Los cuatro jinetes del capitalismo

Vamos a la playa y ya no hay carabelas en el mar. Las olas caen tristemente, como subsidios de paro. He estado en la costa fría del norte de Portugal. Aun lusitano, el veraneo le resulta inquietante, porque, para nosotros, el mar es todo un monumento. Nuestros Escoriales se construyeron con agua salada. Ahora, del heroísmo, ya sólo nos queda el chapuzón en las olas heladas, con carrerilla de penalti.

El mar nos invita a la contemplación: la playa, en sus momentos más solitarios, funciona como un monasterio transparente. Además, las olas dicen cosas: la marea sube, y ellas repiten "globalización", "globalización", que es una palabra amplia y redondeada, con una larga ondulación de sílabas.

Desde Portugal, cada vez la globalización se ve más como un triunfo puro y duro del capitalismo. Cayó el muro de Berlín; cayó, sin caer, la muralla china. Yel dinero hoy domina el mundo: a este inmenso imperio romano del capital lo llamamos globalización. El problema es que el capitalismo se comporta como un caballo desbocado que parece conducirnos a un apocalipsis planetario.

Por lo menos, uno oye el estampido de los últimos jinetes. El primero es el principio de la eliminación, que rige nuestros sistemas sociales. A uno le despiden, y eso es ser eliminado. Uno acaba sus estudios y no encuentra trabajo: otra eliminación. El mundo se está transformando en un lugar estrecho, donde cada vez hay menos sitio: se puede ser eliminado incluso antes de nacer. Concursos televisivos como Gran Hermano constituyen todo un arquetipo de la sociedad contemporánea: ir echando a la gente; luchar para que no nos echen.

Segundo jinete del apocalipsis capitalista: el principio de la irrealidad. Esta irrealidad es la gran religión contemporánea. Las iglesias se van vaciando, pero internet se ha transformado en una gigantesca catedral, muchísimo mayor que la Sagrada Família. Yuna catedral con una característica específica: cada uno se puede montar su capilla, con altar personal en forma de blog, sin que le falten fieles seguidores.

La irrealidad nos alivia, como antes lo hacían las plegarias. Los mundos virtuales son nuestras peregrinaciones. Las horas dedicadas a contemplarnos a nosotros mismos y a los demás en la red han sustituido el tiempo que, a media tarde, se consagraba al corro de amigos o a un libro. El problema es que estamos perdiendo la lucidez. Nos damos cuenta de las cosas demasiado tarde.

¿Qué pasará si seguimos provocando procesos de eliminación, cada vez más intensivos? ¿Qué destino podrá ser el de una sociedad que practica el culto a la irrealidad como principal actividad intelectual? Y el tercer jinete del apocalipsis capitalista también es espantoso: se trata del principio de la materialidad. A uno le dicen que, cuando se muera, se acabó. Y de este modo le encadenan de por vida a su propio cuerpo y a todas las materias que conviven con nuestra piel.

Para consolarnos de nuestra muerte, nos rodeamos de cosas. Le pedimos a la sociedad que sea una caricia alrededor de nuestra carne. Y nos transformamos poco a poco en drogadictos del bienestar. Lo peor es que este principio está provocando una explosión material que se llevará por delante nuestro planeta. Por este delirio de objetos, la Tierra sufre hoy de un altísimo colesterol de contaminación.

Cuarto jinete del apocalipsis capitalista: el principio de la soledad. Se intensifican las relaciones virtuales, televisivas o informáticas, pero se apagan las que verdaderamente resultaban una compañía: las familiares, las de barrio. El encuentro entre las personas se está transformando en un diálogo de lejanías y al final todo se resume a un eco de soledades. Todos estos jinetes apocalípticos representan, en el fondo, una nueva versión del viejo programa del capitalismo. Se trata de explotar al ser humano, de alienarlo. De generar la desgracia general, permitiendo la felicidad particular. De apresar a la gente dentro de una trampa de riqueza.

Ante esta cabalgata feroz, ya sólo resisten algunas aldeas de Astérix comunistas, pero Cuba se transformará cada vez más en un destino turístico adonde uno va a tomar el sol, aprovechando para echar un vistazo al ornitorrinco de un régimen socialista. Después está la resistencia misteriosa del fundamentalismo y el malestar general de las personas que no han echado a la basura su propia alma.

Lo más repugnante es que Europa se someta al capitalismo global sin rechistar. Nuestros gobiernos sólo aspiran a ser alumnos cumplidores de la escuela del dinero. Y no debería ser así. La Unión Europa puede inventar un modo particular de estar en el mundo. Un horizonte nuestro: libre, activo y atrevidamente humano. No soy comunista. Escribo desde mi condición de persona y no desde una determinada ideología política.

En Portugal, no nos gusta nada la globalización. Se trata de un sentimiento general. No era en esto en lo que estábamos pensando cuando nos lanzamos a los océanos, a redondear el mundo por primera vez. En verano, miramos hacia el mar e intentamos vislumbrar carabelas olvidadas, en las que nos podamos montar y largarnos de una vez. Sólo seguiremos siendo portugueses si descubrimos un viaje nuevo para este tiempo de miseria enriquecida.

Gabriel Magalhães, escritor portugués.