Los detectives vacacionan

Las bicicletas serán, como decía Fernando Fernán Gómez, para el verano. No lo pongo en entredicho, más allá de la interpretación política de su obra de teatro, aunque nunca me he sentido particularmente atraído por ellas. Los que sí forman parte de mis inseparables compañeros de viaje son los recurrentes libros, cuando inicio mi periodo estival de vacaciones. Libros que embalo cuidadosamente –si bien nunca he sido un bibliófilo– antes de poner rumbo a las frescas tierras del Bajo Nalón. Una parte de la Asturias Central aún desconocida para muchos, a pesar de sus inigualables paisajes, como la bellísima desembocadura del río Nalón, y su antaño relevante ambiente cultural. Lugar de encuentro de la colonia artística de Muros, integrada por una pléyade de sobresalientes pintores (Tomás García Sampedro, Casto Plasencia, Agustín Lhardy, Tomás Campuzano, José Robles…, a los que acompañara en ocasiones Joaquín Sorolla), que paleta en mano abandonaban sus acomodados estudios y salían a pintar –como estudió Javier Barón– siguiendo la estela y hasta la vestimenta de la francesa Escuela de Barbizon, au plein air. En San Juan de la Arena y Riberas de Pravia pasó algunos veranos el poeta nicaragüense Rubén Darío; y en San Esteban de Pravia, Rafael Altamira, destacado intelectual, catedrático de Historia del Derecho y miembro del Tribunal Permanente de Justicia Internacional, fijaba temporalmente su domicilio.

Los detectives vacacionanPero regresemos a lo que nos convoca: los libros de verano. Este año he realizado la siguiente selección. Primero, los libros, por entendernos, más exigentes: Joan Miró. El niño que hablaba con los árboles, de Josep Massot, una exhaustiva biografía del pintor surrealista catalán; El ojo del observador, de Laura J. Snyder, un sugerente ensayo sobre el modo en que a mediados del siglo XVII un inquieto científico, Antoni van Leeuwenhock, al tiempo que un pintor de Delft, el misterioso Johannes Vermeer, transformaban, el primero, a través de una minúscula lente de un microscopio, y el segundo, gracias a una cámara oscura, el proceso de observación científico y el modo de creación artístico; y París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y las imágenes, de Marc Fumaroli, un paseo cultural desde la Antigüedad grecorromana y el Imperio bizantino hasta hoy; desde París, capital europea de las vanguardias a finales del siglo XIX y principios del XX, hasta Nueva York, la nueva Meca de las imágenes contemporáneas. Una obra, leída en su día con cierta precipitación, y de forma fragmentaria, que deseo releer con pausa y completitud.

Junto a ellos he incorporado otras obras más ligeras. Me refiero a las novelas de género policiaco, una constante en mis lecturas, desde que mis padres me compraron algunas de las narraciones de Arthur Conan Doyle, y traté de adentrarme en la mente del sagaz Sherlock Holmes. Fue tal la conmoción que causaron en mí, que pronto me hice, no sin dificultades en la desaparecida editorial Molino, con todas ellas. En Dublín, ya en los años setenta, a donde había ido, como muchos jóvenes a aprender inglés, un amigo del Marian College me dejó un librito de aventuras del afamado investigador escrito por Conan Doyle hijo. Y más tarde, en plena pasión holmesiana, empecé compulsivamente a coleccionar sus diversas recreaciones, hoy impecablemente publicadas por la editorial Valdemar. Así que cuando llegué a Londres por primera vez, había dos cosas de inmediata y debida realización: acercarme al 221 B de Baker Street, donde me enfundé la capa y su sombrero, mientras me sentaba en su sillón con una pipa, y darme de alta en The Sherlock Holmes Society of London. ¡Faltaría más!

Del género policiaco, demasiadas veces arrinconado, introduzco en mi repleta maleta, ¡ya se sabe lo que pesan los libros!, tres obritas: los relatos de Edgar Allan Poe de C. Auguste Dupin (Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada) y dos novelas, las dos primeras, de Hércules Poirot, de Agatha Christie (El caso Styles y Asesinato en el campo de golf). Las tres historias del escritor norteamericano las leí hace más de cuarenta años, y no he resistido la tentación de enfrentarme de nuevo a ellas. Estoy convencido, ¡de no ser así no lo haría!, que me volverán a cautivar. Nadie como Dupin para adentrarse en la mente del criminal. Aunque deseo detenerme especialmente en el orondo –«a penas medía más de cinco pies y cuatro pulgadas… su cabeza tenía exactamente la forma de un huevo»–, maniático –no soportando el más mínimo desorden, ni la presencia de cualquier asimetría, era un defensor a ultranza de las líneas rectas–, pulcro –velaba en todo tiempo por la mayor limpieza en su indumentaria–, y bon vivant –amante de la cocina refinada y de los delicados vinos y buenos licores– detective belga. Un finísimo sabueso que sabía exprimir, antes de retirarse a cultivar calabacines –Holmes había elegido la apicultura– sus despiertas «células grises». Cuidadoso en grado sumo de su lubrificado bigote, nuestro hombre gustaba más de la psicología que de la criminología. Las novelas de Miss Marple, asimismo de Agatha Cristhie, del padre Brown, de Chesterton, y del inspector Maigret, de Simenon, no me han despertado todavía semejante interés. ¡Quizás lo hagan, por qué no, el próximo estío!

Cuanto más releo las aventuras del inquilino de Whitehaven Mansions, el Florin Court, en Charterhouse Square, el residencial edificio art decó londinense, más fascinantes me resultan. Prueben a leer, no se arrepentirán, una de las mejores: El asesinato de Roger Ackroyd. Un estilo ágil, directo y conciso; sin pretensiones, ni parafernalias. Una atmósfera que ya no es victoriana, como en Holmes, muy marcada por la I Guerra Mundial, pero que no deja de añorarse: rancios sirvientes, mansiones esplendorosas, damas elegantes y caballeros atildados. En fin, espero ser al menos parcialmente merecedor del inquisitivo juicio de Benjamin Franklin: «Escribe algo que merezca la pena o lee algo que merezca la pena». Las diferentes andanzas de Poirot, sin duda, lo merecen.

Pedro González-Trevijano, magistrado del Tribunal Constitucional y académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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