Los doctores están torturando a pacientes con demencia al final de sus vidas. Y es totalmente innecesario

Aproximadamente una de cada cuatro personas mayores desarrollará demencia. Muchos de ellos serán torturados por un médico. Lo sé porque soy uno de esos doctores.

Recientemente torturé a una mujer de 88 años con demencia avanzada, que no sabía ni su propio nombre. Al igual que otros pacientes con demencia avanzada, sufría de incontinencia, agresividad, inmovilidad, dolores y más. Su calidad de vida era pésima.

Su familia —hija, yerno y nieto— la llevó al hospital donde trabajo porque tenía fiebre alta y estaba más confundida que de costumbre. Yo sabía que ella estaba próxima a morir.

A las familias que cuidan los últimos días de un pariente siempre les hago la misma pregunta: “¿Quieren que realicemos procedimientos que pueden ser dolorosos y que no mejorarán su calidad de vida? ¿O prefieren que lo dejemos ir en paz?”.

Ante esta decisión, algunas familias permiten que la naturaleza siga su curso y rechazan las intervenciones médicas más allá de atenciones que le brinden confort al paciente, como analgésicos y oxígeno. Las personas que entienden que los médicos no pueden curar ni revertir la demencia son las que más eligen esta opción.

Otras familias consideran imperativo optar por lo contrario. Desafortunadamente, esto incluye procedimientos invasivos que causan molestias transitorias o permanentes y que, además, no harán nada por curar la demencia pero sí pueden acelerarla.

En mi experiencia, la mayoría de las familias eligen la segunda opción. Eso incluye a la familia de la paciente de la que hablaba antes, la cual me pidió que "hiciera todo lo posible" por salvarla. Así lo hice. Le di antibióticos por vía intravenosa, le insertamos un catéter urinario que le causó molestias. Después inserté en su cuello una aguja gruesa. No paramos ahí. Cuando finalmente su corazón se detuvo, le di RCP y eso le rompió algunas costillas. Después forzamos la entrada de un tubo de respiración por su garganta.

Esto fue muy incómodo y aterrador para mi paciente, que no sabía quién era o dónde estaba, pero sí sentía dolor y miedo. Desafortunadamente, su demencia estaba demasiado avanzada como para que ella se opusiera. Así que tuve que cumplir con los deseos bien intencionados pero desgarradores de su familia.

Nada de lo que hicimos ayudó a mi paciente, quien murió al día siguiente. Si su familia hubiera elegido solo la atención de confort, ella podría haber pasado sus últimos momentos en paz y rodeada de sus seres queridos. En cambio, ella murió con ansiedad y dolor.

Los procedimientos que le aplicamos fueron tan duros para su cuerpo frágil que quizá podría haber vivido más tiempo sin ellos. Incluso si los pacientes con demencia avanzada sobreviven a esas pruebas, su recuperación es más difícil pues se combina con las enfermedades ya existentes. Para otros, los procedimientos invasivos hacen más profundas las complicaciones relacionadas con la demencia, sin que haya posibilidad de que tengan una recuperación real.

Quienes estén de acuerdo conmigo pueden evitar para ellos el destino de mi paciente al documentar y dejar en claro cómo quieren que sea el final de sus vidas. Para eso pueden generar algún tipo de documento. En Estados Unidos los mandatos anticipados son la forma adecuada de hacerlo. Son documentos que señalan qué tipo de atención médica se desea tener al final de la vida. Incluso hay sitios que ayudan a escribir esos mandatos en momentos inesperados.

Pero tener esos documentos no es suficiente. Hay que poner esos papeles en un lugar visible, así como grabar un video en donde se señalen y expliquen esos deseos. También, asignar un “apoderado” (generalmente un cónyuge o hijo) que se encargará de hacer cumplirlos a como dé lugar. Hay que hacer saber estas decisiones a otros familiares y a los médicos de cabecera.

Si mi paciente hubiera seguido estos pasos, podría haber muerto en paz. Hay que empoderarse con documentos como el mandato y dando a conocer nuestros deseos. Y diciéndole a cualquiera que tenga que enfrentar en su familia la desgarradora realidad de la demencia, que haga lo mismo. No hay necesidad de que los doctores torturen a alguien.

Geoffrey Hosta es un médico especialista en Urgencias, con más de 30 años de experiencia.

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