La economía japonesa es una mezcla paradójica de prosperidad y fracaso. Y, de una manera significativa, su prosperidad hace que sus fracasos sean difíciles de abordar.
La opulencia de Japón es palpable para cualquier persona que visite Tokio. El nivel de vida es alto, el país tuvo un ingreso per cápita en el año 2015 (en términos de paridad de poder adquisitivo) de $38.000; cifra que se cerca al promedio de $ 41.000 en Francia y Gran Bretaña. La tasa de desempleo, que está en un nivel del 3,3%, es sustancialmente inferior a la tasa estadounidense del 5% y a la de la eurozona que está en alrededor del 10%.
Sin embargo, hoy en día la economía de Japón se ha deslizado a una deflación: los precios para el consumidor en el mes de marzo se situaron en un nivel más bajo en comparación con el registrado un año atrás, y, al mismo tiempo, el PIB real está disminuyendo. A pesar de que los costos de endeudamiento se encuentran cerca de cero, el déficit fiscal se sitúa en casi el 7% del PIB, y la deuda pública supera el 230% del PIB. La población y la mano de obra están reduciéndose, lo que implica que en el futuro se tendrán ratios de endeudamiento aún más altos.
Cuando el primer ministro Shinzo Abe asumió el cargo en diciembre del año 2012, anunció una estrategia – compuesta por tres “flechas” – para superar la combinación de lento crecimiento y baja inflación de la economía: una política monetaria de muy amplia liquidez, estímulo fiscal a corto plazo y reformas estructurales en los mercados laborales y de productos. Sin embargo, las políticas económicas del gobierno (las llamadas políticas Abe-económicas) no han solucionado los problemas de Japón y es improbable que lo hagan en el futuro.
Después de que Abe designó a Haruhiko Kurodado como el nuevo presidente del Banco de Japón (BOJ) y le diera el mandato de hacer que la tasa de inflación llegue al 2%, Kurodado relajó la política monetaria dramáticamente y de forma inmediata, recortando las tasas de interés e iniciando compras a gran escala de bonos del gobierno de largo plazo. Esto provocó una fuerte caída en el valor del yen e hizo que la tasa de interés de los bonos a diez años vaya con dirección a cero. Una tipo de cambio del yen más competitivo elevó las ganancias de los exportadores japoneses, pero no elevó su producción; además, un yen más débil también elevó los precios de las importaciones, reduciendo, consiguientemente, los ingresos reales de la mayoría de los hogares japoneses.
En enero, el BOJ fue más allá e introdujo tasas de depósito negativas para las reservas obligatorias de los bancos comerciales, los mercados interpretaron dichas tasas como un acto desorientador y desesperado. Ese acto tuvo el efecto adverso de debilitamiento de la demanda de los hogares y las empresas. Y, a pesar de la flexibilización del BOJ, las condiciones financieras a nivel mundial pronto llevaron a un aumento en el valor del yen, que se incrementó en casi un 10% con respecto al dólar.
Esta semana, el BOJ sorprendió a los mercados al no hacer ningún cambio de política durante su reunión, contrariamente a la expectativa generalizada que espera que se decida llevar a cabo una mayor y significativa flexibilización de las condiciones monetarias. Los mercados reaccionaron con aspereza, con un fortalecimiento del yen en un 2% frente al dólar y una caída en la bolsa japonesa del 3%.
Abe comenzó su política fiscal con un programa de gasto de grandes proporciones, un programa centrado principalmente en la reparación y sustitución de la infraestructura afectada por el terremoto del año 2011. Pero también elevó el impuesto sobre el valor agregado (IVA) del 5% al 8% para hacer frente al enorme déficit y la creciente deuda nacional. El resultado fue una recesión económica, que condujo a dos trimestres de caída del PIB. Al presente, el nivel del PIB real no es más alto del registrado en el año 2008.
La tercera flecha de las políticas Abe-económicas – las políticas estructurales destinadas a impulsar el potencial de crecimiento – ha sido apenas puesta en marcha. La buena noticia es que ha habido un cierto aumento en la participación femenina en la fuerza laboral y en la cantidad de turistas que visitan Japón. Y, se planifican una diversidad de reformas destinadas a reformar completamente el altamente protegido sector agrícola, aunque el cambio sustancial depende de la ratificación del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (e incluso entonces, los cambios sólo ocurrirán en fases distribuidas a largo de varias décadas).
La población en disminución y la reducción de la fuerza laboral de Japón se constituyen en un principal reto a largo plazo – este reto se refleja en la convocatoria de Abe para que más mujeres trabajen fuera del hogar. Si bien un sistema de permisos temporales hace posible que trabajadores extranjeros puedan emplearse en Japón durante un máximo de tres años, el país no tratará de mejorar las tendencias demográficas adversas abriéndose a la inmigración permanente.
La renuencia a ampliar el número de trabajadores extranjeros y a cambiar las costumbres de trabajo para alentar a que más mujeres casadas se unan a la fuerza laboral puede reflejar la relativa opulencia que Japón disfruta en la actualidad. Puede que el público japonés prefiera mantener su estilo de vida y homogeneidad cultural de hoy en día, a pesar de que al hacerlo se está impidiendo un crecimiento económico más rápido.
El mayor problema inmediato que tiene el Japón, sin embargo, es el déficit presupuestario y la deuda pública. Si el BOJ tiene éxito en el logro de una tasa de inflación del 2%, el déficit aumentará rápidamente, ya que la tasa de interés de la deuda pública aumentaría del actual nivel de cero. La falta de aplicación de recortes a los gastos y los aumentos de ingresos necesarios para reducir el déficit presupuestario socavarían la confianza en las perspectivas que tiene la economía y podrían incrementar las especulaciones sobre que el gobierno a la larga pudiese llegar a recurrir a alguna forma de repudio de la deuda.
Por lo tanto, Abe se enfrenta a un dilema, tiene que decidir si va a subir el IVA aún más, del 8% al 10%, tal como estaba previsto. Si lo hace, esto ocurriría, sin lugar a dudas, en un momento difícil ya que el PIB ha disminuido y la inflación del índice de precios al consumidor (IPC) se ha tornado negativa. Y, sin embargo, no elevar el IVA o no cortar el gasto público significa continuar con grandes déficits y un aumento vertiginoso de la deuda pública.
Abe ha dicho que va a compensar el efecto inmediato de contracción por la subida del IVA con un estímulo fiscal a corto plazo en la forma de un aumento del gasto público. Eso podría permitir la necesaria reducción permanente del déficit sin causar una repetición de la recesión económica que acompañó a la última subida del IVA.
Otra estrategia que podría ayudar a sostener la demanda agregada sería hacer que la subida del IVA sea implementada en fases, aumentando un 1% cada año durante tres o cuatro años. Esto incentivaría a los consumidores a aumentar el gasto, especialmente en artículos cuyos precios son considerables, antes de que se implemente cada incremento del IVA aumente los precios.
No hay manera de evitar la reducción del déficit público sin poner en peligro la sostenibilidad de la deuda – y probablemente esto ocurrirá más pronto que tarde. Si Abe puede poner las finanzas públicas bajo control, Japón estará en una posición mucho más fuerte para hacer frente a sus otros desafíos económicos.
Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and, in 2009, was appointed to President Obama's Economic Recovery Advisory Board. Currently, he is on the board of directors of the Council on Foreign Relations, the Trilateral Commission, and the Group of 30, a non-profit, international body that seeks greater understanding of global economic issues. Traducción de Rocío L. Barrientos.