Los descalabros de la virtud

Esta crisis, en la que cuanto más “hacemos los deberes” y más fuertes son los castigos que nos imponen las instituciones comunitarias peor estamos, recuerda este proverbio chino: “para salir del pozo, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar”. Es lo contrario de lo que, desde hace dos años y medio, se viene imponiendo en Grecia, Irlanda, Portugal y, después, en España e Italia: seguir ahondando en las llamadas políticas de “contracción expansiva”, de “devaluación interna” y, generalmente, de austeridad y recortes.

El origen de la política de austeridad es su equivocado diagnóstico: en general, el problema no era el déficit y las deudas públicas, aunque incidieran en las primas de riesgo de la deuda soberana. Principalmente, los problemas provienen del sistema financiero, que concentró elevados volúmenes de activos tóxicos, generando desconfianza y bloqueando el crédito en un contexto de altísimo endeudamiento privado en todas las economías, ocasionando la recesión y el incremento de los déficits públicos. En lugar de sanearlo y de crecer para poder desendeudar, las medidas impuestas se dirigieron a recortar el gasto público, lo que provocó más recesión, una mayor desconfianza en la capacidad para devolver los préstamos y nuevas subidas de las primas de riesgo; a imponer reformas estructurales cada vez más regresivas que solo han aumentado el paro y deteriorado infraestructuras sociales básicas; y a subir impuestos indirectos, lo que paraliza aún más el consumo.

Sin embargo, el problema estaba en el endeudamiento privado y en la situación de las entidades financieras. Y lo sigue estando. En haber proseguido durante tantos años la estrategia del ladrillo y en no haber exigido a tiempo el saneamiento de los activos de los bancos está la responsabilidad de las autoridades españolas: de gobiernos y de entidades de control. Por ejemplo, Cajas y Bancos despreciaban, a pesar de los informes que advertían de ello, los riesgos de la burbuja inmobiliaria y mantuvieron durante años la sobrevaloración de activos, mientras que desde el Banco de España se repetía que el problema era la reforma laboral, sin advertir sobre esos problemas centrales.

La estrategia europea, por su parte, no ha contribuido a solucionar esos problemas sino a crear otros. Olvidando que, como dijo Keynes, “es el periodo de auge y no de depresión cuando es el momento de la austeridad”, las medidas europeas de salida de la crisis no han solucionado ninguno de los problemas: los han agravado todos. En nada permanente han mejorado la situación las sucesivas cumbres, la creación de mecanismos de estabilización financiera, un nuevo Tratado sobre la estabilidad, la coordinación y la gobernanza. Ni el préstamo de un billón de euros (el 11% del PIB europeo) a los bancos al 1% de interés, que les ha asegurado pingües beneficios comprando deuda pública a un interés cinco y seis puntos superior, al tiempo que creaba un círculo vicioso infernal entre bancos y deuda pública; esas ingentes cantidades no han llegado a la actividad económica pero sí han servido para mantener artificialmente bancos “zombies”.

Las secuelas más dramáticas de la crisis se han extendido ya a casi un tercio de la población comunitaria, la demanda interior se halla en caída libre en los países en crisis y, globalmente, está a la baja en la zona euro. Y el riesgo de que la moneda única estalle es cada vez más grande.

Seguir con dicha política es un sinsentido desde un punto de vista económico. Así razona uno de los cinco “sabios” que aconsejan al gobierno alemán, Peter Bofinger: “La estrategia del gobierno federal alemán, que consiste en resolver la crisis gracias a la máxima presión de los mercados y de medidas de austeridad procíclicas impuestas con la ayuda de dicha presión, ha sufrido un naufragio completo”.

Pero es también una ruina para el futuro de nuestro país. Las medidas que se están tomando marcarán profunda y negativamente el porvenir de la estructura socio-económica española. El desempleo conlleva grandes costes humanos: entre otros, pérdida de renta a corto y largo plazo; profundo efecto sobre la vida de los jóvenes, repercusiones sobre la salud de los parados y de la esperanza de vida de los mismos (FMI,2010). El paro implica, asimismo, descualificación profesional, desaprovechamiento y pérdida de capital humano para el país.

Esta obsesión depresiva conlleva, asimismo, un enorme destrozo del tejido productivo. Nuestras empresas cotizadas en bolsa valen hoy la mitad que al principio de la crisis y están mucho más expuestas a ser absorbidas, desde 2007 la quiebra de empresas ha aumentado un 400%, el cambio de modelo productivo está parado.

Lo que une a la inmensa mayoría de los gobiernos y a las instituciones de la UE es aprovechar la crisis para desmantelar el Estado social, empezando por el mercado de trabajo y las pensiones. A su vez, el sistema sanitario español, modélico en el mundo por su relación entre calidad y gasto, ya no volverá a ser el mismo. La reducción de dos puntos de las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social mina aún más las bases del sistema contributivo, sin ninguna negociación con los firmantes del Acuerdo Social. Los recortes en educación y en política de I+D+I implicarán un retroceso que costará décadas recuperar. El empobrecimiento y la pérdida de cohesión social condicionan la integración y la competitividad de un país.

Necesitamos más Europa, pero también otra Europa. La supervivencia del euro es inviable sin una unión política. Hay que conceder al BCE los atributos que tiene un Banco Central en cualquier país. Es necesario crear una unión bancaria y establecer eurobonos. Tenemos, por supuesto, que ceder soberanía para una coordinación cooperativa de la política presupuestaria. Y caminar hacia una mayor armonización fiscal y social, para evitar el dumping e impedir la regresión fiscal y social.

Todo ello, sin embargo, llevará bastante tiempo., mientras que ahora necesitamos medidas inmediatas y eficaces. Los países del norte exigen establecer primero su modelo de gobierno europeo e imponer su orientación a los objetivos enumerados en el párrafo anterior, en una caricatura asimétrica y deforme de federalismo económico. En ese escenario, algunos países, como el nuestro, corren el riesgo cierto de quedarse por el camino o estar condenados a la ruina y a un papel subsidiario en el escenario europeo. Pero esa es una discusión posterior ante la emergencia que nos acucia.

Queremos devolver nuestras deudas, pero para ello necesitamos que la UE actúe ya. Que lo haga posible cambiando radicalmente la política de austeridad por otra que conduzca rápidamente al crecimiento sostenible y al empleo. Tan vital como ello es que el BCE, directa o indirectamente, respalde nuestra deuda pública, facilitando un plazo de diez años para su reducción a los niveles requeridos (plazo establecido en EEUU), y asegurando la financiación a tipos de interés similares a los que pagan los países centroeuropeos. Requerimos que el Gobierno español sanee el sistema financiero, implicando a las entidades que sean sostenibles y a los acreedores extranjeros, como parte integrante de la solución.

En fin, es imperativo y urgente relanzar la creación masiva de empleo. Acabar con las devaluaciones internas, y ampliar los plazos de reducción de los déficits, ya tendría en sí mismo un efecto expansivo, pero es necesario un esfuerzo de crecimiento sostenible mucho mayor y mucho más inmediato. Todo ello financiado con impuestos propios de una UE que dispone de un Presupuesto raquítico. Se precisa, igualmente, que los países más saneados aumenten su demanda interna para favorecer el crecimiento de todos

Esta alternativa económica es perfectamente posible. La dificultad proviene de la oposición política, principalmente de Alemania.

Para superarla necesitamos que Gobierno, oposición, organizaciones económicas y sindicales, movimiento sindical europeo, organizaciones sociales, el conjunto de los países más afectados, el Gobierno francés y algunos más se planten y se nieguen a aplicar esta política de austeridad y exijan una política de crecimiento. Y le digan claramente a la señora Merkel que si no se abordan ya las medidas del corto plazo es ilusorio pensar en las de largo plazo, con lo que ellla tendrá también que asumir las consecuencias de no hacerlo.

Es hora de que dejemos de cavar en el pozo. Y de saber si la señora Merkel quiere salvar el euro, si desea que se queden en el euro solo los Estados más ricos, o bien crear una UE neocolonial.

José María Zufiaur  es representante de UGT en el Comité Económico y Social Europeo y Antonio González, economista y representante de UGT en el CES español.

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