Los discípulos cobardes de Bernays

Apuesto que a los declinantes jerarcas del soberanismo, apuntados ya a la dudosamente épica condición de supuestas víctimas, no les es familiar el nombre de Edward Bernays, y mucho menos han leído sus influyentes obras. Tuvo otros muchos lectores. En sus «Memorias» cuenta su sorpresa al enterarse, en 1933, de que Joseph Goebbels tenía entre sus libros de cabecera «Cristalizando la opinión pública», editado por Bernays en 1923.

Este mago de la propaganda era un psicólogo austriaco, sobrino carnal de Sigmund Freud, que superó la edad de cien años entre los siglos XIX y XX. Dedicó muchas páginas al estudio de la manipulación. A él se deben algunas reflexiones intemporales, entre ellas: «Es posible moldear la opinión de las masas para convencerlas de que comprometan su fuerza recientemente adquirida en la dirección deseada, lo que es un elemento de importancia en la sociedad democrática». El tiempo constató la evidencia de aseveraciones como esta, que abrieron camino.

Si buscamos la principal palabra definitoria para la experiencia golpista que hemos vivido por cuenta de los soberanistas catalanes, ésta sería «manipulación». Se ha manipulado a la sociedad y, dentro de ella, a los jóvenes desde el caldo de cultivo de una mantenida educación sectaria basada en una Historia inventada. La mentira ha sido el aderezo de un proceso al servicio de los intereses de una minoría política dirigente aupada por asociaciones bien subvencionados con el dinero público de todos. Mientras, la Generalitat abandonaba sus responsabilidades y compromisos de gobierno, centrada sólo en el servicio a una quimera. Otra palabra definitoria en la culminación de este proceso es «cobardía».

Los episodios protagonizados en el pasado por el independentismo catalán quedaron para la Historia como ejemplos de irreflexión y de voluntarismo suicida, pero también de arrojo personal. Cuando Macià convocó en 1926 a su puñado de voluntarios en Prats de Molló, un pueblo francés cercano a la frontera española, nada podía esperar, y cuando el mismo Macià proclamó la República catalana dentro de la recién nacida República Española, en 1931, fue valiente y no se escondió detrás de tramoya alguna. Companys se equivocó el 6 de octubre de 1934, pero asumió el riesgo. Su llamada telefónica al general Batet, jefe militar de Cataluña, exigiéndole que se pusiese a sus órdenes, consciente de que pedía un imposible, demostró valor; sabía que le esperaba la cárcel inmediata y una dura condena. Esos precedentes fueron menos graves que la proclamación de una república en el seno de una Monarquía de la Unión Europea, saltándose las leyes, las resoluciones del Tribunal Constitucional y la Constitución. En los tres casos anteriores no hubo manipulación de masas, no hubo engaño generalizado, no fue la acción de unos cobardes.

Puigdemont ha mostrado urbi et orbi su cobardía política además de su mediocridad. Primero con su engaño de declarar la independencia y suspenderla a los pocos minutos; no se puede suspender lo que no existe. Luego tratando de chantajear al Estado ofreciendo elecciones a cambio de su impunidad y la de su tropilla de golpistas. Pero ese borrón y cuenta nueva no es posible en un Estado de Derecho. ¿Qué idea tiene este hombre de la división de poderes? Y la traca final de una votación secreta tratando de huir de las consecuencias penales. Pero en un Estado de Derecho los delitos no quedan impunes y rebelión y sedición no son delitos menores.

La Generalitat ha hecho de su manipulación una sinécdoque. Ha tomado la parte por el todo. Ha otorgado a los catalanes soberanistas, que son minoría, la representación única de la totalidad de los catalanes. Igual que los alcaldes palmeros que acompañaron a los golpistas en el Palau de la Generalitat. Ellos no son alcaldes solo de sus correligionarios; lo son del conjunto de sus vecinos, por lo que muchos ciudadanos esperamos que sus conductas sean evaluadas por la Justicia.

Asistí en el interior del Congreso de los Diputados al secuestro del Gobierno y de los representantes de la soberanía nacional el 23 de febrero de 1981. Nunca olvidaré aquella tarde. La Justicia actuó de inmediato. Puigdemont, Junqueras, sus consejeros, Forcadell, Trapero y demás cómplices no merecen que la sociedad les muestre ni un segundo de debilidad ni de compasión. Son discípulos cobardes de Bernays, el teórico de la manipulación, aunque ni conocieran su existencia. También le había seguido Goebbels, su atento lector.

Juan Van-Halen, escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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