Los del Madrid infernal

Sindicalistas y escritores, actores, y raperos. Hasta dos mil. Pusieron negro, muy negro, todo sobre blanco, y firmaron, zas. Un desesperado grito desde el Infierno. Uno se compadece, pero poco, ya que del Infierno no se sale, y de perdidos al río. Si estuvieran en el Purgatorio, algo podríamos organizarles, rezar muy fuerte por ellos. Todos a la vez para ahorrarles años de purga y ahorrarnos años de murga.

Madrid como Infierno y Barcelona seguramente como Cielo, con su playa y su montaña, sus golpistas y sardanas, su Rompeolas y sus clanes familiares. Sus organizaciones criminales con el mismo apellido. Uno y dos, los grados de consanguinidad; tres, el porcentaje; cuatro, los ‘consiglieri’; cinco, rima tú. Ojo a estas dinastías de la industria y del merme catalanes, todo en uno. Son costumbres de allí, aunque solo ahora conste en la tardía hojarasca judicial. Y solo para los Pujol, otra injusticia de ‘Madrit’. Madrí, Madriz, Madrit, dantesco Inferno que el cateto autosatisfecho del noreste no visitaría ni de la mano de Virgilio. O averno virgiliano que el loco autorreferencial de los adoquines de Urquinaona, un Eneas de plastilina, no querría ver así lo acompañara Ada Colau, en plan Sibila, con un pasaporte diplomático de Barbie en el AVE de las cinco.

A la extraña familia del manifiesto infernal los invitan algunos a abandonar Madrid el día cinco, vuelve a rimar tú. Me parece tan absurdo como pedirle a Calvo una frase inteligible y entera, con su sintagma nominal y su sintagma verbal. Hay cosas que no. Los participantes en la orgía multitudinaria con los sindicalistas -¡gente de la cultura, ‘mon ami’!- es una tropa presa en la sexta fosa (la de los hipócritas) del octavo círculo (el del fraude). Así que cargarán plomo dorado eternamente. Seguirán paseando su quincalla en cofres. ¿Cómo van a marcharse? Ni pueden ni deben. ¿Qué sería de la capital si entre sus muchas facetas de piedra tallada y preciosa no estuvieran ellos para inspirar la mejor literatura, la que los exhibe al natural y todo parece distorsión, colmena, café de artistas o Madrid brillante y absurdo. Cela y Valle, no se me pierdan los intelectuales.

Dejemos que los sufridores gocen de otro cuarto de siglo de excusas, que continúen doliéndose porque la derecha liberal sigue al frente de la ciudad fractal e inacabable que los pinta, los glosa y los torea cuando se pone estupenda. Uno es de Madrid en un sentido espiritual. ¿De dónde va a ser un barcelonés inmune al nacionalismo que se escapa a Toledo? Pues de Madrid. Toledano de hecho y madrileño de vocación. El único inconveniente es no poder votar a Ayuso. La ventaja, poder votar a uno de los pocos socialistas decentes con poder institucional de verdad: don Emiliano, un tío cojonudo.

Dicen que en las columnas no hay que hablar de uno. Esa es la principal razón de que lo haga. Aprendido el canon, dominado hasta en sueños, se coge y se rompe. Ese es el orden, jóvenes. A otra cosa: según la panda, se está atentando contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana, y ustedes ahí como si nada. Sepa, lector, que atentar contra la dignidad, en el universo mental de las lindos y los lindas, es que gobierne la derecha. Así, en un país digno siempre gobernaría la izquierda. Lo que no se entiende es que ese atentado contra la mayoría ciudadana no se traduzca en la inmediata pérdida de poder, virtuosa posibilidad de la democracia cuando se convocan elecciones. Lo cierto es que la tropilla les está llamando idiotas, literalmente: no se ocupan de los asuntos públicos. Es decir, se desentienden de la crudelísima y prolongada violación de su dignidad a base de abstenerse, insensatos, o, lo que es mucho peor, votan -muy mayoritariamente- a los violadores de sus derechos y dignidad.

Este extremo -que la ‘intelectualidá’ y el sindicalismo les tienen por idiotas- es indiscutible: sería la mayoría ciudadana la que sufre el atentado diario de la odiosa derecha, y es la mayoría ciudadana la que vota a la derecha. Habrá subconjuntos que se libren, pero el grueso queda manchado por la contradicción. O así sería si la izquierda no tuviera la curiosa manía, desde hace un siglo largo, de llamar ‘mayoría’ a la minoría cuando la minoría son ellos. Y, por consiguiente, de llamar ‘minoría’ a la mayoría.

Como es sabido, ese fue uno de los más sencillos y victoriosos trucos de Lenin. Se lo sacó de la manga en el Segundo Congreso del Posdr en 1903. Llamó «miembros de la mayoría» (bolcheviques) a los radicales que estaban con él y «miembros de la minoría» (mencheviques) al resto, que en realidad era el grupo mayoritario. El influjo de la peste que vino al mundo con el nombre de Vladimir Illich Ulianov sigue siendo poderoso. Su obra ‘El imperialismo’, fase superior del capitalismo todavía determina, a través de un siglo de mímesis y exégesis, la visión del mundo de los mayores zaragozas de turno, y lleva ya inserta una puesta al día del inveterado antisemitismo.

No hay tiempo para Lenin. Limitémonos a confirmar que sigue muy presente. Para empezar, con trucos como el de la mayoría minoritaria. Para acabar, cómo no, con esos simpáticos contendientes electorales que son comunistas, se declaran comunistas y hasta se llaman comunistas, pero que se extrañan, o se enfadan, o se ríen cuando se les recuerda su adscripción ideológica. Lo mismo pasa con los agradadores de derechas, que se ponen nerviosos con el lema ‘Comunismo o Libertad’. Luego viene la mayoría, vuelve a votar en contra de Tezanos, y los hipócritas de los manifiestos siguen cargando plomo dorado mientras deprimen al prójimo en los ‘vernissages’.

Juan Carlos Girauta

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