (fácilmente identificables por la cruz tatuada en la muñeca derecha), los detuvieron, los torturaron y amenazaron con ejecutarlos. Entre las víctimas había un sacerdote copto, a quien los captores golpearon con saña y luego le afeitaron la cabeza y el bigote. También se han producido ataques contra sacerdotes en Trípoli, así como quemas de iglesias. El mensaje es bien claro: Libia no es lugar seguro para los no musulmanes.

Si bien en Libia no hay minorías religiosas importantes, cientos de miles de egipcios viven y trabajan en el país, donde el proselitismo cristiano está prohibido y el solo hecho de poseer una Biblia basta como motivo para ser acusado de proselitismo. Pero el gobierno egipcio, controlado por la Hermandad Musulmana, no parece tener mucho interés en proteger a sus ciudadanos cristianos en Libia y se limitó a emitir un tibio pedido de liberación de los detenidos.

Esto también es una muestra del deterioro de la situación de los cristianos en Egipto (donde son cerca del 15% de la población). A principios de abril, el funeral de cuatro cristianos muertos unos días antes en disturbios sectarios, oficiado en la Catedral de San Marcos (sede de la Iglesia Copta en El Cairo), degeneró en violencia, y miles de asistentes fueron atacados mientras se alejaban del lugar de la ceremonia. La policía arrojó gas lacrimógeno dentro del complejo y no actuó cuando desde el exterior de la catedral atacaron con cócteles molotov, piedras y disparos a los que estaban adentro. Tras cinco horas de enfrentamientos, al menos dos personas murieron y hubo 80 heridos.

Los cristianos acusan a la Hermandad Musulmana no solamente de permitir a los musulmanes egipcios atacarlos impunemente, sino también de tolerar (y emplear) una retórica incendiaria contra los cristianos. Por ejemplo, en un mitín celebrado el año pasado en apoyo del presidente Mohamed Morsi, el clérigo Safwat Hegazy advirtió que los musulmanes egipcios harían correr la sangre de los cristianos que pusieran en duda la legitimidad de Morsi.

Durante una entrevista televisada en febrero, el patriarca de la Iglesia Copta de Egipto, Tawadros II, criticó duramente a la dirigencia del país, calificó a la nueva constitución de discriminatoria y desestimó los llamamientos al diálogo nacional de Morsi, a los que consideró gestos vacíos. La firmeza inusitada de estas declaraciones es señal de la creciente frustración de los cristianos (y de la oposición secular y liberal) respecto del monopolio del poder por parte de la Hermandad Musulmana.

Un cambio similar está ocurriendo en Siria (que en otros tiempos recibió con los brazos abiertos a miles de cristianos que huían de Irak, despedazado por la guerra) conforme la guerra civil cada vez más sectaria que se libra allí genera temor y desconfianza en toda la población. A pesar de que en general los cristianos procuraron no tomar partido, gradualmente se vieron involucrados en el conflicto: algunos porque se unieron a los combates y otros porque fueron víctimas de secuestros y violencia.

El patriarca Gregorios III de la Iglesia Greco-Católica Melquita afirmó hace poco que desde 2011, más de 1000 cristianos fueron asesinados y más de 40 iglesias y otras instituciones cristianas (escuelas, orfanatos y casas de acogida) resultaron dañadas o destruidas. Algunos estiman que 300.000 cristianos huyeron de Siria.

Además, el grave conflicto regional ya está produciendo consecuencias desestabilizadoras en el Líbano, país en el que los cristianos tienen garantía constitucional de representación política. La presencia de unos 400.000 refugiados que irrumpieron a través de la frontera con Siria (muchos de ellos musulmanes suníes, entre los cuales hay rebeldes fugitivos) agudiza las tensiones sectarias y amenaza con alterar el delicado equilibrio social y político del Líbano.

Como señala el profesor Martin Tamcke, de la Universidad de Göttingen, esto hace que a los refugiados cristianos en Oriente Próximo no les quede otra alternativa que huir a Europa y Norteamérica, en número cada vez mayor. De no ponerse freno a esta tendencia, Oriente Próximo terminará perdiendo sus congregaciones cristianas. Para evitar esta tragedia es necesario que los líderes occidentales adopten una posición más firme en demanda de la protección de las minorías cristianas en todo el mundo árabe.

Al fin y al cabo, tanto los cristianos como los musulmanes del mundo árabe desean lo mismo: libertad, dignidad e igualdad de derechos. Quienes persiguen a los cristianos tienen que entender que los beneficios de la Primavera Árabe deben alcanzar a todos los árabes.

Fiorello Provera is Vice-Chair of the Foreign Affairs Committee in the European Parliament. Traducción: Esteban Flamini.

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