Los ensayos de Europa en la crisis

Hace unos 2.500 años, el antiguo filósofo griego Heráclito concluyó que la guerra es el padre de todas las cosas. Podría haber añadido que la crisis es la madre.

Afortunadamente, la guerra entre las potencias mundiales ha dejado de ser una opción realista por la amenaza de destrucción nuclear mutua, pero las crisis internacionales importantes, como, por ejemplo, la actual crisis financiera mundial, siguen con nosotros… lo que tal vez no sea malo.

Como en la guerra, las crisis alteran fundamentalmente el statu quo, lo que significa que brindan una oportunidad —sin la fuerza destructiva de la guerra— para el cambio que en tiempos normales apenas es posible. Para superar una crisis es necesario hacer cosas que antes apenas resultaban concebibles, por no decir inviables.

Eso es lo que le ha ocurrido a la Unión Europea a lo largo de los tres últimos años, porque la crisis financiera mundial no solo ha sacudido a Europa hasta sus cimientos, sino que, además, ha adquirido tales proporciones, que puede acabar con ella.

En comparación con el comienzo de 2009, ahora nos encontramos con una UE en gran medida diferente, que ha quedado dividida entre una vanguardia de Estados miembros que componen la Eurozona y una retaguardia compuesta de Estados miembros que siguen fuera de ella. El motivo no es la mala intención, sino la presión de la crisis. Para que el euro sobreviva, los miembros de la Eurozona deben actuar, mientras otros Estados miembros de la UE con niveles diversos de compromiso con la integración europea permanecen al margen.

De hecho, casi todos los tabúes que existían después de la erupción de la crisis ya han quedado abolidos. La mayoría se debían a la instigación alemana, pero ahora se han eliminado con el apoyo activo del Gobierno de Alemania.

Es una lista impresionante: la responsabilidad nacional en materia de rescates bancarios, el carácter sagrado de la proscripción por el Tratado de la UE de los rescates de los gobiernos, el rechazo de la gobernación económica europea, la prohibición de la financiación directa de los Estados por el Banco Central Europeo, la negativa a apoyar la responsabilidad mutua por la deuda y, por último, la transformación del BCE, que ha pasado de ser una copia del antiguo Bundesbank a ser un Banco de la Reserva Federal Europeo basado en el modelo anglosajón.

Lo que queda es el rechazo de los eurobonos, pero también eso desaparecerá en última instancia. Lo único que hemos de preguntarnos es si ese tabú caerá antes o después de las próximas elecciones generales alemanas que se celebrarán el año que viene. La respuesta depende del rumbo futuro que tome la crisis.

Alemania, la mayor economía de Europa, está desempeñando un papel a veces extraño en la crisis. En ningún momento desde la fundación de la República Federal en 1949 había sido tan fuerte ese país. Ha llegado a ser la potencia más destacada de la UE, pero ni desea ni puede dirigirla.

Precisamente por esa razón, muchos de los cambios habidos en Europa han ocurrido pese a la oposición alemana. Al final, el Gobierno alemán ha tenido que recurrir al arte del giro político de 180 grados, con el resultado de que este país, pese a ser económicamente fuerte, ha ido debilitándose institucionalmente, dinámica ejemplificada en su reducida influencia en el Consejo de Gobierno del BCE.

El antiguo Bundesbank pasó a mejor vida el 6 de septiembre, cuando el BCE aprobó su programa de “transacciones monetarias” a las claras —compra ilimitada de bonos estatales de los países de la zona del euro con problemas— con las objeciones de un solo disidente: el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. Y el enterrador no fue el presidente del BCE, Mario Draghi, sino la canciller alemana, Angela Merkel.

El Bundesbank no cayó víctima de una siniestra conspiración de la Europa meridional, sino que se volvió irrelevante. Si se hubiera salido con la suya, la Eurozona habría dejado de existir. Anteponer la ideología al pragmatismo es una fórmula para el fracaso en cualquier crisis.

Actualmente, la Eurozona está en el umbral de una unión bancaria, con una unión fiscal que vendrá después, pero, aun solo con una unión bancaria, la presión con vistas a la unión política aumentará.

Con 27 miembros (28 con la próxima adhesión de Croacia), las enmiendas del Tratado de la UE serán imposibles, no solo porque el Reino Unido sigue resistiéndose a una mayor integración europea, sino también porque serían necesarios referendos en muchos Estados miembros. Esos plebiscitos se convertirían en un arreglo de cuentas para los gobiernos nacionales sobre sus políticas de lucha contra la crisis, que ningún gobierno sensato desearía.

Eso quiere decir que durante algún tiempo serán necesarios acuerdos interestatales y que la Eurozona se desarrollará hacia un federalismo interestatal, lo que seguramente resultará apasionante, pues brindará posibilidades completamente inesperadas para la integración política.

Al final, el ex presidente de Francia Nicolas Sarkozy ha tenido razón porque hoy la Eurozona está dirigida por un gobierno económico de facto que comprende los jefes de Estado o de Gobierno (y sus ministros de Hacienda) de sus países miembros. Los federalistas europeos deben acogerlo con beneplácito, porque, cuanto más lleguen a constituir dichos Jefes de Estado o de Gobierno un gobierno de la Eurozona en conjunto, más rápidamente tocará a su fin su doble papel en el ejecutivo y el legislativo de la UE.

El Parlamento Europeo no podrá colmar el vacío resultante, pues carece de soberanía fiscal, que sigue correspondiendo a los parlamentos nacionales y permanecerá en ellos indefinidamente. Solo los parlamentos nacionales pueden colmar el vacío y necesitan una plataforma común dentro de la Eurozona —–algo así como una “Eurocámara”— para controlar la gobernación económica europea.

Los federalistas del Parlamento Europeo y de Bruselas en general no deben sentirse amenazados. Al contrario, deben reconocer y aprovechar esta oportunidad extraordinaria. Los diputados a los parlamentos nacionales y los diputados al Parlamento Europeo deben reunirse rápidamente y aclarar su relación. A medio plazo, podría surgir un Parlamento Europeo con dos cámaras.

La crisis brinda una oportunidad magnífica a Europa. Ha determinado el programa para los próximos años: unión bancaria, unión fiscal y unión política. Lo que falta es una estrategia para el crecimiento económico en los países afectados por la crisis, pero, en vista de los disturbios en aumento en la Europa meridional, semejante estrategia es inevitable. Si los europeos reconocen la oportunidad que su crisis ha creado… y actúan con audacia y decisión para aprovecharla, tienen razones para sentirse optimistas.

Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores y ex vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue dirigente del Partido Verde alemán durante casi 20 años. Traducido del inglés por Carlos Manzano. © Project Syndicate 1995–2012.

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