Los cuatro asaltos

«El cielo no se toma por consenso sino por asalto». La frase es del principal dirigente del leninismo redivivo y nos lleva a una opinión de Marx sobre la insurrección de la Comuna que ocupó por unos meses el poder en el París de 1871. Marx usó esa expresión en una carta a Kugelmann y se incorporó a la retórica comunista. «Asalto a los cielos» tituló sus memorias Irene Falcón, colaboradora de Dolores Ibárruri, «Pasionaria».

En el programa «Un país para la gente» que Podemos ofreció al PSOE en febrero de 2016 se invoca no pocas veces la necesidad de consensos en la izquierda; el poder, sin embargo, no se toma por consenso sino por asalto. Entonces no consiguieron lo que se haría realidad con la moción de censura del 31 de mayo/1 de junio de 2018 en el golpe parlamentario. De la perversión que padeció esa legítima fórmula constitucional de la moción de censura me he ocupado ya en estas páginas.

En 2016 el dirigente leninista exigía al PSOE la vicepresidencia del Gobierno, Radiotelevisión y los demás medios de comunicación del Estado entre otras importantes áreas de poder. Dos años después, de facto, ya tiene parte de lo que deseaba gracias a un socialismo cuyos barones regionales se muestran inquietos en privado pero callan -y otorgan- en público. Está por ver si esa estrategia egocéntrica beneficiará a medio plazo al PSOE o sólo a Podemos y al precario presidente del Gobierno. La imagen de la firma del pacto presupuestario urbi et orbi en La Moncloa, con el escudo de España y el emblema podemita en valoración gráfica similar, es un reflejo; ese pacto, desde el rigor, tendría que haberse firmado en Ferraz con los emblemas de los partidos comprometidos. El Gobierno se avino por su impotente debilidad.

Los cuatro asaltosEl leninismo planificó con audacia el futuro que apetece y no encuentra demasiadas trabas en su camino -los partidos no denuncian los riesgos con suficiente firmeza y la sociedad, ciega o cansada, no reacciona-. Es un asalto a los cielos, es decir al Estado, en cuatro escenarios. Los tres poderes clásicos y la pieza a cobrar más deseada y al tiempo la más indefensa por debilidades y contradicciones de quienes se colocan a veces de perfil: la forma de Estado que consagra la Constitución. Son metas apuntadas ya desde el 15-M de 2011 y declaradas abiertamente tras la creación de Podemos en 2014.

Nos hemos acostumbrado a escuchar y leer disparates y considerarlo natural: «La ingobernabilidad del régimen político y constitucional de 1978», «el fraude de la Transición», «los viejos lenguajes de legitimación en contra de la democracia real», «la salida democrática-revolucionaria en un proceso constituyente», «las fuerzas sociales y políticas expresadas en forma de mayorías en el ciclo 15-M deben tomar las riendas de un cambio profundo y radical», «deslegitimamos este régimen y por tanto sus leyes, y nuestra guía es actuar en base a lo legítimo y no a lo legal», «actuaremos en legítima defensa ante la violencia indiscriminada de este régimen opresor», «exigimos la abolición de la Monarquía, institución arcaica, clasista y antidemocrática»… Son afirmaciones públicas.

El asalto al Poder Ejecutivo se inició gracias a los planes oscuros de Sánchez. En 2015 facilitó la llegada a ayuntamientos relevantes de quienes no ganaron las elecciones pero él buscaba como futuros socios en su entonces oculta «operación Moncloa». Hasta el punto, por ejemplo, de impedir que el candidato del PSOE fuese alcalde de Madrid con el apoyo del Partido Popular, que se lo ofreció. El desbarajuste de los ayuntamientos podemitas está a la vista. Sánchez también pactó con el leninismo y afines en varios gobiernos autonómicos. Ahora asistimos a la deriva catalanista en la Comunidad Valenciana y Baleares.

El asalto al Poder Legislativo no es menos visible. El antecedente es aquel ilegal «Rodea el Congreso» repetido en 2011, 2012 y 2013 que se atajó tarde. Hubo violencia y ello permitió al dirigente leninista confesar que le había emocionado el apaleamiento de un policía. Escucho una grabación suya: «El parlamento es burgués, representa intereses de clase, y yo voy allí a liarla, a transmitir el espíritu de los movimientos sociales, y voy en camiseta a las instituciones y a montar el pollo». Y no miente. Él, como sus huestes, acude a donde se residencia la soberanía nacional «en camiseta» pero, para evidenciar que su pose es un desprecio al Parlamento, asiste a la gala de los Goya vistiendo esmoquin. La culpa no es sólo suya, también de la inacción de quienes tendrían que defender el decoro institucional. En ningún Parlamento europeo ocurre.

El asalto al Poder Judicial también resulta evidente. Los leninistas ya recogieron que responsables de la Justicia como el Fiscal General del Estado, los magistrados del Tribunal Constitucional o los vocales del Consejo General del Poder Judicial serían designados por «su compromiso con el programa del Gobierno». Las asociaciones de jueces y fiscales consideraron tal adhesión política como un ataque a su independencia. Los manifestantes movilizados ante el Tribunal Supremo, entre ellos el propio líder leninista, enronquecieron exigiendo independencia a los jueces. No hay precedente de que un dirigente parlamentario se manifieste contra una sentencia del alto tribunal.

El cuarto asalto tiene en su punto de mira a la Monarquía y es obvio que se ha agravado. Empezó con el menosprecio a símbolos de la Institución y al propio Rey. Por ejemplo, acudir a una audiencia con el Jefe del Estado en vaqueros y sin corbata es impensable en cualquier otra nación. Pensemos en audiencias en Buckingham, la Casa Blanca o el Elíseo. No se celebrarían. Y ahora el Parlamento de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona piden la abolición de la Monarquía y se anuncian similares mociones en otros muchos ayuntamientos de España. Sánchez mira para otro lado y a menudo su agenda oficial parece contraprogramar la del Monarca. ¿Qué pintaba en París en la conmemoración del armisticio de 1918? España fue neutral pero Alfonso XIII tuvo un importante protagonismo humanitario en el conflicto y la presencia de su bisnieto estaba más que justificada. La presencia de Sánchez no.

«Un país para la gente» orilla la fórmula que la propia Constitución marca para su reforma en aspectos de calado y se hace trampas invocando como vía la consulta que aparece en el artículo 92. A la reforma constitucional se dedica un Título específico, el X. Si los constituyentes hubiesen entendido que el referéndum del artículo 92 facultaba la reforma constitucional hubiese sobrado el Título X. ¿Será esa vía falseada la que buscan imponer en su cuarto asalto? ¿En los demás?

Están en marcha los cuatro asaltos al Estado en una coyuntura gobernada por alguien políticamente débil con el letal apoyo de quienes manejan el buldócer para arrasarlo todo. Y los ciudadanos hasta ahora no reaccionan. Inquietante.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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