Por Fernando Savater, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid (EL PAÍS, 21/04/06):
Ahora que afortunadamente los ciudadanos italianos parecen haberse librado -¡aunque no sin dificultades!- del ubicuo y omnimanipulador Berlusconi, puede ser buen momento para examinar un documento que aglutinó cierto apoyo intelectual a su candidatura: el Manifiesto por Occidente promovido por el presidente del Senado, Marcello Pera, y que aunó firmas tan conocidas como las de Rocco Butiglione y el cineasta Franco Zeffirelli, numerosos parlamentarios de la Alianza Nacional y dirigentes de Comunión y Liberación, junto al menos tres diputados democratacristianos de UDC, entre bastantes otros. Aunque por razones obvias no firmó expresamente el documento, podríamos quizá mencionar como uno de sus apoyos al propio papa Benedicto XVI, citado en él como mentor y que nueve días después de hacerse público el manifiesto recibió oficialmente a Marcello Pera en una audiencia particular.
El texto en cuestión no es menos tortuoso y ambiguo que la trayectoria política de su promotor. Desde una posición libertaria (en el sentido anglosajón del término) inspirada por el pensamiento de Popper y próxima al Partido Radical -incluida su defensa de la laicidad-, Marcello Pera ha pasado a ser senador de Forza Italia y convertirse en cabeza visible del movimiento teo-conservador, exaltador de los valores cristianos, de las prohibiciones en materia de bioética de la Iglesia Católica y de la batalla contra el mestizaje cultural, criticando el mito de la posible integración republicana de todos los inmigrantes. El Manifiesto por Occidente denuncia la crisis moral europea que desemboca en una especie de vergüenza por nuestra prosperidad y nuestras tradiciones. Se cuestionan así los valores consagrados de la vida desde su origen y hasta su fin natural, de la persona, de la familia, del matrimonio (¡bodas homosexuales!), entre otros rasgos políticos indelebles de nuestra identidad. No es raro que la natalidad esté en caída libre... En una palabra, y dicha nada menos que por Benedicto XVI, "Occidente hoy no se ama a sí mismo". Es algo así como el "auto-odio" que achacaba un prócer de ERC a sus convecinos menos nacionalistas, pero a escala continental...Y es que sin duda no le faltarán en nuestro país al manifiesto de Pera defensores locales que suspiran por una versión hispánica del mismo, que sería cierta y literalmente la "Repera".
Lo levemente chocante de este pasticcio de dogmas recobrados y reproches semi-verosímiles es que, como en tantos otros casos, más que defender la tradición europea, la poda y recrea a su conveniencia. Asegura, por ejemplo, que "el laicismo y el progresismo reniegan de las costumbres milenarias de nuestra historia". Bueno, ningún tradicionalista podría realmente quejarse de ello. Precisamente cuestionar incluso revolucionariamente las costumbres milenarias, las creencias más veneradas, las jerarquías institucionales de derecho divino, las limpiezas de sangre y las genealogías mejor asentadas, los privilegios inamovibles, las doctrinas cosmológicas y técnicas reputadas intocables, etcétera... es el rasgo más característico en la evolución intelectual y política de la Europa que históricamente conocemos. Octavio Paz caracterizó la modernidad como "la tradición de lo nuevo", pero en nuestros países este desasosiego inventor viene de mucho más atrás. Una comunidad aquietada en rutinas piadosas, dedicada a venerarse a sí misma, incapaz de poner en cuestión sus fundamentos más sagrados y de transgredir todos los límites, empezando por los hábitos de la representación estética, será preferible o rechazable según los parámetros que aplique cada cual, pero desde luego lo que nunca será es propiamente "europea". Estos conservadores con nostalgias teocráticas de un Sacro Imperio que hoy suena más bien risible no defienden nuestros valores, sino que los marchitan: empezando por el propio cristianismo -díscolo desde sus orígenes- al que pretenden sumiso y fanático, es decir, "islámico", en el peor sentido del término...
Claro que para recibir lecciones de una religión desconcertantemente desligada de la modernidad en ebullición que ha decidido condenar sin entender no hace falta remitirse a la compota teórica de Pera. El pasado Jueves Santo, monseñor Carlos Amigo, cardenal arzobispo de Sevilla, publicaba un artículo titulado El coro de las tinieblas (ABC, 13 de abril de 2006), un nombre que parece el de la próxima novela de Dan Brown. Incluía serias admoniciones: "De vez en cuando aparecen unos demonios racionales que son como apagaluces de pensamiento de amplios horizontes. Avalistas de todos esos submundos pseudointelectuales de la autosuficiencia, el egocentrismo y la cerrazón. Suelen vencerse con el estudio, la investigación, el diálogo, la honestidad intelectual y la esperanza". Dejando aparte la esperanza, a la que conocemos de antaño como lo último que suele perderse, no deja de sobresaltarme aprender que la honestidad intelectual es la virtud que defienden aquellos cuyas doctrinas carecen de ninguna posibilidad objetiva de verificación frente a los "demonios racionales" empeñados en apagar las luces de los pensamientos de amplios horizontes. Dados los progresos del pensamiento occidental debidos en los últimos cuatrocientos años a la firma espiritual que representa el cardenal Amigo, me encantaría que me detallase los temas de estudio e investigación a los que debemos dedicarnos ahora para no quedar indebidamente mutilados. Respecto al diálogo, no necesito preguntarle nada, porque nos lo está explicando a los españoles con empeño y detalle el padre Alec Reid. Estamos de suerte: después de disfrutar tanto tiempo de los incomparables curas vascos, ahora importamos uno de Irlanda para degustar otra variedad aún más exquisita del mismo molusco.
La parte más racionalmente polémica (perdón por la alusión satánica) del manifiesto supuestamente occidentalista de Marcello Pera es la que se refiere a la integración en nuestras comunidades de los inmigrantes de otras culturas. Ni el modelo multicultural a la inglesa o a la holandesa ni el republicano francés cuentan evidentemente con su beneplácito. El documento se alza contra la prédica del valor igual de todas las culturas, planteamiento que no carece de sensatez. El problema es que tan preciada característica no le vendrá, desde luego, de la facundia biliosa de Oriana Fallaci o de historiadores como Giorgio Rumi y Ernesto Galli della Loggia, fiscales de los vicios según ellos inerradicables del oportunismo foráneo que nos invade. Es decir, lo malo es que tras haber denunciado que efectivamente no todas las culturas son iguales, el manifiesto parece incapaz de señalar con un mínimo de precisión qué es lo que hace a una de ellas -la democrática socioliberal- preferible a sus competidoras teocráticas o comunitaristas. Y tal habría sido precisamente el punto más digno de ser subrayado.
En efecto, lo que debe ser defendido y reforzado en nuestros países europeos no es el "derecho de las comunidades", sino el de cada uno de los individuos en cuanto ciudadanos. Y la diferencia entre uno y otro estriba en que el primero consiste en un ser (basado en la etnia, en la religión, en la identidad sustentada por cualquier idea esencialista de la comunidad nacional) mientras que el segundo configura un estar bajo instituciones y leyes que aúnan lo diverso. El "ser" atiende a sustancias inconmovibles y se define por el origen mientras que el "estar" organiza la convivencia a partir de convenciones aceptadas y se orienta hacia el futuro. La identidad de lo que cada cual prefiere íntimamente ser queda a cargo de la administración subjetiva, pero la forma de estar juntos -en la que todas las subjetividades, salvo las totalitarias y excluyentes, pueden encontrar acomodo- es el logro constitucional de una fórmula laica y por tanto radicalmente democrática compartida. De aquí que ningún "ser" hipostasiado pueda resultar factor actual de progreso (muy atinado el chiste de Caín en La Razón: "En cuanto hablan de derechos históricos aparecen los deberes prehistóricos"), o sea, que considerar a estas alturas que hay clericalismos o nacionalismos "progresistas" resulta un oxímoron, como hablar de "marcha de los parados" o "nieve frita". Y, por supuesto, el futuro del País Vasco sin violencia se habrá de parecer más a la Constitución que allí han defendido Rosa Díez o Pilar Elías que al miserable retroceso nacional-oportunista amañado por Gema Zabaleta y otras señoras.
Claro que si ustedes han decidido emprender junto a Marcello Pera o monseñor Amigo su propia cruzada contra los "demonios racionales", entonces no me queda más remedio que retirar todo lo dicho...