Los efectos de la victoria talibán

La toma de Kabul por parte de los talibán supone una clara e innegable derrota de Occidente y, muy especialmente, de Estados Unidos. Las imágenes que nos llegan nos retrotraen a Teherán o a Saigón, poniendo una vez más sobre el tapete nuestra incapacidad para gestionar crisis que implican el reto de reconstruir un país. Con nuestra avanzada tecnología sabemos destruir, pero carecemos de la paciencia estratégica para dar forma a un nuevo marco político que garantice la convivencia y el fin del extremismo.

Todo en la vida tiene consecuencias. Si la desaparición de la URSS debilitó la cohesión de la Alianza Atlántica hasta el punto de que el entonces presidente de EEUU, Donald Trump, amenazó con retirar a su país, el fracaso en Afganistán pone en cuestión el liderazgo, occidental y global, de Estados Unidos.

Los efectos de la victoria talibánEscuchar al presidente Biden acusar al Gobierno y a las Fuerzas Armadas afganas de lo ocurrido es, como poco, escandaloso. Los servicios de inteligencia le habían advertido de que la retirada supondría, en el mejor de los casos, que resistieran seis meses. Sin la capacidad de inteligencia, sin el respaldo de la Fuerza Aérea norteamericana y tras la retirada apresurada de los contratistas responsables del mantenimiento de sus capacidades, su operatividad se vendría abajo. Pero el plano militar era, en realidad, el menos importante. La invasión se realizó desde el convencimiento de que quien destruye reconstruye, de que la eliminación de Al Qaeda de nada serviría si el estado seguía en manos de radicales que, más tarde o más temprano, volverían a dar cobijo a los yihadistas. Sin embargo, la Administración Obama decidió hacer trampas en el solitario y concluir que el objetivo era sólo antiterrorista. Un movimiento característico de un asesor postmoderno que entiende el ejercicio de la política como un discurso que no necesita de la realidad. El choque con los militares estaba servido; el general McChrystal, comandante de las fuerzas en Afganistán, se fue a su casa y todos entendimos que Estados Unidos buscaba la salida sin dejar resuelto el problema de la gobernabilidad. Los talibán comprendieron que ya habían ganado la guerra, que todo lo que tenían que hacer era esperar. Los clanes afines al Gobierno tomaron nota y actuaron en consecuencia. Había que entenderse con los radicales.

EEUU no sólo ha perdido la guerra. En el camino ha demostrado que no es capaz de mantener una estrategia en el tiempo y, en su apresurada retirada, sus dirigentes han actuado de manera ignominiosa. Pensar que lo ocurrido no va a tener efectos sobre la Alianza Atlántica es absurdo. La Alianza se estableció para vincular a Washington con la defensa de Europa frente a la amenaza soviética. No podía ser uno más, debía asumir el liderazgo. Biden, reconociendo implícitamente la crisis que vive la Alianza, dio un año para establecer una nueva estrategia. Tras la caída de Kabul nadie en su sano juicio puede esperar que se apruebe un documento creíble de estas características en menos de un año.

Uno de los argumentos norteamericanos para justificar la retirada de Afganistán era y es la primacía de la amenaza china. Hay que concentrar las energías en lo importante, no en lo accesorio. Sin embargo, hoy en Pekín lo ocurrido en Kabul se vive como victoria, con toda la razón. La auctoritas de Washington para tratar de mantener en pie el denominado orden liberal se esfuma.

Hoy no será un día de fiesta en Taiwán, por la misma razón que sí lo es en China. Tampoco habrá celebraciones en Japón, India o Australia. Todos ellos sabían del debilitamiento del liderazgo estadounidense desde la Administración Obama, expresión a su vez de cambios importantes en la sociedad estadounidense. Seguían paso a paso la evolución de los acontecimientos, desde las ridículas negociaciones con los talibán en Qatar, iniciadas por Trump, hasta la decisión final. Descontaban la rendición por desistimiento, pero confiaban en que se guardaran ciertas formas. No ha sido así, el prestigio de su valedor está por los suelos y China actuará en consecuencia.

El futuro siempre está por escribir. Podemos especular, con mayor o menor fundamento, sobre qué va a suceder en Afganistán y cómo va a afectar lo ocurrido y lo por ocurrir a la escena internacional. Las Fuerzas Armadas afganas se han descompuesto y con ellas ha desaparecido la noción de Estado afgano. Los talibán tratan de mantenerlo unido bajo su control, pero es previsible que surja un movimiento de resistencia desde las etnias minoritarias, en particular uzbecos y tayikos. Cuando Estados Unidos invadió Afganistán, el país se encontraba en guerra civil entre los talibán, fuertes en el sur de mayoría pastún, y la Alianza del Norte. No debería extrañarnos que, 20 años después, la división vuelva a surgir y con ella la violencia. Será importante el papel que jueguen algunos de sus vecinos.

Pakistán siempre ha dejado hacer a los talibán. La etnia pastún está presente en ambos estados y su radicalidad es un problema para Islamabad, de ahí que prefiera que vuelquen su acción sobre Afganistán. Desde hace décadas las Fuerzas Armadas paquistaníes han considerado que el mejor escenario posible para su propia seguridad es el de un conflicto permanente e irresoluble en Afganistán. De esta manera ninguno de sus rivales -India, Irán, Rusia- podría hacerse fuerte en su delicada frontera norte. No tuvieron reparo en colaborar con Estados Unidos mientras continuaban ayudando a los talibán. Estaban convencidos, y el tiempo les dio la razón, de que Washington carecía de la constancia y el conocimiento para reformar Afganistán y de que los talibán volverían a imponerse, por lo menos en el sur.

China es el gran vencedor. Tiene unas buenas relaciones con Pakistán, su vasallo, y puede ayudar a los talibán a reconstruir el país y a combatir, llegado el caso, a la Alianza del Norte. Sin embargo, la desconfianza es grande. El efecto que el radicalismo talibán pueda tener sobre la población uigur preocupa. Estos musulmanes de etnia turcomana situados en el noroeste de China son hoy objeto de sistemática persecución, con una indisimulada ausencia de respeto a los derechos humanos. China tanteará al nuevo Gobierno y actuará en consecuencia.

Rusia celebra que los talibán hayan derrotado también a Estados Unidos, minando aún más los restos del viejo orden liberal, pero también temen el efecto que un Gobierno talibán pueda tener sobre los grupos islamistas o yihadistas de los estados de Asia Central. La combinación de tráfico de drogas y yihadismo es bien conocida y nada tranquilizadora.

No hace mucho Irán se sentía emparedado entre las fuerzas norteamericanas en Irak y en Afganistán. No dudó en ayudar a aquel que combatiera esa presencia, fuera cual fuera su ideario. Hoy puede celebrar la retirada nada gloriosa de esas fuerzas. También se siente legítimamente victorioso, aunque su régimen esté cuestionado por sus ciudadanos, su economía en ruinas y su futuro pleno de incertidumbres. En cualquier caso, el fracaso de EEUU y la crisis del orden liberal son inequívocas buenas noticias para los ayatolás y sus seguidores.

El triunfo de Pakistán y el aumento de la influencia china en Afganistán no puede tranquilizar a las élites indias. No tienen dudas sobre lo que supone la amenaza china, país con el que combaten periódicamente en su montañosa frontera y que va consolidando acuerdos estratégicos con algunos de sus vecinos, ni sobre lo que supone su problema fundacional con Pakistán, país con el que vienen sosteniendo un prolongado conflicto. Sus gobernantes nunca han disimulado su desconfianza respecto del liderazgo norteamericano, cuya alianza necesitan, de ahí que hayan buscado también el entendimiento con Rusia. Será interesante ver como ambas diplomacias se activan en este tema y cómo reaccionan los estados clave de Asia Central ante la hipotética reconstrucción de la Alianza del Norte.

El conflicto afgano entra en una nueva fase, en la que no tienen cabida ni la paz ni la libertad. Del orden liberal queda el recuerdo y poco más.

Florentino Portero es profesor de Historia en la Universidad Francisco de Vitoria.

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